domingo, 30 de julio de 2017

La casa del Bosque.

Entrada principal de la hacienda San Agustín 
Son varias las entradas que hemos dedicado al bosque de Millares (hacienda San Agustín) y es habitual que aparezcan escrituras de arrendamiento y compraventas de la heredad. Este tipo de escrituras suelen ser muy específicas en los asuntos que le atañen y muy parcas en el resto de información, por lo que suelen dejar numerosas lagunas que hay que cubrir con otras informaciones o deducciones.

En el caso que nos ocupa, esta labor no es necesaria. Santiago Rejón se obliga con el tesorero del Duque de Medina Sidonia en julio de 1786 a elaborar 59.000 ladrillos a 80 reales de vellón cada millar para,

“.... labrar la casa, poço y pilar que de orden de dicho Señor Excelentísimo se ba a fabricar en el bosque de los Millares....”


No es pues, necesaria más aclaración, y el documento fecha la casa, la pila y el pozo del Bosque, lo que coincide con las noticias que poseíamos y con la datación estilística que se nos antojaba de este fecha. La entrega de los ladrillos, por cierto, se realizó en septiembre de ese año y el aparejo de la obra no debió demorarse mucho por lo que podemos datarla entre 1786-1787.

La Cruz Moleá

Todo suele tener explicación, aunque, a veces, resulta difícil de encontrar. En las inmediaciones de Lucena se alude históricamente a varios “muladares”, uno de los cuales se localizó hasta fechas no muy alejadas en el tiempo al final de la calle del Castillo. La acepción histórica del término debe ser entendido como basurero donde los vecinos tiraban enseres, muebles y cachivaches en desuso, además de basura, según se puede desprender del análisis de la documentación, y tal vez, algún animal muerto (la acepción real etimológica).

Al fondo, tras la fuente que apenas se aprecia la Cruz Moleá
Estos eran los ejidos de la localidad y la confluencia de la calleja de San Sebastián, calle del Castillo y Calleja de San Salvador con la bajada al arroyo de la Pasadera y los tejares y hornos del Consejo. El topónimo como se conoce a este lugar, la “Cruz Moleá”, se nos antojaba que tal vez tuviera que ver con las piedras de molar de los tejares o con los molinos de la calle, de los que tenemos también constancia documental.
Sin embargo, un documento de 1762 nos ha aclarado el topónimo. La venta de dos partes de casa en la calle del Castillo que fue de Leonor García, por parte de Juan Martín Carrasco y Josefa García a Melchor Regidor, manifiesta al describir la casa que hazen esquina con la Cruz que llaman del Muladar”.
Y creemos que la casi desaparición de la palabra con la llegada de la vida moderna, la desaparición de los ganados de tiro y el servicio de recogida  basuras (que se inició en 1966 con la adquisición de un carro), hizo el resto. La Cruz, que era real y de las llamadas de vestir, y que los luceneros de mediana edad conocimos en uno de los árboles del Paraíso allí sembrados, se mantuvo tras la construcción de la fuente de abastecimiento (1961) y la remodelación de  la bajada a Pasadera, que concluyó en la construcción de la calle Tomillo (1990). Desapareció con la ampliación del mirador.

La función de la Cruz, parece obvia, y posiblemente nunca llegó a cumplir con el cometido para la que se colocó. Cruces, Santos y Vírgenes se colocaban en lugares conflictivos como el que nos ocupa para evitar que los vecinos los usasen como basureros, estercoleros o cosas peores. También eran hitos urbanos y rurales, en parte simbólicos, el final de la protección del núcleo, o en parte, lugares acontecidos donde se produjo algún suceso.
Y en nuestro término conocemos al menos dos ejemplos más, la Cruz de la Fuente Vieja, situada también en un árbol, recordatorio al parecer de que un rayo mató allí a un vecino, y el pino de la Cruz, cuya explicación se desconoce. El pino de la Cruz marcaba históricamente el límite de las dehesas Concejiles, el resto hasta el mar eran baldíos de aprovechamiento comunal, pero también en los siglos XVI y XVII, el hito coincidía con el lugar donde se realizaban algunas guardas de salud y hasta dónde podían a acceder los vecinos que volvían de segar de Cádiz en momentos de epidemia.

Y desde luego, no tenemos empacho en admitir que este último hecho puede ser una mera coincidencia de tiempo y lugar, como la Cruz Moleá/Muladar, pero a nosotros se nos antoja que no.

viernes, 7 de julio de 2017

Las acometidas de agua.

Desde tiempo inmemorial las fuentes del Conexo (del Cura) y la Monteruela (de la Morisca o las Pilas)  habían surtido el pueblo para beber y en los quehaceres cotidianos. Ambas estaban situadas en la dehesa,  muy próximas una de otra, sobre los manantiales naturales que bajan de la mesa del Condado en busca de las aguas del Tinto. Sin embargo, la dehesa fue adquirida en 1859 por Isidoro Urzaiz por 80.200 reales y, según podemos deducir de ello, las fuentes, aunque siguieron siendo utilizadas por los vecinos con los pozos existentes en la localidad.
Deposito de agua.



El primer proyecto de acometida de aguas contó con este obstáculo, puesto que estas tierras recayeron en sus herederos, los Pérez de Guzmán, y más en concreto, en la parte que hubo don José Pérez de Guzmán, que siempre manifestó su voluntad de cederlas a los vecinos y con el que se pudo llegar a un acuerdo económico poco antes de su muerte. Sus herederos respetaron el trato, recogido también como una de sus últimas voluntades de su propia voz por su hermano Luis, pero  obtuvieron por ello una importante exención de contribuciones, lo que unido a su filiación republicana, provocó una revocación del trato y una acusación de amiguismo político durante el primer Franquismo algunos años después.
La primera canalización de aguas desde el manantial de Las Pilas data de la Dictadura de Primo de Rivera, en la Alcaldía de D. Diego Gómez Cruz (1924-1928), segundo Alcalde del Directorio Militar, y autor también de la reforma del Ayuntamiento que se encontraba a medio edificar desde la época de la Restauración.
El proyecto de aguas se encargó al Arquitecto Provincial D.José María Pérez García y costó la nada despreciable cifra de 26.696 pesetas, cubierto con un título de deuda pública, el 138, proveniente de la desamortización de bienes de propios. La ejecución corrió a cargo del maestro D. Antonio Regidor Vivas y constaba, según las descripciones, de una fuente cubierta de la que salía una única tubería de 50 milímetros con dos caños de salida que abastecía la fuente de Santa Cecilia en la calle Carnicería, adosada al muro del Ayuntamiento y de la que no sólo tenemos constancia de fotografías, sino que se mantuvo en pie hasta la última reforma del edificio consistorial en la década de los noventa. En 1928 se declaró concluido el proyecto, debiendo el municipio fijar el precio público del agua, acordando “toda vez que beneficia los intereses del vecindario,… conceder gratuitamente el abastecimiento de agua”. Durante años, este fue el único punto de abastecimiento de aguas del núcleo urbano.
Sin embargo, no tardaron en aparecer los problemas. Durante la pertinaz sequía de 1939, el abuso de los vecinos obligó al municipio a poner un guarda e imponer un gravamen de cinco céntimos cada dos cántaros para satisfacer el salario del guarda. Los terribles años posteriores a la Guerra Civil, con un Ayuntamiento arruinado y acuciado de deudas, y la presumible falta de mantenimiento fueron provocando la disminución de la capacidad de la tubería y la aparición de numerosas pérdidas de agua. En 1951, las actas municipales aluden de nuevo al abuso de los vecinos al querer retirar más agua de la necesaria, proponiendo el municipio, a petición del vecindario,

“.... que se grave con un canon de diez céntimos por cántaro que exceda de los necesarios, pudiéndose calcular como gravable el tercero o cuarto cántaro que se retire por familia, según las personas que la compongan, y todo ello durante la época de estío..”.

En 1954, durante la Alcaldía del activo D. Diego García Gómez, en plena fiebre inversora y en el momento en que se pavimentan las calles, la obstrucción de las cañerías impide el abastecimiento de la localidad, por lo que propone,

“ .... visto que hay que levantar el pavimento de la calle Calvo Sotelo, el que fueran limpiando los tubos que se encuentran muy obstruidos en dicha calle y calle Fuente (Arenal), lo que sin duda aumentará el caudal considerablemente ya que en su nacimiento y aún en la Fuente Vieja, se recibe cantidad suficiente para las necesidades de la población...”.

La obra se declara de urgencia, “sin prejuicio de que se confecciones un proyecto de gran envergadura, uno de renovación de la cañería” y se consignan 5000 pesetas para la obra. En junio de ese año, las cuentas de gastos ya consigan pagos al oficial del Cabildo, D. Antonio Columbiano Oporto, para el arreglo, y en septiembre se da cuenta del proyecto presentado por el facultativo de Minas D. Pedro Mora Rodríguez para la reparación completa de la línea. La situación a estas alturas debió sufrir un agravamiento importante, puesto que se reitera la urgente necesidad y los problemas en el vecindario que sufre largas colas o tiene que desplazarse con caballerías a los pozos o manantiales del término, con los problemas de orden sanitario y potabilidad consiguientes. El proyecto se evaluó en un coste de 78.585,3 pesetas, consignando el Ayuntamiento 8000 pesetas de aportación y 4000 de prestaciones personales y transporte de los vecinos.
Sin embargo, ejecutada la obra, este proyecto se demostró netamente insuficiente, viéndose obligado el municipio a recabar ayuda y asesoramiento de la Diputación Provincial para una nueva acometida completa. Este último proyecto, el definitivo, de 1958, del que no tenemos copia en el Archivo Municipal, fue licitado y ejecutado por la Diputación Provincial por la millonaria cifra de 1.347.712,68 pesetas, e incluía, la línea, con sus casetas de registro y depósito municipal, además de la cesión de los terrenos que acabó mediando y ejecutando el propio Ayuntamiento por los retrasos provocados por la aplicación de la ley de expropiación que hicieron aconsejable otro sistema de obtención de los mismos. También, desde el Ayuntamiento se ejecutó una importante modificación en 1959, la ampliación del número de fuentes a cuatro, situadas en la calle Arriba, Malva, esquina de la calle Carnicería, al final de calle Castillo y entrada de la población, frente a la vivienda de los maestros, de las que aún se conservan dos. El presupuesto de las cuatro fuentes, íntegramente municipal, ascendió a las 90.628,75 pesetas.
Por si no fuera suficiente, la nueva acometida  obligó a ejecutar el saneamiento de la Calle la Fuente en dos fases (denominada en 1961, Cristóbal Colón), por el problema de las aguas residuales y el trazado de la línea, que podría quedar cubierto por la urbanización posterior, corriendo a cargo de los presupuestos municipales.
En agosto de 1961, terminadas la totalidad de las obras, se aprueba la primera Tasa de Suministro de Agua Potable, toda vez que queda garantizado por las fuentes el “abastecimiento gratuito a los vecinos que no deseen utilizar el servicio”, es decir, el suministro desde la misma línea a los domicilios particulares. El sistema de cobro, con cuatro tarifas, para contratistas de obras públicas, para contratistas particulares, por contador o “a tanto alzado”, según el número de miembros de la unidad familiar, resulta, cuanto menos, curioso y pintoresco. Y parece ser que los vecinos preferían siempre el tanto alzado por el coste de los contadores y por la poca confianza que ofrecían.