miércoles, 18 de mayo de 2016

El inventario del zapatero-especiero.

Esteban Rodríguez, vecino de Niebla y residente en Lucena otorgó testamento ante Blas Hernández, escribano público y del cabildo, el  6 de agosto de 1635.  El documento tiene poco de particular; ordena su entierro, según costumbre, en la parroquia de San Vicente, con las  misas de rigor por su alma, deudos, y esposa difunta,  esta  última, ofrendada con un medio almud de trigo y dos cuartillos de vino.
Sabemos que era zapatero por la larga relación de pequeñas deudas que contiene, “todos los quales me deben de calsado y espesias y cosas de mi tienda. Nombra por heredero universal de sus bienes a su nieto y a Simón Luis, su hijo, y de su legítima mujer María Gaga, casi con toda seguridad ausente, puesto que sus albaceas, el Capitán Antón Domínguez Limón y el cura Mateo Gómez Pancho, ordenan levantar inventario de sus bienes el mismo día 7 de agosto en presencia de testigos.
Y es aquí donde comienza lo interesante porque a través de ellos, obtenemos el pulso real del oficio en este mundo rural siempre tan limitado y con escasez de artesanos. Los útiles descritos, mezclados con los personales, que omitimos, y repartidos por dos domicilios, son los siguientes

“Primeramente un pedaso de suelas de serrada (baca) entero y otro pedaso de pellejo, también de suelas, de la ijada.
.....
Yten veinte y una hormas de sapatero y el boj.
Unas tijeras y un tranchete, y unas tenasas. Otro tranchete. (Chaira, cuchilla de zapatero)
Un libro de quentas y unas escribanías.
Dos suelas nuevas y una lima, y tres alesnas, y una aguja, y cuatro brocas, y una banqueta de quatro pies y un barril de echar aguardiente.
Yten unos sapatos de baqueta buenos y unas calsas de paño que traía prietas.
Un asperón (piedra de amolar) y otra horma pequeña.
.......
Yten otra cajeta serrada y en ella un papel con alquitina (goma)
Yten una madeja de hilo casero de haser sapatos.
Yten un lio de sintas asules de hilo.
Yten nueve pares de calsas de niño. Una cajeta de Milán vasia.
......
Un canuto con sinco gajas de sapatero”.

El género de la tienda y el propio concepto de la misma, puede sorprendernos, por su precariedad.  El género se presenta en forma de “caseta de tienda cerrada, es decir, según entendemos, una especie de muestrario más o menos plano compuesto de casetones  o “cajetas”, donde se diferencia el producto y se clasifica. Obviamente, también se facilita el transporte a domicilios y a ferias, que las había, para lo cual el zapatero posee un borrico de color rucio bueno de carga. Abierta en presencia del albacea contenía lo siguiente:

“Un manojo de sintas moradas, otro de sintas blancas, el marco de pelar.
......
Un canutillo con agujas, un papel arrebujado con un poco de hilo portugués, otro manojo de tiretas de hilo azul para petos de mujer, otro papel con tres retasos de puntas y dos madejas de (ilegible), un rebujón de hilo asul para coser = en un cofresillo, seis dosenas de botones de seda de diferentes colores..... un manojo de obenillos de hilo.
Otro papel de seda para coser de color, un poquito de hilo asul de labrar, otro poco de hilo para coser de color asul.
...... otro papel con puntilla de hilo. Otro papelón de listones de diferentes colores. Otro papel de cordonsillos, otro de sintas delgadas de hilo encarnadas.
Otro papel de hilo enasijado, otro papel de hilo blanco de coser las teleguillas, sin cominos, tres topillos, una taleguilla con espique y de husema, otro pal de hilo blanco de coser”.

Y en casa de Martín Alonso Cardeña se hallaron los bienes siguientes:

“Yten otra cajeta serrada....
Yten un lio de sintas asules de hilo. Otro pal  lleno de alumbre.
Yten nueve pares de calsas de niño. Una cajeta de Milán vasia.
Una esportilla vasía de palma y un cohillo.
Una presena de hombre
.......
Un papel con seda asul y berde de uso.
.......
Y el capitán llevó la llabe, abriose otra cajeta y en ella se halló lo siguiente;
Unos sapatos de badana blancos y unas suelas de niño”

Queda la especiería, repartida por todo el inventario e igualmente interesante porque nos informa de la alimentación. Un poco de jengibre en un papel, un poco de azafrán en una caja de Milán, una caseta con clavo y canela, y en una olla culantro (cilantro) y otra olla de mostaza, que como el azafrán, aunque más comunes en esta época, y posiblemente más baratos, eran productos de importación en la zona. Aparecen también una olla de espigue (que podría ser espliego) y alhasema (¿alhucemas?, lavanda), ambas plantas aromáticas y con posible uso alimentario que también aparecen en el inventario de la zapatería (una taleguilla de espique y de husema), y otra olla de agrejas (acedera) una planta que se empleaba como condimento por su sabor ácido parecido al vinagre. Completa el inventario un peso de “pesar asafrán”, que por las características del producto, debía ser balanza, y de cierta precisión. No se incluye el alumbre, que se usa en la industria, la farmacopea y el tinte, y obviamente, tenemos dudas sobre la venta de unas  plantas aromáticas que en el mundo rural conocían todos, aunque podría tratarse de plantas recolectadas para su exportación.
En el inventario no aparece la pimienta, una especie que nos consta era habitual y usada. La razón es muy simple, era una mercancía estanca cuyo comercio otorgaba la corona en el reino de Sevilla a un administrador que a su vez nombra a factores locales. En 1607 el nombramiento recayó por primera vez, que sepamos, sobre Pedro Salvador para que “dentro de los doze días primeros de junio se traiga y tenga pimyenta en su casa para el dicho efeto de venderla en este lugar, lo qual asete y cumpla....”. En 1620 el ramo de la “prieta” (negra) lo obtuvo en arrendamiento por cuatro años Martín Alonso Reales, obligado a adquirir libra y media anualmente (690 gramos) a precio de compra de 8 reales la libra. Desconocemos el precio de venta de estos productos, pero desde luego no debió ser barato, aunque el bajo peso de las especies las hacía asequibles a la mayoría en pequeñas cantidades. En cualquier caso, su precio disminuyó a lo largo del siglo XVII.
Finalmente, el especiero tenía alguna curiosidad más. El inventario de sus bienes reseña un libro de Fray Luis de Granada, único que posee tales efectos con alguno de los párrocos de la localidad. La existencia de libros de cuentas y papeles en el propio documento demuestra que sabía leer y escribir, y esto sí que constituía una auténtica rareza en este mundo tan rural y tan limitado.


domingo, 15 de mayo de 2016

Jugar el toro.

En junio de 1632 Martín Álvarez, Antón Carrasco, y Juan García,  vecinos de Lucena,  se obligan a pagar a Don Lorenzo de Ávila y Estrada, contador mayor del Duque de Medina Sidonia, y a Juan Rodríguez Miranda, su hacedor, ambos vecinos de San juan  del Puerto, 100 reales de resto de una cuenta de:

Tauromaquia de Goya
“.... de un toro que el año pasado se le murió por achaque de aberlo traído con otros a jugar a este lugar, y aunque por parte del cabildo deste lugar, y por la nuestra, se consertó con el dicho Juan Rodríguez Miranda en tresientos reales, los otros dosientos se los tenemos ya pagados y satisfechos con una libransa que le abemos dado, que bale dosientos  reales para que se le paguen de los propios del Cabildo deste lugar...” .

Antón Carrasco, aunque no lo manifiestan en la escritura de obligación, era Alcalde Ordinario de este lugar, y junto con Martín Álvarez, había sido nombrado diputado el 3 de agosto de 1631 para la fiesta de la Luz, fecha en que se inutilizó el referido toro:

“... Para el día de Nuestra Señora de agosto que viene de este año se haga fiesta, y se  mate y agorroche un toro, y se peze y reparta la carne entre los bezinos, y si algo quebrare, se pague de los propios del Cabildo.... y que se juegue el toro el sábado venidero para el gasto de la carne”.

Nos consta el negocio de bueyes y bacas de arada del  Duque en las dehesas de Almonte y en el Bosque de Millares, algunas de cuyas escrituras de obligación nos han llegado, puesto que el pago solía ser en diferido, aunque no el ganado bravo. Y es que, en estas tempranas fechas, el ganado bravo no se criaba separado de los bueyes y bacas de arada, y esta era una actividad propia de grandes hacendados que disponían de las dehesas y prados necesarios. Es a principios del siglo XVII, cuando se crea la Real Vacada de Aranjuez, para nutrir las fiestas de los reyes y de la villa de Madrid,  y es ahora, cuando algunos individuos empiezan a vender toros para espectáculos, en cuyo concurso es fundamental la labor de los carniceros como conocedores del ganado. En este sentido, en agosto de 1633, el obligado de la carnicería de Lucena, Alonso Domínguez Gil, manifiesta al cabildo que,

“... quiere comprar un toro para que se juegue en este lugar el sábado venidero, que es bíspera del día de Nuestra Señora, y por qué el dicho Alonso Domínguez a pedido se reparta la carne del dicho toro entre los bezinos, y que la fiesta se haga en nombre del Cabildo, por tanto, acordaron que se haga dicha fiesta y que se reparta la carne del dicho toro entre los bezinos, y si para pagar la cantidad que costare el toro faltare algún dinero que se supla y lo pague el Consejo. Y para que cuiden de esta fiesta nombraron por diputados a Juan Bermúdez, regidor, y a Sebastián Rodríguez Blanco, para que se hagan las fiestas más bien, se hagan barreras en la plaza y traygan a peones”.


Estas citas constituyen, por el momento, las primeras referencias taurinas de nuestros archivos. Veremos que depara el futuro en lo que está aún por investigar.

jueves, 12 de mayo de 2016

El inventario de pesos y medidas.

El 27 de enero de 1631 el Alcalde Ordinario de este lugar de Lucena del Puerto, Antón Carrasco, hizo comparecer al Mayordomo del Cabildo, Alonso Domínguez, para entregarle los pesos y medidas en presencia del escribano público y testigos. Entre sus obligaciones estaban su guarda y custodia en su casa durante un año, su verificación y la entrega a cualquiera que lo exigiera para la comprobación de las transacciones comerciales.  Los medidas entregadas eras  los siguientes:
 
Medida de un quartillo  para de trigo
“El marco del Consejo, que pesa una libra, con su quarta, onzas y adarmes.
Una bara de medir con su caxa y dentro en ella.
La media arroba que es de cobre y de medir bino.
La media arroba de barro de medir aseite que está machanda  (SIC).
El quartillo y medio quartillo de medir bino.
El medio quartillo de cobre de medir aseite.
Una peza de hierro que peza dos libras, otra que peza una libra, otra peza que tiene o peza media libra.
La media fanega de tabla de medir trigo.
El Almud y quartillo y medio almud de tabla”

Y Alonso Domínguez las recibió y se obligó a entregarlas cada vez que se las pidan  y “si alguna pieza faltare, la pagará con su persona y bienes que para ello (se) obligó, y dio poder a las justicias de su Magestad que desta causa conoscan para que por  todo rigor de derecho le compelan y apremien a la paga y cumplimiento de lo que está dicho como por sentensia y cosa jusgada”. Nos consta, también por escrituras, que el cabildo pagó al comerciante Francisco González en 1630 cuatro reales por llevar los pesos y medidas a la capital para verificarlos, como manda las ordenanzas de 1504:

“... mando que el almotacén de la dicha mi villa e Niebla tenga el marco de las medidas de trigo e vino e aseite e de todas las semillas e varas e pesos e pesas, y que todos los almotacenes de todo su condado e tierra sean obligados de quatro en quatro meses, conviene a saber, primero de henero,, e primero día de mayo, e primero día de septiembre, vengan a la dicha villa de Niebla e traygan sus medidas e pesas a las requerir con el dicho Almotacén de Niebla, e así requeridas o llevadas de nuevo, si no las huviesen  tenido, señaladas con señal de fuego o de golpe de fierro, que sea señal conocida, la qual mando que tenga el almotacén de Niebla perpetuamente, e que no se mude la dicha señal, y le pague cada almotacén de los dichos pueblos los derechos que el dicho arancel o tabla contenidos, e los dichos almotacenes de los dichos lugares de tierra de Niebla, luego que fueren a los dichos sus pueblos, requieran las medidas e pesos como en la dicha ordenanza e arancel es contenido, llevando por las ver e tornar a sellar los derechos que el dicho arancel contenidos.”

Eran estas las funciones del Almotacén, vigilante de las transacciones comerciales, o del Fiel Ejecutor, también guardián  de pesos y medidas y las “cosas e ofisios de los dichos mis pueblo”, no del Mayordomo, que se ocupaba de la defensa de los bienes comunales y de propios, y la gestión económica del Cabildo. Todos, no obstante, eran oficiales municipales, por lo que posiblemente la falta de atractivo económico de estos oficios, pues cobraban de las multas y sanciones, motivara el abandono de los nombramientos y  el traspaso de sus obligaciones al otro cargo. El almotacén no tenía otras funciones, custodiar los pesos y medidas para dárselos a quién los pida, previo pago del correspondiente arancel, y comunicar al fiel ejecutor  o a al justicia, los malos usos y el fraude. 
Los pesos y medidas contenidas en el inventario no son los estándares y parece que sufrieron pequeñas variaciones a lo largo del tiempo. El denominado marco del Consejo, base de las unidades de peso, no es tal, lo es del Condado, y aun así, no ha sido fácil obtener las equivalencias por las numerosas variaciones temporales. Faltan algunas unidades de medida especiales, como la de los esparteros para redes y azadales, la denominada "vara de ocho palmos tirados", que no sabemos si es la misma que la normal, o la "gavera" de los adobes, según la medida de Sevilla, que no está, y era también su competencia.  En alguna de ellas, ofrecemos más de una alternativa, y debe tenerse en cuenta que al tratarse de unidades de medición de volumen varían el peso según el producto, por ejemplo, la fanega e trigo pesa 43,247 gramos, mientras la de cebada solo son 32,205 gramos.

Marco del Consejo:
Libra: 460 gramos de peso, compuesta de 16 onzas.
Onza: 28,75 gramos de peso, compuesta de 16 adarmes.
Adarme: 1,79 gramos.
Quarta: 115 gramos, compuesta de 4 onzas

Unidad de Longitud.
Vara castellana: 0,836 metros.

Unidades de medición de vino.
Arroba: 16,133 litros
Media arroba: 8,06 litros
Quartillo: 4,033 litros, cuatro cuartos componen una arroba.
Medio cuartillo: 2,016 litros.

Unidades de medición de aceite:
Arroba: 12,563 kilos.
Media arroba: 6,21 kilos.
Medio quartillo: 1,57 kilos (mitad de 1 quartillo, 3,14 kilos, cuatro de los cuales  componen una arroba). Sin embargo, también se denomina medio quartillo a la mitad de un cuarto de litro de aceite que pesa 129 gramos)
.
Unidades de medición de trigo:
Fanega: 55,501 litros, compuesta de 12 celemines.
Media fanega: 6 celemines.
Almud: 4,625 litros, equivale a 1 celemín.
Quartillo: 1,156 litros, cuarta parte de un almud
Medio Almud: medio celemín, 2,312 litros.


domingo, 8 de mayo de 2016

El patriótico ofrecimiento de la Primera Guerra de Marruecos.

La llamada guerra de África o Primera Guerra de Marruecos (1859-1860) despertó un amplio ardor patriótico por toda nuestra geografía que tuvo su reflejo en la Prensa y en la documentación oficial de la época. Esta primera guerra colonial en estas tierras se inició con uno de los habituales ataques de las tribus rifeñas a Ceuta, que fue aprovechado por el Gobierno O´Donnel para mejorar la imagen exterior de España, y beneficiarse políticamente del ambiente generado.
Publicación del BOPH con la lista del donativo
para los muertos en la Guerra de África
El castigo a los culpables, que ofreció el sultán de Marruecos, no pareció suficiente al gobierno español. Un cuerpo expedicionario de 45.000 hombres inició la invasión por Ceuta en Diciembre, y aunque se trataba de una expedición mal pertrechada, preparada y dirigida, bastó la superioridad militar española que concluyó, cuatro meses después, con la toma de Tetuán y el tratado de Wad-Ras. El número de bajas españolas se cifró en 4.000, aunque la mayor parte de ellas no lo fueron en combate.
Una ola de patriotismo y ultranacionalismo recorrió nuestro país de norte a sur. Desde que estalló la guerra, el Boletín Oficial de la Provincia de Huelva (BOPH) publica numerosas donaciones de particulares. El número 22 de 20 de febrero de 1860, continuando la lista de donativos hechos para la curación de los heridos de la guerra, contiene la relación de otorgantes de Lucena del Puerto de 2 libras y 29 onzas de hilo y  20 varas de vendajes, 129 arrobas de vino y lo que es más importante, 1620 reales para “el soldado, carabinero o Guardia Civil que se inutilice en la guerra de África, o para su familia en caso de muerte”.
Las actas del Ayuntamiento de este año prácticamente no aluden a la guerra. El único acuerdo al respecto es la compra de la obra Crónicas de la Guerra de África de Emilio  Castelar, ilustrada con láminas de gran tamaño por José Vallejo, "que se haya en el teatro de operaciones". Los ocho números mensuales, con un coste de 18 reales, contribuirán en las actuales circunstancias, según la corporación, a

recoger los hechos y consignar las glorias que alcance nuestro ejército y el pueblo español en las guerras comenzadas, conservándolos en el archivo de esta municipalidad para que en todo tiempo muestre a los vecinos de esta villa las hazañas de sus hijos, los sacrificios del pueblo y para que les sirva de lección, asentando el sagrado deber de defender a la patria”.

El BOPH número 48 de 20 de abril consigna la creación de una comisión en Lucena para los hijos que se inutilicen en la guerra compuesta por el Alcalde, el cura, el médico y varios concejales, pero la guerra terminó a finales de este mismo mes. Habrá que esperar hasta agosto de 1862 para que el Gobierno Militar de la Provincia, a través del BOPH, cite al soldado Lucenero licenciado Juan Martín Macías para recoger una cédula y una medalla remitida por los jefes de su cuerpo. Los acuerdos de quintas de estos años no recogen los sorteos y los cupos. De los muertos y la suscripción, nada sabemos hasta finales de 1863, en que el secretario municipal recoge una misiva del Ministro de la Gobernación de 29 de febrero de 1860, comunicando la siguiente Real Orden:

La reina, que Dios Guarde, se ha enterado de la comunicación de V.S. de fecha 11 del actual, participando que varios vecinos de Lucena del Puerto ofrecen mil seiscientos veinte reales para socorrer de soldados, carabineros o Guardia Civil de dicha población que se inutilicen en las guerras de África, para sus familias en casos de muerte, y de no alcanzar esta diligencia a ningún de ellos, para que sean entregados al más imposibilitado que haya en la provincia procedente de dicha campaña y he tenido a bien mandar de V.S las gracias en su Real nombre a las expresadas vecinos por tan patrióticos desprendimiento, lo que traslado a V. para conocimiento y satisfacción de los vecinos que han contribuido al donativo de que se trata.....”
 
Soldado de infantería
Primera Guerra de Marruecos
La corporación queda enterada y consiga en el propio acta los patrióticos ofrecimientos publicados en el boletín para “nuestras glorias de armas”, copiando, a continuación, la lista de los suscriptores de vendajes y de vinos, en este último caso, haciendo constar que  “los entreguen U.S. a las autoridades militares del distrito para el destino que proceda, dando cuenta a este ministerio de haberlas verificado” ,..... ! dos años después de finalizada la guerra ¡. A continuación, toda vez que se ha dado el caso previsto en el donativo de los 1620 reales,

“... por haber fallecido el soldado Vicente Molina Herrera, del Regimiento de Infantería del Príncipe, número tres, el veinte y seis de diciembre de mil ochocientos cincuenta y nueve, de resultas del cólera morbo, perteneciendo al ejército de África, en el hospital militar de Ceuta, dejando a su madre, Joaquina Herrera Macías, viuda y pobre, vecina de esta villa, por cuyo cupo fue soldado el expresado su hijo, y  Nicolás Arozarena Macías, soldado por el cupo de esta villa, de la tercera compañía, del primer batallón del Regimiento de Infantería de San Fernando, número once, muerto también el veinte y cuatro de enero de mil ochocientos setenta en el hospital militar de Málaga, enfermedad de cólera morbo, pertenecientes al ejercito de África, dejando a la vez a su madre Vicenta Macías Ramírez, viuda y pobre.....

Según las órdenes comunicadas por el gobernador Militar de la Provincia en agosto de 1861 correspondía a la familia de cada uno de ellos una pensión anual de 730 reales, el llamado precio de la sangre de los reclutas del cupo, estipendio  determinado por la Ley de Recompensa Militar, que aunque nos resulte paradójico, establece las condecoraciones, méritos y medallas, por un lado, y los correspondientes haberes y pensiones militares por otro. El municipio, por su parte, nombra al Alcalde como comisionado para formalizar el donativo, y luego de verificadas las muertes, hacer entrega en acto público de la mitad de los expresados 1620 reales a cada una de las madres, y comunicar extremo, en seis días, al Gobernador Civil. Un decreto de Alcaldía, copiado en actas, establece los derechos “a Joaquina Herrera, por el recibo de la mitad del donativo, y la partidas sacramentales de defunción, que asimismo se lo da a Vicenta Macías, para que en todo tiempo conste y obre sus efectos”.

La sangre de los hijos de las clases sociales menos desfavorecidas regó ampliamente las tierras africanas, aunque en esta campaña el cólera mató más que las balas rifeñas. Con la Ley de reclutamiento en la mano las clases poderosas quedaban liberadas del servicio militar mediante una cantidad de dinero, la redención en metálico,  la sustitución hombre-hombre o los seguros de quintas que a partir de mediados de siglo avalaban las propiedades de los no tan ricos. En 1859 costaba redimirse unos 6.000 reales, por lo que sólo los jóvenes que no contaban con medios suficientes acabaron pisando el Rif y componiendo los cupos de las villas.