jueves, 28 de marzo de 2024

El alquiler de la dehesa de Parchilena

 

Las fuentes municipales de Lucena del Puerto aluden insistentemente durante el siglo XVIII a la escasez de tierra y a las elevadas rentas que se pagaban en los alquileres. A los regidores municipales les cabía poca duda sobre la causa que motivaba ambas cuestiones, la desorbitada cantidad de tierra que acumulaban las obras pías y eclesiásticas, una cuestión que corroboran las estadísticas, y a la que se sumaba la enorme cantidad de tierras baldías, 8.550 fanegas, el 66,7 por ciento del término, en ápoca del Catastro de Ensenada.

No obstante, mientras que no existe dudas sobre esta última cuestión, poseemos poca información sobre la primera, por diversas cuestiones: el número de protocolos de alquiler es relativamente bajo y solo afecta a grandes fincas, las pequeñas, recogidas a veces en las deudas de los testamentos, no requerían de contratos, los protocolos son difíciles de cuantificar e incluyen costumbres tradicionales que, por frecuentes y sabidos, solo se citan, y la variada fórmula de contratos, pagos en especie y usos agrarios, hace difícil la cuantificación y el estudio.

Plano de Manuel Pérez de Guzmán, 
de hacia primer tercio del siglo XX.

Por otro lado, sabemos por el manejo cotidiano de nuestras fuentes, que el volumen de tierra alquilada en Lucena, y en los municipios limítrofes de Bonares o Niebla, era relativamente alto y de estos alquileres vivían un número considerable de pequeños labradores y pegujaleros por lo que su estudio no parece baladí.

El contrato que hemos analizado en esta entrada es de 1634 y resulta interesante por tres cuestiones. Ilustra las dificultades para el estudio de estas tierras, informa sobre la organización de las tierras del monasterio de Parchilena y sirve a la verificación de las dificultades agrarias y la esterilidad de los años 1635-36, hasta el punto de que se revirtió el contrato con la total aprobación del prior de la casa. Estos hechos y la riqueza descriptiva de su articulado nos sitúan ante un contrato excepcional, para nada habitual entre los escuetos protocolos notariales, y menos aún de la época estudiada, el siglo XVII, del que poseemos escasa información de fuentes directas. Vayamos, pues, por partes.

El 18 de agosto de 1634 Sebastián Rodríguez Blanco, Martín Álvarez, Antón Carrasco, Alonso Barrera, Alonso Roldán, Juan de Lepe y Diego Ojuelos, todos ellos labradores, se obligan con el arquero mayor, fray Juan de San Jerónimo, al alquiler de la dehesa de Parchilena por dos años, los de 1635 y 1636, por precio de 250 fanegas de trigo puro medido con la medida de Ávila (55,5 l de capacidad), a pagar por el día de Santiago y Santa Ana. Este es el grueso del contrato, que, sin embargo, se complica en el enunciado y las cláusulas.

La tierra (ver mapa), se encuentra dividida en dos hojas separadas por el pilar. La hoja de arriba, del pilar hasta la casa, está de barbecho en 1635 y no se puede sembrar, y la de abajo, que incluye toda la vega, tiene las excepciones de la parcela de Guerrero y la que está “linde de las tierras de la Misericordia y la isleta que está entre los charcos de los molinos porque están arrendadas, y lo que de presente está sembrado de cañamal al vado de Marisuárez, de una y otra parte de la azéquia que se reserva para dicho convento”. Pero, además, en estas tierras están 118 fanegas de barbecho de “dos hierros”, es decir, de dos años de descanso, y 99 de un hierro, que no entran en el trato, pero les venden a 8 reales cada fanega de un hierro y a 4 la de dos, que montan 1.340 reales que han de pagar en la misma fecha en un solo pago con la primera paga del trigo. La cláusula 11 recoge el diezmo, que es del monasterio y “lo han de pagar dexandole en las eras para que el dicho convento lo recoja”.

El resto de las cláusulas del contrato no son menos exigentes. La segunda de ellas establece que los labradores podrán rastrojar, 100 fanegas el primer año, pero habrán de sembrar 50 fanegas de cebada para ellos y otras 50 para el monasterio, que les dará la simiente y el vallado, pero habrán de labrar ellos. Entre la cebada podrán sembrar este año los cañamales que quisieren, con que no se salgan de la tierra señalada, que ha de caer junto a la acequia de “Vaziatalegas”, de modo que la cebada del monasterio quede en medio de ambos aprovechamientos este primer año. El segundo año harán lo propio en la segunda hoja. La cláusula sexta, asimismo, establece que el convento puede sembrar en los turnos de barbecho de los labradores las semillas que hubiere menester, habas, yeros, alverjones y garbanzos y dos fanegas de centeno para el bálago (paja de centeno que tiene diversos usos) junto al almendral.

La tercera cláusula incluye que los labradores han de dar 21 carretadas de paja al monasterio, puestas en la era donde se trilla, mientras que la novena los obliga a trillar con las yeguas del convento, pagando el jornal a como estuviere en el lugar de Lucena, con el objeto de que las propias de los labradores no coman la yerba de la dehesa, aunque si algún labrador tiene las suyas las puede usar. La clausula decima impide pastar cerca de las acequias, prados y tierras baldías de la dehesa “porque el arrendamiento es solo para sembrar” y debe guardarse como dehesa cerrada.

Por su parte el convento prestará 25 fanegas de trigo a cada labrador para sembrar (hacen 175) a devolver en la cosecha del primer año, y dará los bueyes para la siembra, al precio que corrieren dichos arrendamientos. Por si no fuera suficiente, para la roza, la siega, el convento tiene dada la suya a destajo a una cuadrilla con la que ha concertado pagar 350 reales en dinero, 1 arroba de aceite, 12 arrobas de vino y 300 libras de pan que se reducen a 3 fanegas de trigo, que todo viene a montar 406 reales y han de pagar los labradores. La cláusula octava complementa esta última, prohibiendo traer espigadores propios excepto uno por labrador.

El cuidado de la finca se recoge en por apartados quinto y séptimo, obligando a los labradores a estercolar las tierras con los carreros del monasterio del estiércol del “tinadón”, o “mandándolle al carnerero mude la red cada dos días”, y recogiendo expresamente la limpieza de las acequias que en cada una de las dos hojas caen “de manera que el agua no se detenga”. Y si no lo hacen, el monasterio lo pueda ejecutar.

Finalmente, además de incluir los usos “que se acostumbran a guardar en los semejantes arrendamientos”, hipotecan la sementera hasta que el monasterio sea enteramente pagado, y se les arrienda sin esterilidad alguna, sin que puedan alegar “como por mucha agua como por falta della, o venida de ríos, o fuegos del cielo o de la tierra o por otro qualquiera cosa, aunque sea de los que suçeden de mil en mil años…”.

Los protocolos notariales siguientes recogen los alquileres de bueyes de cuatro de los labradores, por barbecho y sementera, a 9 ducados y por sementera a 5, y la escritura de préstamo de las 25 fanegas para la siembra en el mismo protocolo. En diciembre de 1634, Diego Ojuelos traspasa 20 fanegas de las se barbecho de la parte baja de “Vaziatalegas” para cosechar en 1636 a sus cuñados, porque dice no las puede sembrar todas a cambio veinte fanegas del alquiler.

Sin embargo, el año se torció. En agosto de 1635, tres de los labradores “ya son difuntos” y los otros cuatro manifiestan que, aunque sembraron la cosecha del Garbín bajo, no cogieron trigo para sembrar “por haber sido estéril”. El contrato, previo reconocimiento de deudas de al menos una de las viudas en julio, es revocado para 1636 por el procurador y el prior del monasterio. En agosto, finalmente, en dos protocolos hace lo mismos con el resto de los labradores supervivientes y a las tres viudas.

La irregularidad de la cosecha del año ya la advertimos en nuestra tesis doctoral, y aunque no poseemos precios del trigo para este estos años, la libra de pan en la aldea se multiplicó por cuatro y se vendió a 12 maravedíes, y la fanega de trigo alcanzó en 1637 la cifra de 40 reales, el doble de 1635. En febrero de 1636 el tesorero del consejo se apremiará raudo al reconocimiento de la deuda del salario de Nicolás Ruiz, barbero del lugar, en dos pagos de 12 ducados cada uno en las dos semanas siguientes más los 8 reales de costas, lo que no augura nada bueno.

La tercera cuestión, la organización del monasterio es importante por la escasez de información que poseemos al respecto para el siglo XVII. Las tierras se organizan de manera similar a las descripciones que poseemos de la casa de finales del siglo XV y principios del XVI. La vega y sus aledaños, lo que el contrato denomina la dehesa de Parchilena, sigue manteniendo su dedicación principal cerealística alternando el trigo y la cebada en las tierras de peor calidad. Las semillas se siguen sembrando en los años alternos del barbecho, pero también el cáñamo en las zonas bajas de los arroyos, que no nos consta que sembrasen los frailes. En las zonas bajas y exteriores a esta dehesa, al este de la vega, más próximas al pueblo y al puerto, el monasterio poseía numerosas suertes que eran las que se arrendaban a los vecinos y que curiosamente se reservan para sí en esta ocasión, probablemente por las acequias de los molinos, ya arruinados por el aterramiento del Tinto. En la zona próxima al monasterio aparece el almendral donde también se alternan cultivos de semillas, especialmente habas para el ganado. El resto de las tierras no aparecen porque se reservan para los propios frailes e incluyen la dehesa de a medias, el olivar, que ya debía ser importante, y la viña para los que se destinan las tierras inmediatas a la casa y el valle del arroyo de la Laguna del Rayo. Como no puede ser de otra manera, son importantes las referencias al ganado, bueyes y yeguas, y al tinado (tinajón en nuestras fuentes, cobertizo para el ganado), y al estercolado de la finca que demuestran el cuidado que mantuvieron siempre los frailes.

Finalmente, las dificultades para evaluar el contrato resultan obvias, pero que duda cabe que establecen un elevado coste para los arrendadores que confirman para el siglo XVII las afirmaciones de los regidores en el siglo siguiente.

 

domingo, 10 de marzo de 2024

La tumba de Diego de Oyón.

 

Sabemos desde hace años que las tumbas de Diego de Oyón y María de Cárdenas, los fundadores del Monasterio de Santa María de la Luz de Parchilena, se encontraban en el monasterio de san Jerónimo de Buenavista en Sevilla debido a la muerte anterior de Diego y los problemas de la fundación tras el fallecimiento de María. La tumba tal vez pudiera o debiera haberse trasladado a la nueva fundación posteriormente, nada de ello se manifiesta en las últimas voluntades de ambos conyugues, y prácticamente no tenemos noticias hasta 1594 en que un poder para pleitos otorga poder bastante a fray Juan de la Alameda, prior del monasterio, en un pleito que se sigue contra San Jerónimo de Buenavista sobre:

Restos de la iglesia monacal de San Jerónimo de Buenavista.
A la izquierda las dos capillas laterales.

“la capilla que este dicho monasterio de Nuestra señora de la Luz tiene y posee en la iglesia del dicho monesterio de san Hieronímo de Buenavista, que es la capilla que se intitula de san Hierónimo, en la que está enterrado Diego de Oyón, fundador deste dicho monasterio y para en razón de lo susodicho y lo demás contenido en el dicho pleyto y causa…”.

Desconocemos en que consistía este pleito, aunque alguna pista daremos al respecto, pero desde el monasterio de la Luz se avienen a negociar acuerdo en dos ocasiones con Buenavista, en marzo de 1600, ofreciendo la venta de la misma sin especificar precio, y en julio de 1605 pidiendo 50 ducados por el “derecho y acción” de la misma, e informando que la capilla se encuentra en “en la capilla maior de la dicha yglesia a la vanda del evangelio”, lo que, obviamente, no nos deja indiferentes. La capilla, y ésta es nuestra hipótesis a falta de otra documentación, probablemente debiera ser vendida por las importantes obras de ampliación de la parte baja del claustro y la iglesia que se realizan a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII en este monasterio, que obligaron al traslado por su ubicación en lo más principal de la iglesia, la capilla mayor.

Por desgracia, en la actualidad solo se conservan de la iglesia dos capillas del lado de la epístola y el muro del mismo lado de la iglesia monacal, y son largas las vicisitudes de este antiguo monasterio tras la desamortización eclesiástica y su privatización por lo que no sabemos si aún se conservan los restos de ambos allí.


miércoles, 21 de febrero de 2024

El vino de naranja de Isidoro Urzaiz.

 

Se atribuye la elaboración del primer vino de naranja de Huelva, y por tanto el más antiguo de nuestro país, a la bodega Diezmo Nuevo de Moguer, mientras el nombre comercial parece que se debe a Bodegas Oliveros de Bollullos Par del Condado. En torno a 1860 la primera de las marcas lanzó un vino de naranja de gran éxito y notoriedad, siguiendo formulas tradicionales, que finalmente fueron reformuladas por su actual propietario en torno a 1880.

Unos años antes, la representación de vinos de la provincia de Huelva en la exposición General de la Agricultura de  1857 (Madrid) solo incluyó cinco muestras y tres cosecheros: Manuel Rodríguez Thorices, de Moguer, que obtuvo una mención honorífica con un vino Pajarete, Viuda de Hermenegildo Sáez, también de Moguer y propietario de la bodega antes mencionada, medalla de bronce con un vino blanco amontillado, y Isidoro Urzaiz de la hacienda de la Luz de Lucena del Puerto con dos muestras, un vino moscatel blanco medalla de plata, y un vino de naranja, que debe ser el primero de los que tenemos constancia documental en esta provincial y, sin lugar a dudas, uno de los primeros producidos en esta tierra.

Medalla exposición de 1857. 

En 1862 los vinos de Urzaiz, todos ellos producidos en la Hacienda de la Luz, fueron reunidos por la Junta de Agricultura, industria y comercio de la provincia de Huelva con destino a la Exposición de mayo en Londres presentando las siguientes muestras:

 2 botellas de vino de naranja cosecha de 1856.

2 botellas de moscatel natural, cosecha de 1852.

2 botellas de pero-jiménes (sic), cosecha de 1850.               

2 botellas de dulce, cosecha de 1854.

2 botellas de tinto, cosecha de 1861.

2 botellas de vino del país blanco natural, cosecha de 1852.

2 botellas de combinado.

2 botellas de combinado.

sábado, 6 de enero de 2024

BOREA EL GLADIADOR MÁS FAMOSO DE ROMA EN LA TESSERA DE LA HACIENDA DE LA LUZ.

 

A Sebastián Bautista, otro de los

mantenedores de la historia de Bonares.

 

 

“Celer, hijo de Erbitio, natural de la ciudad de los Limicos, dio esta tessera gladiatoria a Borea, hijo de Cantio, natural de Bedunia, el año del consulado de Marco Licinio”


La inscripción, desarrollada en cuatro líneas, se halla abierta a punzón en una placa de bronce de 17 por 4,3 centímetros, encontrada en las inmediaciones del Río Tinto en la hacienda de la Luz de Lucena del Puerto (Catálogo del Museo Arqueológico Nacional, 37810). Debe denominarse tésera gladiatoria de Lucena del Puerto o de la Luz, y no tésera de Niebla como aparece en algunas publicaciones, o más estrictamente, tésera gladiatoria de Borea, como ya comienza a ser conocida (https://historiadelaprovinciadehuelva.blogspot.com/2018/02/los-munera-gladiatorum-de-la-niebla_9.html). Este error proviene de la catalogación y traducción original de su primer propietario, Aureliano Fernández-Guerra y Orbe (1816-1894), un famoso epigrafista, dramaturgo, historiador y senador de designación real en época Isabelina, que en su informe de 1868 para la Real Academia de la Historia (Nota relativa a una tésera de hospitalidad con inscripción latina, GA 1868/1/4) informa de su hallazgo “en la hacienda de la Luz entre Niebla y Moguer junto al río Tinto” y su traslado por carta al Doctor Hübner, gran epigrafista y secretario del Instituto di Correspondenza Archeológica en esa misma fecha. El texto latino es el siguiente: CELER ERBITI.F(ilius). LIMICUS BOREA. CANTI (filio) BEDONIE (n) SI MVNERIS. TES(s)ERA(m). DEDIT AN(n)O. M(arco). LICINIO. CON(n)S(ule).

La interpretación es que Celer, hijo de Erbutio, natural de Ginzio de Limia (Ourense), otorgó la tésera gladiatoria a Borea, hijo de Cantio, natural de Bedunia (Baedunia, cerca de la Bañeza, León) en año del Consulado de Marco Licinio, correspondiente al año 64 de nuestra era (siglo I, d.C.). Nada fuera de la habitual epigrafía latina sino fuera porque es la única tésera conservada en bronce de las 107 halladas de época romana y dedicada a un gladiador, a los que normalmente, se les entregaban en hueso o madera. Es pues una pieza excepcional, que posee una historia detrás que puede entreverse tras la inscripción y que ha llamado la atención de los especialistas.

Las téseras gladiatorias se entregan al final de la vida del gladiador como reconocimiento a sus numerosos éxitos en la arena. La sociedad romana admiraba al gladiador por su coraje y su valentía, como ha quedado plasmado en numerosos mosaicos, relieves y frescos. Los juegos fortalecían la moral y la disciplina militar en Roma, rememoraban el espíritu guerrero, la conquista, el desprecio a la vida y la propia jerarquía social, ya que todos tenían asignado un lugar en el anfiteatro.

Celer, el primer interviniente, es un lanista, un organizador de  juegos,  y en ella otorga el reconocimiento a Borea, célebre por ser un provocator, es decir, el guerrero que inicia los espectáculos. Sobre el nombre, posiblemente un apodo artístico, se ha especulado un posible origen astur, derivado de Boreas, el nombre dado al viento del norte, o de boria, en una traducción libre, niebla o golpe de tormenta, según algunos autores en alusión a su rapidez y agilidad.

Estas placas se obtenían tras el spectant, el retiro glorioso tras una carrera de fama y victorias, y como demuestra la nuestra servía para ser colgada ya que posee cuatro argollas en las esquinas y una central, por lo que se podía mostrar en horizontal o en vertical. Como quiera que recibió el premio al final del reinado de Nerón para Fernando Burriales, divulgador de la figura de Borea, su carrera debió ser larga, tal vez desarrollada entre los reinados de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, que fueron breves como se sabe (https://www.eldiario.es/castilla-y-leon/cultura/borea-gladiador-leones-celebre-imperio-romano_1_9074729.html) y recabando al final de sus días en este rincón de la geografía onubense donde, no sabemos, tal vez murió en una hipótesis más que plausible.

Y es que, la pregunta es obvia ¿Qué hacía aquí? Para Miguel B. Peña, autor del blog Acontecimientos históricos de la Provincia de Huelva, su presencia se pudo relacionar con un posible circo existente en Niebla o sus inmediaciones, según se deduce de la inscripción de un ara en la que se alude a juegos para honrar el nombramiento de un magistrado en dicha villa. La segunda prueba es la presencia de la propia tésela.

Sin embargo, creemos que hay argumentos de peso para otras opciones. Es obvio, por el recorrido vital del gladiador cuando se le otorga el reconocimiento se encuentra al final de su carrera. Es cierto que pudo haber ejercido de lanista o de doctor, este último especialista que forma a otros gladiadores, compatible con la hipótesis anterior, y que se desplazaran de una ciudad a otra en busca de juegos que no siempre requerían de un circo.

Sin embargo, no es menos cierto que no parece frecuente que un gladiador de estas características perdiera o se despojara de su tésera sin una causa mayor que la motivara. Y la zona donde se produjo el hallazgo se encuentra plagada de topónimos romanos (Parchilena, Albina, Lucena....) y fundus rusticae a ambos lados del río muy conocidos como la propia Parchilena, la casa del Puerto, la Ruiza o la aldea de El Puerto, que hemos creído identificar recientemente en Bonares, muy próxima al río Tinto, y que se corresponde con un hábitat rural romano de grandes dimensiones, y muy próxima a otra aldea homónima en Lucena del Puerto. Borea, el más célebre gladiador romano de su tiempo, según Fernando Burriales, tal vez se asentó con otros romanos aquí para dejarnos la tésera y su misterio. Esta es la otra hipótesis, también plausible que se puede mantener y mantenemos. En muchos de estos fundus rusticae existen hornos cerámicos con sellos propios entre los que, algún día, tal vez aparezca el nombre de Borea.

Nota relativa a una tésera de hospitalidad con
 inscripción latina de la Academia de la Historia. 


 

 

domingo, 17 de diciembre de 2023

EL JUBILEO DE SAN VICENTE (1720).


Pocos pueblos pueden presumir, como hacemos nosotros hoy, no de uno, sino de dos Jubileos Perpetuos otorgados por el Papa Clemente XI para dos de sus festividades principales. El 18 de febrero de 1720 el libro de actas de la Cofradía y Hermandad de la Santa Misericordia de Lucena del Puerto recogía el siguiente acuerdo de boca de su administrador eclesiástico, el clérigo de menores Don Rodrigo Ximénez Cruzado, en presencia de su hermano, el párroco Don Alonso, el mayordomo, Don Manuel Ruiz, y el Escribano Público, Don Francisco Hernández Carruchena:

".... Les fue echó saber por el dicho administrador que Don Francisco Cazallón, notario de la audienzia notarial de Sevilla y curial de brebes de Roma, como tenía en su poder una bula y despacho de Roma que contenía un jubileo perpetuo de grasia para dicha hermandad, y otro para el pueblo el día del señor San Visente, Patrón de dicho lugar. Cuios jubileos abía sacado en nombre de dicho administrador para la dicha hermandad, que remitiese su importe que era diez y seis pesos escudos".

Un acta posterior, de mayo, nos informa de la recepción de los documentos que fueron pagados a partes iguales entre la hermandad y los hermanos, señalando que "era nesesario que la hermandad señalase un  día festibo en que la hermandad hisiese la fiesta prinsipal, que abía de ser para siempre Xamas. Y asimismo otros quatro días festibos o feriados para que en ellos se gaste el jubileo, de más de dicho día de fiesta  prinsipal, de cuia Bula leió el dicho cura un traslado que contenía las grasias dichas y otras muchas que constan dél....".

No conocemos aún el contenido de los documentos, pero fueron otorgados en forma de Bula papal o Breve, que para nuestro caso es lo mismo, puesto que ambos documentos refrendados por el sello del Pescador  tratan asuntos de fe referidos a un solo tema, aunque diferenciados por su extensión. De la misma manera, podemos suponer, al tratarse de jubileos de gracia, que otorgaban indulgencia plenaria para el pueblo durante los cinco días festivos refrendados, es decir, los pecados cometidos en este tiempo eran redimidos bajo ciertas condiciones por los representantes de la Iglesia, en este caso, el Papa.

Para los luceneros, con unas tradiciones tan arraigadas y un Santo tan singular, el Jubileo Perpetuo supone un espaldarazo a la tradición. Hace más de 450 años, en el tercer tercio del siglo XVI, la parroquia de Santa María del lugar de Lucena pasó a denominarse de San Vicente Mártir y debió iniciarse la tradición. Por la documentación de archivo sabemos que la fiesta consistía en la Función Principal, o Función de Iglesia, la colocación de un monumento (bajada del Santo) y la Procesión, de la que no sabemos absolutamente nada. A partir de 1720, tras el Jubileo, se adquirieron unas andas, pintadas en colorado, el color del Santo, y se amplió la fiesta a esos cinco días feriados, además de introducir novedades interesantes como los toros en enero (la función de vacas) y los fuegos artificiales en la plaza. Trescientos años después seguimos celebrando y haciendo lo mismo, aunque algunos notamos un cada vez mayor desapego a unas tradiciones que, aun admitiendo la necesidad de adaptación a los tiempos, como se ha hecho siempre, en lo esencial, deben permanecer inamovibles. Y hoy, como hace 450 años, San Vicente es, y debe seguir siendo, nuestro fiel protector, consuelo, y padre de los luceneros.

No podemos dejar pasar esta breve reseña para recordar el segundo de los Jubileos, el de la patrona de la Caridad o la Misericordia, a celebrar el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María y función principal, y los cuatro días restantes para “gastar”, los tres días últimos de Pascua de cada una de las del Señor y el de los Dolores de la Virgen, respecto a su advocación exacta de Nuestra señora de Quinta Angustia, según se recoge expresamente en la regla de la Hermandad. Como quiera que los hermanos costearan a medias ambos jubileos, las esposas reclamaron obtener las mismas gracias para sí, no quedando más remedio de admitirlas de hermanas y cobrarles tres reales de limosna por razón de entrada. Sus nombres fueron asentados al final del libro de actas, por lo que conocemos a los que costearon las Bulas y los responsables del Jubileo:

 

“Primeramente Doña Elvira  García, mujer de Isidro Barba.

Doña Paula María Maldonado, mujer de Cristóbal Hernández.

Doña Josepha de Jesús Barba, mujer de Juan Cardeña.

Doña Beatriz García Márquez, mujer de Don Juan Díaz de la Cruz, escribano.

Doña Beatriz García, mujer de Manuel Ruiz.

Doña Ana Hilasa, mujer de Pedro Ruiz, Alcalde.

Doña Isabel Carrasco, mujer de Esteban Martín.

Doña Juana Domínguez, mujer de Diego Ruiz.

Doña Ana Guerrera, mujer de Nicolás García.

Doña Isidora María, mujer de Manuel de Cabrera.

Doña Beatriz Ximénez, mujer de Pedro Carrasco.

Doña María Barba, mujer de Alonso del Álamo.

Doña Inés García, mujer de Severino de Vega.

Doña María Domínguez, mujer de Marcos Masías.

Doña Francisca de Cabrera, mujer de Joseph Ruiz.

Doña Josefa de la Consepzión, mujer de Pedro Custodio.

Doña Josefa María Garrochena, mujer de Sebastián Carrasco.

Doña Leonor García, mujer de Francisco Fernández el menor.

Doña María Rosa de Cabrera, mujer de Vizente Barba

Doña Inés Gómez, mujer de Juan Moro”

Veinte hermanos y hermanas, mayoritariamente labradores adinerados, entre los que es fácil reconocer las estirpes mayoritarias de los Cabrera, hidalgos, los Barba y Coronel, ricos propietarios muy religiosos, los Ruiz, mayordomos de fábrica de la parroquia, o los Díaz de la Cruz, sacerdotes y clérigos de menores, todos ellos emparentados entre sí, padres, hijos y hermanos, lo más granado de la alta sociedad local.

viernes, 8 de diciembre de 2023

EL AUTENTICO DESCUBRIDOR DEL DOLMEN DE SOTO

 

A mis amigos de Bonares, Pepe García, Pepe Gómez, Benjamín,

Diego Camacho, Cristóbal y Manolo, los mantenedores de la

 Historia de su pueblo, que tan bien me tratan y tanto me enseñan.

Se llamaba Manuel Guijarro Román y es, sin lugar a dudas, el auténtico descubridor del Dolmen de Soto en aquella lejana fecha de 1924, de la que se cumple este año el centenario. Así relata en una carta Armando de Soto, propietario de la finca, el descubrimiento:

“En dicho cabecillo (del Zancarrón) acababa yo de construir de nueva planta la casa del guarda de La Lobita y recordé que el maestro albañil me había dicho que en algunos sitios se había ahorrado el profundizar los cimientos por haber dado en piedra casi a flor de tierra. Interrogado el maestro albañil Manuel Fuentes, de Lucena del Puerto, que allí holgaba por ser el día 1.o de año (1923), me aseguró que a medio metro de profundidad y tangente al cimiento, había visto una piedra muy grande. Cogió la espiocha y, dicho y hecho, antes de un cuarto de hora me descubrió, a 95 centímetros de la superficie, la extremidad de una piedra horizontal. Con la natural emoción nos pusimos todos a ayudar y en una hora, o poco más, logramos descubrir como un metro largo de la piedra que me figuraba ser tapamento de la sepultura del sabio moro. Basto por hoy le dije a Manuel Fuentes, que es un día muy grande para trabajar.”

 Manolito “Fuentes”, este era el apodo por el que gustaba ser llamado, era también mi bisabuelo por parte paterna, padre de mi abuela Antonia Guijarro Molina, la primera persona que me relató de viva voz algunas vicisitudes de su vida en una de la visitas que le hacía con mi hijo Carlos, único biznieto al que conoció, cuando ya superaba los noventa y tantos. He de confesar que, al principio, no presté demasiada atención a la historia. Mi abuela, una persona muy jovial y novelera hasta los últimos días de su vida, tenía imaginación para aderezar el relato de más y, a decir verdad, con toda sinceridad yo mismo creí que todo, o casi todo, era producto de su imaginación. Posteriormente, mis tíos, los hermanos Fortes, Antonio y Manuel, nietos del susodicho, me confirmaron la historia y me regalaron una copia del ejemplar de la publicación de Hugo Obermaier (El Dolmen de Soto. Trigueros; Huelva. Boletín de la Sociedad Española de Excusiones, año XXXII, Madrid, 1924) que sirvió de base a la edición de la Diputación de Huelva (Clásicos de la arqueología de Huelva, 1991) y que contiene la dedicatoria manuscrita de Armando de Soto que reproducimos en la fotografía.

En numerosas ocasiones tanto mis tíos como yo mismo hemos intentado documentar la vida de Manuel Guijarro, sin resultados apenas significativos. La documentación que obró en poder de la familia, incluido el original que dio pie al facsímil de la Diputación, han desaparecido, por lo que no nos ha quedado más remedio que acudir a la fuente oral de aquellos que lo conocieron, o contaron sus andanzas, aunque las versiones no son para nada coincidentes. La escasa documentación que poseemos, confirma parcialmente algunos de los extremos de su vida, que no obstante, no quedan demasiado claros.

Manuel Guijarro Román nació en 1874 en Grazalema (Cádiz), hijo de Juan Guijarro Mateo (+ 1913, Lucena del Puerto) y Dolores Román Candil. Según el relato de mi abuela, emigró joven con toda la familia a Rio Tinto, un dato inexacto porque una de las  actas de matrimonio de los hijos manifiesta que era vecino de Nerva, localidad en la que debió conocer a mi bisabuela, María Consuelo Molina Macías, un año menor que él, entre 1898 y 1900. La información oral disponible sugiere que Consuelo podría ser natural de  Niebla, donde tenía familia, y marcho como otras tantas mocitas de la época a “servir” en casa de los ingleses donde conoció a su futuro marido. Como hipótesis de trabajo, en la familia no se descarta que se conocieran en Niebla, localidad con la que Nerva mantenía grandes relaciones y desde donde se abastecían las minas con los productos de la tierra y el vino de Bonares, como muy bien ha demostrado en tantas ocasiones mi amigo José García Díaz en su blog.

La familia paterna con toda seguridad emigró de Grazalema después de 1886, fecha de nacimiento de la menor de las hijas, y se componía, además de los citados de dos hermanas, Isabel (N1886) y Mercedes (1883-1968), esta última soltera.

La villa de Grazalema constituye una tierra de tradición migrante por las escasas posibilidades del medio. Sin embargo, según mi abuela, el motivo de la emigración fueron serios problemas con los Migueletes, cuerpo oficialmente disuelto con la creación de la Guardia Civil en 1844, que no obstante, se mantuvo en algunas demarcaciones del Norte y, tal vez, en serranías de tradición bandolera como la nuestra  para la protección del campo y los caminos.

Dedicatoria de Armando de Soto
La familia regentaba una posada en la calle de las Fuentes, de la que derivó su apodo, pero también era contrabandista, o alojó contrabandistas en su posada, según otra parte de la familia, lo que le acarreó serios problemas con los guardias que les amenazaron de muerte. En secreto, vendieron todos sus bienes y el importe obtenido lo emplearon en 7 mulas y  artículos de contrabando de Gibraltar. Y, obviamente, acudieron al lugar donde en esa época vivía una numerosa colonia de ingleses que añoraba sus productos y sus caros artículos de lujo como el chocolate, el azúcar o el Té, la villa de Riotinto, que ahora sabemos que era un genérico para referirse a la zona minera, puesto que ellos procedían de Nerva. Allí conoció a la bisabuela y allí debieron casarse, puesto que el Archivo del Juzgado de Lucena no registra acta.

Transcurrido unos años, según el relato familiar, Dolores de quejaba de la lejanía de su familia y aprovechó el primer parto para proponer el traslado a Lucena. Así nació Antonia, en 1901, a la que siguió María Dolores (1904), Juan (cuyo registro no ha sido localizado, y murió soltero) y María (1913). Y aquí caso también la hermana Isabel, que tuvo una hija en 1912, y vivió Mercedes la hermana soltera. Es más, el padre Juan Guijarro creemos que está enterrado en una de las sepulturas familiares del cementerio Municipal. Vivieron en la calle Sánchez Gómez y Emilio Castelar.

Sabemos además que Manuel Guijarro compró en Lucena del Puerto tierras de campiña, tal vez procedente del capital familiar, y que participo en la construcción de la capilla del Sagrario de Lucena como albañil a finales del siglo XIX. Sabía leer y escribir, algo poco habitual para la época entre los albañiles y agricultores de la zona.

En la fecha del descubrimiento del Dolmen de la Lobita, así lo denominaba mi abuela por el nombre de la finca, contaba 50 años. Recibió en vida el homenaje de Obermaier y Armando de Soto, que le dedicó el libro, pero además recibió un diploma de reconocimiento de la Casa Real, en concreto de Alfonso XIII, que hoy por desgracia se encuentra perdido. Tanto el libro como el diploma fueron custodiados durante años por la familia Fortes, el ultimo tenedor fue el poeta  Manuel Fortes Guijarro, quien al parecer lo prestó para la reproducción y no llegó a recuperarlo. Según manifiesta el estudio de Obermaier colaboró posteriormente en la excavación del Dolmen, y al parecer, y según relataban sus descendientes, es el responsable de la desaparición del ortoestrato que falta en el dolmen, bastante grande y pesado por cierto. Si usó o no dinamita eso lo dejamos para los especialistas, aunque la familia dice que sí, aunque hubo que mantenerlo en secreto por lo delicado del asunto.

Manuel Guijarro Román murió en Lucena del Puerto en fecha indeterminada de una gangrena en un testículo motivada por un golpe. Descansa en paz arropado por sus descendientes en nuestro cementerio.

domingo, 3 de diciembre de 2023

EL AÑO EN QUE LAS INFANTAS VISITARON LA HACIENDA DE LA LUZ

 

Cuenta Francisco Zambrano en su libro dedicado de Pérez de Guzmán (Don José Pérez de Guzmán y su fandango, Diputación de Badajoz, 2008), que cuando pidieron a al caballero cantaor que cantara para las Infantas en el hotel Alfonso XIII de Sevilla se negó rotundamente porque no lo consideró adecuado. No cometió una descortesía, más al contrario, invitó a las ilustres señoras a visitar su hacienda donde con gusto actuaría para ellas en una fiesta campestre.

Infanta María Luisa

El periódico el Liberal de Sevilla (año XXV, n 8010, de 17 de mayo de 1925) recoge esta visita de las infantas Doña María Luisa, princesa de Orleans y segunda esposa del Infante Carlos de Borbón y Borbón, y la Infanta María Isabel, hija del primer matrimonio de este con la Princesa de Asturias María Mercedes de Borbón, hija de Alfonso XII, y por consiguiente hermana del Rey Alfonso XIII que en ese momento ocupaba el trono de nuestro país.

El Liberal, con el que parece tener buenas relaciones Pérez de Guzmán, tal vez políticas, recoge la presencia en lo que denomina “lucida fiesta andaluza” de los más granado de la sociedad onubense y sevillana, citando a numerosas señoritas hijas de políticos (tanto republicanos como monárquicos), empresarios y aristócratas, además de ganaderos como Clemente Tassara que lidió una de las reses que se mataron. La otra de las reses la mató, según la noticia, el cantaor, del que conocíamos sobradamente sus aficiones taurinas, aunque no su oficio de lidiador, auxiliado nada más y nada menos que por el torero-poeta Ignacio Sánchez Mejías que banderilleó la res. También torearon becerros los señores  Osborne, Pedro Pérez de Guzmán, Pedro el Almirante para los luceneros, posteriormente Alcalde de Huelva, y los señores Fernández, Pickman y Morube, miembros de la aristocracia Sevillana, todos ellos “valientes y acertados” con los becerros,  y un buen indicador de las relaciones y el nivel social de los Pérez de Guzmán, especialmente de Pepe que se movía bien los círculos de poder sevillanos.

La fiesta resultó par el cronista social del periódico divertidísima, “la señora Pérez de Guzmán y sus hijos hicieron los honores a sus distinguidos invitados con proverbial amabilidad y galantería”. Como testimonio quedó una foto de Ignacio Sánchez Mejías capoteando un becerro que ya publicó Francisco Zambrano en 2008. No sabemos si existen otras fotografías  del evento en poder de la familia.