domingo, 24 de septiembre de 2017

La alimentación en Lucena en la sociedad tradicional (Siglo XVI-XVIII)

El siglo XVI es considerado con el periodo musulmán en la Península uno de los de mayores aportaciones de productos para la cocina. Patata, pimiento, tomate, maíz, té, cacao.... son algunas de sus grades aportaciones que sin embargo no se popularizan y pasan a la dieta popular hasta bien entrado el siglo XVIII. Las fuentes locales nos ofrecen numerosos testimonios de la alimentación de la época, si bien de manera indirecta, es decir, sabemos lo que se vende, lo que se prohíbe sacar por escaso, lo que se grava con impuestos por la novedad, lo que se incluye en los contratos de trabajo, o simplemente lo que debe ser intervenido por nocivo o malo para la salud, entre otras cuestiones diversas. La información es, pues, muy amplia, aunque tiene el inconveniente de su dispersión y debe ser organizada y cotejada para no tomar las excepciones como cuestiones cotidianas, o lo contrario, pasar por encima de lo cotidiano por habitual y no reseñado.

La base de la alimentación era el pan o la harina, con la que se elaboraban gachas (más conocidas aquí como espoleadas). El pan se elaboraba de distintas variedades de cereal en grandes hogazas puesto que ni todos los vecinos poseían hornos, ni se horneaba todos los días. Eran habituales el pan de trigo o pan blanco, utilizado por las clases más acomodadas, el de cebada y el de centeno, cuyo cultivo hemos documentado, pero lo habitual y lo más popular era el pan terciado, dos partes de trigo y una de cebada. Como a veces se endurecía, se tomaba mojado en vino, que habitualmente acompañaba a todas las comidas. El pan terciado era el que repartía el municipio en los momentos de necesidad extrema, otorgando el trigo del pósito o su compra a los panaderos al que “más libras diere por fanega”, habitualmente entre setenta y ochenta libras de pan cocido por cada una, lo que a 460 gramos por libra, otorga unos 32 quilos de pan. La Hermandad de la Misericordia también reparte el mismo tipo de pan en las crisis y en las Pascuas y fiestas señaladas, acompañadas de carne de cerdo.
Las gachas en invierno y el gazpacho en verano constituían el plato de la mayoría de los luceneros. Las poleadas se tomaban con tropezones, con leche, miel o fruta. Cuando se le añaden huesos o verduras se convierten en Cocidos, pero en cualquier caso hablamos ya de guisos que llevan un pequeño componente de carne (lo más frecuente de macho, es decir, cabrito o carnero) y chacina, o verdura de temporada, la que hubiese, en las llamadas “tempuras de los viernes” de vigilia. También se le podían añadir legumbres, garbanzos, lentejas, guisantes secos o habas que poseían la ventaja de su fácil conservación y tradicionalmente su cultivo se ha alternado con las tierras de pan. La importancia de las legumbres en la vega convirtió a  estos productos secos en uno de los más exportados en el siglo XVIII, momento del que tenemos numerosas fuentes cuantitativas, pero que incluso pudo tener una mayor importancia en  los siglos anteriores, ya que aparecen en numerosos testimonios, especialmente las habas, que también eran usadas en la alimentación animal.
El gazpacho, con la misma base de pan duro, además de servir para combatir las altas temperaturas del verano, por ejemplo durante la siega, tiene la ventaja de que puede combinarse con frutas o verduras de temporada (por ejemplo rábanos, nabos), lo que permite una mayor variedad. Los ajos, el aceite y el vinagre, sus ingredientes básicos, van incluidos en los contratos del jornal de la siega, pero parece que se le añadían higos, uvas, almendras y lo que se encontraba para darle un mayor aporte calórico.
El vino complementaba todas las comidas. Los contratos de siega, que gracias a la existencia del monasterio de la Luz y otras grandes fincas poseemos, además de algunos de cepa de carbón, mesegueros, y vaqueros, incluyen el vino como parte del jornal, pero en realidad incluyen vino de dos calidades, un vino bueno y no tan bueno, así es como lo denominan, es decir, uno más corriente para el consumo en el tajo y otro de mayor calidad para llevárselo a casa o venderlo. A pesar de referirse en otras fuentes al vino bajo como aguapié, no se emplea esta denominación en los contratos de siega, reservándose este término para las ventas de vino al por menor, de la misma manera que no se alude a mosto por lo avanzado de la estación de siega respecto a la vendimia. Ambos aparecen documentados en las ventas de los azumbres.
El consumo de carne estaba casi vedado a las clases populares, aunque en el mundo rural esto era sólo una verdad a medias. En muchos de los hogares luceneros se criaban cerdos, aves, chivos y ovejas, que eran una constante fuente de conflicto en las dehesas, reservadas al ganado de labor, y en el propio municipio, dado que las ordenanzas prohibían dejar suelto al ganado de cerda campando por los muladares donde se alimentaban. Es más, las actas capitulares reiteran sistemáticamente las prohibiciones de suelta de este ganado, síntoma inequívoco de su escasa eficacia, y la aprehensión de cerdos y otros ganados menores, e incluso, la construcción de “chivetiles” para su resguardo en dehesas y baldíos, que estaba terminantemente prohibido.
La carne de cerdo estaba pues presente en la dieta, salada, desecada o en forma de chacinas, tan necesarias para las labores agrarias de campo. El cerdo fue el gran suministrador de proteínas a las dietas familiares de los Luceneros. Como hasta hace muy poco, y aún algún vecino hace en la actualidad, las familias criaban o compraban uno o dos cerdos de matanza que les proveían, razón por la que no aparecen en los registros de bienes porque eran poseedores del mínimo exento.  También tenemos constancia de la adquisición de grandes cantidades de tocino para el comercio, curiosamente proveniente de Niebla, lo que lo relaciona con su feria de ganado, pero no tenemos constancia que este tocino se utilizara como grasa, tal vez, porque la importancia del aceite era mayor en nuestro término que en el entorno.
En cierto sentido ligadas al cerdo en los corrales y en la alimentación se encuentran las aves de corral, no muy numerosas en los testimonios, pero en todos ellos denominados aves de “Chiausura”, es decir, enjauladas, de lo que no podemos deducir si se trata de una expresión o es una realidad. La provisión de huevos dependía de estas gallinas, puesto que no tenemos constancia de su venta en ninguno de las etapas históricas analizadas. En el mismo sentido, la existencia de zonas de lagunas bajas y encharcadizas y el tradicional anidamiento de ánades y otras aves en la vega y la marisma del Tinto, inducen a pensar en el aprovechamiento de huevos, pero esta es una hipótesis de difícil verificación.
Las carnes de macho, chivo o carnero, también se consumían, pero su precio las hacía prohibitivas a las clases populares aunque el municipio obligaba a la provisión de la carnicería. Más baratos eras los “menudos”, las vísceras, en cuyo precio interviene en algunas ocasiones el cabildo precisamente porque no se ofertan o son muy caros:

“... por quanto muchas personas se an quexado e quexan de los revoltillos y menudos que se venden son muy caros de manera que salen más caros que la carne y las personas que lo(s) compran son los pobres i por tanto, dixeron que mandaban e mandaron que de oi por delante Bartolomé Sánchez, obligado de la cernecería deste lugar no venda ni consienta vender en su casa el menudo de vaca ni de chivato a peso, i no lo que por libras, en presio de a dies y seis maravedíes la libra y no más... e quel pie e mano de chivato o carnero pelado no lo venda más de a dos maravedíes y los por pelar, quatro pies por seis maravedíes.....”
(Capitulares, legajo 1, 03-06-1612)

Más adelante, al mismo carnicero, le prohibirán venderlos a ojo y no por peso. Los contratos de siega incluyen todos ellos carnes de macho y queso, el producto de las hembras de estas especies, un alimento que también podía escasear y en el que interviene el Cabildo prohibiendo las ventas hacia el exterior. Y en este sentido, creemos que la relativa intensidad del tráfico comercial pudo influir en estas prohibiciones, por las posibilidades de venta, a pesar de que tenemos constancia de alquileres de rebaños de ganado de cabra para producir queso que podrían encubrir otras prácticas (como por ejemplo la introducción de ganado foráneo en las dehesas reservadas a los luceneros). En cualquier caso, el propietario de una cabra, oveja o baca es poseedor de una fuente de grasas y proteínas frescas, la leche y el queso, por lo que no era normal que se sacrificaran más allá de las catástrofes o por la edad. La carnicería estaba obligada a la oferta de carne de vacuno y tenemos constancia que se mataba.
La carne de caza mayor y menor, obviamente, también se encontraba presente. No tenemos aquí constancia directa de la venta desde el Andévalo, como parece que era habitual en poblaciones como Beas o Huelva, pero por el contrario poseemos varios testimonios de ventas de perros, redes y hurones, que sólo pueden tener este objetivo, y en 1541, obsérvese lo temprano de la fecha, se prohíbe vender zorzales a más de 3 blancas en la jurisdicción del lugar. En 1611 se vende, con otros enseres, un perro Charnego, un can que es capaz o está acostumbrado a cazar de noche, lo que unido a la prohibición de caza mayor desde el río Tinto hasta el mar, nos induce a pensar ciertas prácticas de furtiveo, ya que la casa menor si estaba permitida y no era necesario cazar de noche. Las prácticas de lazo, hurón y redes debieron estar muy extendidas según los testimonios recogidos de archivo en relación a una actividad que no debió dejar mucha constancia documental por sus características. Históricamente, además, poseemos numerosísimos testimonios directos de la relación entre los aprovechamientos de roza, carbón y descepado con la caza menor, en los llamados rozones o rodaderas, que se limpiaban desde el exterior al interior precisamente para atrapar la fauna que quedase en ellos.
El pescado, presente en la dieta por prescripción religiosa, las vigilias, parece que tuvo una importancia relativa en la alimentación mayor de la esperada. La actividad pesquera en el canal del Tinto, aunque no era practicada por vecinos de Lucena, provoca el desembarco de pescado de río y cazón entre los siglos XVI y XVII en los embarcaderos locales y el traslado a las poblaciones de interior mediante recueros. Qué duda cabe que este  pescado llegó aquí también, pero además tenemos constancia de que la sardina fresca llegaba de manos de comerciantes en estos siglos, uno de los cuales  vendió en 1539  treinta cargas y más de 15.000 maravedíes de venta, con un fraude a la alcabala de 1500 maravedíes. A finales del siglo XVI, uno de los mayores comerciantes locales Diego Martín Camacho, con factor en Cádiz, consigna entre sus deudas 3000 sardinas “arenques” vendidas en Bonares a un maravedí cada una Alonso Pérez Coronel que acabará cobrando su hijo Hernando, otro destacado tratante y abastecedor de los Reales Arsenales.
En los contratos de compraventa aparecen también el atún fresco y el bacalao, este último con toda seguridad adquirido por arrieros para revender en el interior, al igual que la sardina que continua.
En el siglo XVIII aparece la sardina embarricada, pero curiosamente desaparecen todas las referencias al pescado de etapas anteriores y sólo se citan esporádicas menciones al consumo de bacalao seco. Este hecho, no obstante no debe ser tomado como falta de consumo, puesto que se sigue incluyendo en los contratos de siega el pescado o su valor en dinero, cuando no era posible comprarlo, máxime cuando sabemos que algunos de los comerciantes de Cádiz que adquirían aquí productos agrarios intermediaban con sardinas como flete de ida o de retorno con la costa de Huelva. En este sentido, es importante destacar que el consumo de pescado en la zona, hasta donde es posible determinarlo por las fuentes, parece que fue relativamente importante por razones de precio y de oportunidad, aunque parece más ligado por ambas razones a las clases populares que a las acomodadas, que obtenían estas proteínas de otros alimentos.
Finalmente el consumo de productos de huerta y fruta no era muy apreciado aunque constituyese la base principal de la alimentación de los pobres. Las frutas, que eran escasas, se cultivaban entre las viñas o en los huertos, e incluían almendras, peras, manzanos, higos y naranjas de la china. De ellos, solo la almendra se cultivaba en algunas parcelas en solitario y se destinaba a la exportación, consumiéndose el resto en la localidad con las uvas. Tenemos constancia de la siembra en el siglo XVIII se sandiares y melonares y su venta en las alcabalas, también como productos de exportación y de alto valor, que debían tener escaso consumo local. El consumo de aceitunas en fresco estaba también muy extendido, según podemos deducir de la numerosa presencia de orzas llenas en los inventarios postmortem. La presencia del olivar, sin incluir las plantaciones del Monasterio de la Luz, fue muy importante, con mayor peso relativo en los siglos iniciales respecto a otros cultivos, lo que garantizó el suministro con escasas incidencias (1554) y la exportación. La mayoría de los vecinos poseían olivos o pequeñas parcelas de olivar, al igual que de viña, procedentes de los repartos u ocupaciones de baldíos, lo que garantizaba el consumo y constituía una estrategia de rentabilidad frente a las grandes explotaciones, puesto que no era necesaria la presencia permanente del cultivador.
Las huertas, muy presentes en nuestra historia en los límites de baldíos y dehesas, parece que se revitalizaron en el siglo XVIII con el privilegio de Alfonso XI. Poco sabemos de ellas más allá del cultivo de “berzas” que le es propio, pero a diferencia del medio urbano, perentrines, pegujaleros y braceros sí tuvieron acceso aquí a pequeñas hazas próximas a arroyos que complementaron su alimentación. Estos cursos de agua proporcionaban también algunas plantas silvestres muy tradicionales en la alimentación, que obviamente no tenemos documentadas, pero sabemos de su uso, tagarninas, berros, espárragos, diversas variedades de setas y hongos y algunos condimentos reseñados en el inventario del especiero local, cilantro, cominos, espique (¿espliego?), husema (¿lavanda?) y agrejas. En el mismo inventario tenemos constancia de la venta, y por tanto del uso de jengibre, clavo, azafrán, canela, mostaza y pimienta.

El consumo de miel, por la extensión de baldíos y por la zona en que nos encontramos, debió estar muy extendido, a juzgar por la cantidad de colmenas que se reseñan en los testamentos y los inventarios. Pese a ello, el comercio local no reseña esta especie, e incluso, la cera se importa, por lo que es posible que se consumiera toda o en su mayor parte en la localidad aunque la cantidad parece que peca de exceso.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Extractores de bienes del veneciano Nuestra Señora del Rosario

En enero de 1758 el Archivo de Protocolos de Moguer recoge los autos por los géneros recogidos del naufragio de las embarcaciones que “han perecido y salido a la plaia a principios de el corriente mes y año”. Don Joseph Quintana y Ceballos, ministro principal de Marina y Juez de Naufragios de esta provincia, ordena la prisión de Francisco Ramos, vecino de Valverde, pero en ese momento residente en Lucena, y Melchor Vivas, mozo soltero, natural de Lucena e hijo de José Vivas María Núñez. Se trataba, pues, de una acusación grave de robo de esos bienes a pesar de que los bienes procedentes de naufragios de navíos eran considerados bienes mostrencos, es decir, bienes perdidos o abandonados  que al carecer de dueños son susceptibles de adquisición por ocupación. Los intendentes de marina (o sus jueces) debían entender de ellos, puesto que el casco y la artillería pertenecían al Rey y el producto de estos naufragios pertenece a la Real Hacienda y estaban gravados con un quinto de su valor real.


Por consiguiente, Francisco Ramos y Melchor Vivas, que debían ser compañeros y jóvenes, puesto que este último contaba 18 años de edad en 1758, y debieron esconder bienes procedentes de uno de estos naufragios, y por ello fueron detenidos y  encarcelados por orden del Alguacil Mayor de Moguer. Se les fijó fianza de “cárcel segura”, avalados en dos documentos diferentes por Jerónimo Martín, en enero, al primero de ellos, y Francisco Ruiz, en mayo, al segundo. Por ellos, ambos se comprometían al pago de las sanciones correspondientes durante el proceso,  la entrega del preso, cuando fueran requeridos por la justicia, y  el pago con sus bienes la condena, como se recoge expresamente en ambos documentos.
Los dos jóvenes desaparecen de la documentación local a partir de este momento. Melchor era el único hijo que sobrevivió de los siete habidos en el matrimonio entre José Vivas (1716-1784) y María Núñez, esta última natural de Moguer. La profesión del padre, trafico, le hace conocido, apareciendo en varios contratos de carbón, de los pocos que se citan en el siglo XVIII, y algunas de las fianzas  de vueltas de guía conservadas en protocolos de  ganado y trigo. Era, pues, un vecino de cierto caudal que en su testamento aparece avecinado en el barrio del Duque y que, como su hijo, parecen que no ejercía otra actividad que la elaboración y el tráfico de carbón, y las compraventas de productos. No nos consta que poseyeran tierras, ni ganado propio, aunque es posible que no aparezcan recogidos.
En agosto de 1758 son ya los bienes del padre los que afianzan la cárcel del hijo, depositados en poder de Manuel Cumbrera y Juan Ramírez, de esta vecindad, solicitando el susodicho otorgar la correspondiente obligación de seguro para poderlos beneficiar y aprovechar, toda vez que “los vienes muebles embargados y las casas, por estar serradas, se a reconosido grabe perjuycio, y será mayor con la dilación de dicho embargo, de lo que resulta daño a la parte ynteresada”.
Sin embargo, en 1760, Joseph Vivas se haya preso en la cárcel pública de este lugar, y no aparece el hijo, por de orden emitida por el señor licenciado,

“.... Don Antonio Sánchez Barsieta, abogado de los Reales Consejos, Juez que se halla entendiendo de los autos y dilixencias contra los extractores de los bienes que naufragaron del venensiano (sic) Nuestra Señora del Rosario en esta costa el año pasado de setesientos cinquenta y ocho en que se incluie al dicho Joseph Vivas...”

El navío, por consiguiente es el denominado Nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo, a cargo del maestre Juan González Valdez, que salió en enero de 1758 de Cádiz con destino a Cartagena de Indias y naufragó en la costa del Asperillo.
Otorgada la nueva fianza por el padre, José Vivas, por los vecinos Marcos Vivas, Vicente Reyes y Bartolomé Martín, no sabemos que ocurrió después. Melchor, bautizado como Melchor Vicente, se casó con Leonor Gómez y disfrutaron de una larga vida que se prolongó hasta 1807. Tuvieron cinco hijos, de los que al menos les sobrevivió una, María, que se casó en Lucena en 1805. No existen más referencias en la documentación al proceso.

José Vivas también vivió hasta 1784. En su testamento dejó por heredera a su nieta, María Ruiz, de la mitad de la casa del Barrio del Duque como mejora. La otra mitad de la casa era de su padre, y le correspondía como legítima, con condición que este pudiera usar de ella mientras viviera. En el testamento deja también claro que la casa era propiedad o había sido adquirida con los bienes de su mujer y que estos se consumieron “en un pleito que por su culpa le subsitaron, de que estuvo preza en la villa de Niebla. No creemos que este pleito guarde relación con el de los bienes del naufragio, y parece que la que estuvo presa fue ella, pero en cualquier caso desconocemos el resultado de ambos al carecer de otra documentación. 

lunes, 18 de septiembre de 2017

Pasajeros a Indias. Luceneros en América entre los siglo XVI-XVIII

Hubo luceneros que por proximidad al núcleo descubridor y, tal vez, por necesidad y espíritu de aventuras, participaron en las empresas de Indias desde su origen. El catálogo no es muy extenso, pero por contra tenemos referencias familiares de muchos de ellos y conocemos parte de sus periplos, que no es poco. Es más, sólo citamos los que tenemos ciertas certezas, descartando muchos de los numerosos poderes de cobro que se otorgan porque no ofrecen datos de residencio u origen e incluso, en algunas ocasiones, pocas, ciertamente, ni siquiera se citan los titulares de los envíos.  El año que encabeza los nombres es el que aparece citado en la documentación.


1536. Francisco Hernández “Zorzo” (ausente/difunto en Indias). Citado como ausente en Indias en varias  obligaciones, y ya difunto, posee un hijo en Lucena, Martín Alonso, tutelado por ser menor. Las obligaciones aluden a la posesión de olivares y un molino que alquila el curador del hijo menor.

1539. Antón Rodríguez (difunto en Indias). Primer marido de Isabel Díaz, emigró y murió en Indias antes de 1539. Aparece citado en la promesa de dote de su hija Leonor, otorgada por su madre que manifiesta expresamente “.... vos mandamos la parte que nos cupiese de la erençia dellas Yndias de Antón Rodríguez, primo marido, de la dicha Isabel Díaz, los quales dichos maravedíes y bienes e alhajas susodichas nos obligamos de vos los dar e pagar e dar quando el dicho matrimonio sea consumado”.

1541. Juan Díaz de la Orden. Marido de Ana Ruiz, en la fecha bautiza un niño llamado Juan y a Juan García, “Yndio del dicho Juan Díaz”. Aunque podría tratarse de un esclavo adquirido de las Indias, o heredado, por lo avanzado de las fechas y la ausencia de referencias posteriores, creemos que se trata de un retornado.

1541. Gonzalo Hernández (difunto en Indias). Marido de María Hernández, posible vecina de Trigueros, y hermano de Isabel Hernández, natural y vecina de Lucena. De Gonzalo no poseemos  referencias familiares en los libros parroquiales, pero murió en Indias, posiblemente sin hijos, dejando como herederas a su mujer y su hermana, que mediante tres poderes sucesivos de este año se repartieron 228 pesos de oro y ciertos “toninos” del mismo material, más  226 ducados y 300 maravedíes cada una.

1545. Juana, esclava de Cristóbal Muñoz de Soto. Cristóbal,  marido de Marina Franco, en segundas nupcias, y con tres hijos, Alonso y Francisco Ramos, y Francisca Rodríguez, registra en su testamento y dos inventarios realizados por su mujer, uno de ellos previo al matrimonio, “una esclava yndia que se dize Juana”. En el segundo de ellos, de 1540, además manifiesta algunas joyas que son las que habitualmente suelen aparecer en las dotes y los inventarios indianos:
“tres hilos de perlas con una cruz de oro pequeña.
Una gargantilla de azavache con unas perlas.
Una sarta de corales de çorvadilla.
Otra sarta de corales mediados de çorvadilla.
Siete anillos de oro.
Una patena de plata dorada.”
Por consiguiente, podría ser un indiano retornado.

1550. Juana González (La Habana). Mujer de Diego de Gorostyi, vecino de La Habana, en la fecha de referencia tiene dos hijos Miguel y Lorenzo Martín, que son declarados herederos universales, con su madre, de Juana o Ana González (se cita de las dos maneras), mujer de Juan Redondo (+). En un segundo testamento de 1570 aparecen como ausentes en Indias, pero solo se cita a Juana y Lorenzo Martín.

1553. Diego Alonso Borrero (Perú y Tierra firme). Marido de Catalina Martín, y con seis hijos, cuatro de ellos varones, parte a América con parte de su familia en la fecha de referencia acompañado de su padre Bartolomé Rodríguez Ficallo, Juan Borrero (uno de los hijos) y Alonso Fernández Caballero, deudo o allegado, puesto que van en el mismo pasaje. El testamento de su mujer cita además a cuatro hijos, el citado Juan, Gonzalo, Diego y Jerónimo, otorgando a una de las hijas Inés Hernández y a su marido Hernán Vázquez de sus bienes, “que los ayan y ereden todos, a lo menos la mitad, y lo demás  dejo a mis hijos que se lo den, ansí ayan mi bendición, porque ellos son hombres y no tienen dello neçesidad y que el dicho Hernán Vázquez, mi herno, posea todos los dichos bienes hasta tanto que vengan mis hijos y que no sea despojado dellos”. Finalmente, Jerónimo Borrero, mercader residente en la Isla de Gran Canaria, reaparece con carga de mercaduría para Tierra Firme en 1579 y posiblemente pasa por Santo Domingo. Por consiguiente los Borrero son los siguientes:

1537. Diego Alonso Borrero (Perú y Tierra Firme). Comerciante.
1537. Bartolomé Rodríguez Ficallo (Perú y Tierra Firme). Comerciante.
1537. Juan Borrero (Perú y Tierra Firme). Comerciante.
1537. Alonso Fernández Caballero (Perú y Tierra Firme). Comerciante.
1553. Gonzalo Borrero, ausente en Indias.
1553. Diego Borrero, ausente en Indias.
1553. Jerónimo Borrero, Santo Domingo, Gran Canaria,  Tierra Firme. Comerciante.

1557. Benito Ruiz de Santarén (Nuevo Reino, Colombia). Natural de Moguer y residente en Lucena por matrimonio con Ana o Juana Rodríguez, ella es hija de Cristóbal Muñoz de Soto en cuyo testamento se cita una dote de 80.000 maravedíes, anterior a 1545. En 1557 envía 40 pesos de oro a su mujer.

1582. Lorenzo Martín Borrero o Gavilán (La Habana, comerciante). Marido de Juana Domínguez, natural y vecino de Lucena, es el propietario de la Nao Nuestra señora de la Luz y debió morir en la Habana antes de 1574, según un documento de obligación descubierto recientemente.  La familia continuó residiendo en nuestra localidad y aunque hemos mantenido en otra ocasión que solo le sobrevivieron hijas, recientemente un nuevo documento ha permitido localizar a un tercer hijo, Cristóbal Martín que, pese a ello, no permaneció en nuestra localidad.

1592. Domingo Martín Barriga (Nueva Andalucía). La lista de pobladores que acompañan en el navío Nuestra Señora del Rosario al Capitán Francisco de Vides, natural de Trigueros, a la Nueva Andalucía de cumana (Venezuela) se encuentran tres solteros catalogados como procedentes de Lucena (Córdoba): Domingo Martín Barriga, Alonso Diez (posiblemente Díaz) y Antón Suárez. Ya resulta sospechoso que prácticamente todos los catalogados en el Archivo General de Indias con esta procedencia se atribuyan a la villa de Córdoba, y aunque estos apellidos nos resultan muy familiares, es cierto que son muy comunes y podrían tener cualquier origen. En Lucena se avecina en el último cuarto del siglo XVI un Juan Martín Barriga, procedente de Bonares, que tiene cinco hijos con Leonor Díaz, tres de ellos varones llamados Alonso, Domingo y Juan, este último también referenciado como Juan Martín Barriga que se casa y continua residiendo en nuestra localidad. Por consiguiente, Domingo podría ser su hermano, del que no podemos poseer referencias porque emigró a América acompañado por los otro dos compatriotas.

1593. Diego Martín Garrochena (Potosí). Segundo esposo de Ana Domínguez Brígida, otorga un becerro de un año o el  valor en dinero a la hija de su mujer en una promesa de dote de 1578. Carece de referencias familiares en Lucena, pero reside aquí, al igual que su hermano Cristóbal Martín Garrochena, que recibe parte de los 410 pesos que envió con Gonzalo de Habrego (¿Abreu?), vecino de Moguer en la fecha de referencia.

1593. Gonzalo Hernández (soldado en la flota de Indias). Soldado retornado en la flota de su Majestad de Indias que se ahogó, reclamando su hermana, Isabel Barrera, segunda mujer de esteban Martín Fraile, su soldada en nombre propio y de otros dos hermanos.

1597. Esteban (Rodríguez) Romo (ausente en indias). Casado con Petronila de San Pedro, con al menos un hijo, y sin referentes familiares locales, otorga dos poderes a vecinos de Niebla en Lucena este año para cobrar 100 reales, por lo que podría ser  natural de esta localidad. Debido al poco tiempo en que tenemos certeza de la permanencia, sólo un año, no estamos seguros de ninguno de estos extremos, aunque algo le liga a nuestra localidad, creemos que la naturalidad de la madre. En el expediente de embarque de Bartolomé Flores de Raya, de 1607, viaja Pedro Rodríguez (Perú, Soltero,  criado del anterior de 22 años), hijo de ambos, que dice ser natural y residente en Sevilla, y presenta testigos. En este sentido, tal vez, la mayor facilidad de embarque en Sevilla o la simpe estancia temporal en la ciudad antes del mismo, sean la causa que no aparezcan avecinado ni en Niebla, ni en Lucena, ya que los testigos aportan un conocimiento directo de la familia, citando solo al padre del marido, pero pocos antecedentes familiares, un síntoma inequívoco de conocimiento reciente.

1599. Lucas Martín (Potosí). Hermano de Cristóbal Martín Garrochena envía a una hija de este, llamada Antonia Martín (mujer de Marcos Martín), 150 ducados que están en poder del racionero Juan Farfán e Inés de la Barrera, mujer de Diego Martín de Rioseco (vecino de Almonte y emigrado al Perú con su familia en 1595).

1610. Capitán Alonso Barba (ausente en Indias). Marido de Isabel Núñez o Barrera, de la que tuvo cuatro hijos, solo conocemos el dato del viaje. En 1615 continuaba en Indias.

1612. Mateo Pabón (retornado, presbítero). Natural de Lucena, donde quiere  ser enterrado en la sepultura de sus padres y abuelos, si la muerte le sorprende  aquí. Según un protocolo testamentario presente en su inventario llegó de las Indias, probablemente de Perú, en 1608, coincidiendo allí con el capitán Juan Barba, al que prestó 30 ducados.
Murió el 15 de octubre de 1622, siendo cura de Lucena, Notario Apostólico y administrador del Hospital de Nuestra señora de los Ángeles, que le proporcionaba numerosas rentas. Por su inventario sabemos que poseía casas y bodegas en Niebla y Lucena, era propietario de esclavos, rasgo distintivo de la élite local, y tenía tratos con numerosos comerciantes, además de ser socio de Felipe Santos, aunque no describe en qué negocios (Felipe Santos era tratante de carbón, trigo y cebada). En el mismo  inventario se declara acreedor de numerosas deudas comerciales y “corridos” de préstamos (intereses), por lo que debía ejercer de prestamista, aunque también es posible que estos fueran parte del capital del Hospital de Niebla, con el que él negocia.
Era propietario de ganado, puercos, con un socio, y posee huerto-heredad, tierra calma y abundante viña, que parece que el mismo encierra en sus bodegas y trafica con el vino. Dejó por herederas a dos sobrinas, aunque no descartamos más herederos, entre ellos  una hija ya que cita a un yerno (también es posible que se refiriera así al marido de alguna de las sobrinas).

1613. Capitán Juan Barba (ausente en Indias, Perú). Marido de María Rodríguez, y con cuatro hijos habidos en el matrimonio.  En junio de este año liquidan cuentas con Pedro Pinzón, de mosto, carbón y otros productos, y se vio obligado a empeñar una esclava mulata, llamada Isabel, a Petronila Vélez, vecina de Palos, a la que debía 100 ducados, y posteriormente se la vende, puesto que declara más deudas y verse obligada a venderla para asumirla.
Por la información que poseemos parece que estuvo dos veces en América. Un primer periodo con fechas extremas entre 1605 y 1612 y ésta de 1613 que no sabemos cuánto se prolongó.

1632. Antón Rodríguez Becerra (Guadalajara). Difunto en la fecha de referencia, natural de Moguer, y Marido de Inés González, aparece citado en el testamento de su mujer que nombra heredero universal a su hijo, Alonso Hernández de la Coba para que “goze quantos bienes tengo e tuviere y binieren de las Yndias y vos herede con la bendición de Dios y la mia, y declaro que si algunos dineros y otras cosas me pertenezcan en herencia de las Yndias o en otra forma todo que lo goze y herede el dicho Alonso Hernández de la coba, mi hijo.....”. La mujer se casa en segundas nupcias con el capitán Antón Domínguez Limón y retorna a Lucena con su hijo, nombrado en el expediente del Archivo de Indias como Alonso Macías de la Coba, cuya fecha es de 1654.
En el testamento de la madre, que obviamente ya era viuda en 1632, aparecen algunos objetos que la ligan con las Indias: una olleta y un salero de Plata, un cubilete de plata que pesa ocho reales de a ocho, dos brazaletes de perlas y corales, otro de perlas y granates, una gargantilla de perlas y cuentas de oro, unos sarcillos de oro que valen diez ducados y un cristo de oro.

1630. Juana de Abrego (Abreu) (Nueva Andalucía). En el expediente de embarque del capitán Juan Domingo de Aguilera, natural de Niebla, aparece citada la lucenera Juana de Abrego, hija de Juan Pabón y Ana Martín, casados el 18 de Abril de 1580 en la parroquia de San Vicente  y con un solo nacimiento registrado de una hija llamada Isabel que además se casó en Lucena.
A Juana la llevó al altar su tío Mateo Pabón, presbítero, también indiano.

1635. Pedro Rodríguez Mocho (Arequipa, Perú). Dos poderes de Teresa Rodríguez Mocho, en la fecha de referencia, reclaman el cobro de la herencia de su hermano, muerto en Arequipa, y consistente en 2500 pesos de plata depositados en la casa de Contratación. Ambos eran hijos de Diego Rodríguez Mocho y Leonor Díaz, nacidos él en 1571 (16-08-1571) y ella en 1573 (08-08-1573), y al otorgar la herencia a su hermana, creemos que única heredera, se encontraba soltero en el momento del óbito.
Teresa con el capital adquirido doto a sus cuatro hijos en 1637, repartiendo una pequeña fortuna entre ellos.

1645. Marcos Rodríguez (retornado de las Indias). Hijo de Juan Alonso Blanco y Juana Pérez, soltero, volvía de América entre 1637-1638 y fue apresado por piratas berberiscos que lo mantuvieron cautivo en Argel hasta el pago de su rescate. Cuando fue apresado contaba entre 26 y 33 años, pero debió permanecer algún tiempo en América, por lo que viajó relativamente joven.
Fue rescatado por su hermano Diego Ojuelos según la escritura de obligación que nos sirve de referencia y se casó en 1651 con la joven Tomasina Núñez y tuvo siete hijos.

1767. Diego Galván (ausente en Indias). El testamento de su Madre, Lucía Méndez, mujer de Diego Galván (+), cita al hijo de ambos como ausente en Indias.

1777. Juan de Mora (ausente en Indias). Juan de Mora redacta una declaración de imposibilidad de estrega de legado de su madre a su hijo, también llamado Juan de Mora, que marcho a Indias antes de 1753. Por este hecho, el padre que ya no conserva la manta y la sábana legadas, se compromete a la entrega del valor de las mismas, que ya ha consumido, en caso del retorno de su hijo.

1778. Dionisio de Aranda (Querétano, Méjico). Un poder especial de la fecha de referencia de su viuda y su hijo mayor, Eugenio de Aranda, sitúa a Dionisio de Aranda en Méjico, donde otorgó varios vales de dineros a vecinos de la ciudad de Querétano y que en esta fecha debían de haberse cobrado y remitidas las cantidades a España.
Dionisio de Aranda fue administrador del Duque de Medina en Lucena


El resultado, insistimos en ello, son los mínimos documentados, 25 luceneros y descendientes en el siglo XVI, 7 en el siglo XVII, y sólo 3 en el siglo XVIII, aunque hemos de decir que este último siglo posee más lagunas documentales que los dos anteriores. Esperamos completar con nueva documentación en el futuro los que hemos dejado pendientes y las nuevas aportaciones.

sábado, 9 de septiembre de 2017

Los Borrero, comerciantes en la Carrera de Indias.

El testamento de Catalina Martín, de 1553, tiene poco de particular, excepto el ruego a sus hijos varones que otorguen a Inés Hernández, su hija, y al marido de esta Hernán Vázquez de todos sus bienes “... a lo menos la mitad, y lo demás  ruego a mis hijos que se lo den, ansí ayan mi bendición, porque ellos son hombres y no tienen dello neçesidad, y que el dicho Hernán Vázquez, mi herno, posea todos los dichos bienes hasta tanto que vengan mis hijos y que no sea despojado dellos. Los cuatro hijos varones de Diego Alonso Borrero,  Gonzalo, Juan, Diego y Jerónimo Borrero formaban parte de los citados en las escrituras como ausentes en Indias, apareciendo en las listas de embarque de la casa de Contratación y en documentos posteriores.

Grabado del puerto de Sevilla
Los primeros en emigrar fueron Diego Alonso Borrero y Juan Borrero, que aparecen como comerciantes en 1534, con destino al Perú, en la nao de Bartolomé Alonso con mercadurías. Obviamente se trata del padre, pero en la misma relación  y pasaje, aparecen el abuelo, Bartolomé Rodríguez Ficallo, y Alonso Fernández Caballero, probablemente también pariente, aunque de este último carecemos de toda referencia. Al carecer de ficha de familia, por la antigüedad de los registros, Juan podría ser hijo o hermano de Diego, pero nos inclinamos por la primera posibilidad por la numerosa prole del padre del que nos constan al menos siete hijos y un posible matrimonio anterior, del que tuvo al menos, un hijo. Entre 1534 y 1553 emigró el resto de los varones y probablemente se asentaron allí, puesto que carecemos de noticias posteriores, excepto de uno de ellos. Diego Alonso Borrero aparece en algunos contratos de comercio en 1587, en concreto ventas de marranos, y un Juan Borrero compra también mercadería y carbón a principios del siglo XVII, pero no sabemos si es el mismo.
Jerónimo Borrero, por el contrario, mercader de todo género de mercadurías en las Índias,  reaparece en Sevilla en 1579 para manifestar ante la casa de Contratación  una cargazón de 372.000 maravedíes de su propia cuenta, para “las llevar a la provincia de Tierra Firme a las bender e benefiçiar en ella”.
Las mercancías cargadas  en la nao Trinidad incluyen el siguiente género:

“Dos quartos de Vino
Quarenta arrobas de azeite
Quatro quintales y una arroba de jabón
Ciento y cinquenta hachas y siete dozenas y media de calavozos
Un cofre pequeño y un marco y un peso
Cinco fardos de .....
Un fardo de ruán
Dos pieças de gantes
Quintal y medio de higos
Siete arrobas de pasa
Doze botijas de azeitunas
Trese almudes de almendras
Trese almudes de avellanas
Dos mil y quinientas nueses
Cien libras de hilo galludero
Dose pares de estribos
Sinquenta pares de hervillas
Dos libras de cardenillo, dos de albayalde, una de alumbre
Seis libras de hilera
Tres libras de açafrán
Dos libras de clavos
Dos libras de canela
Dos libras de pimienta
Seis mil alfileres
Dos resmas de papel
Veynte declas de quchillos (un tipo de cuchillo)
Dos dezenas de pares de tijeras
Dos guelcas de trompas
Una pieça de olanda blanca
Cien declas de quchillos
Otra pieça de olanda blanca
Veynte y una baras de vengalas
Quatro libras de hilo casero
Tres libras de hilo portugués
Dos dozenas de talabartes
Dos dozenas de cordobanes
Dos dozenas de borreguillos
Mil y quinientas agujas
Doze tocadores de holanda
Veinte y quatro pares de chapines (tipo de zapato)
Diez onzas de solimán labrado
Sesenta y seis camisas
Doze fruteros (pañuelos)
Las quales dichas mercaderías suman y montan como parece por el registro original trecientas y setenta y dos mill y quinientas y noventa maravedíes.....”

Jerónimo se nos presenta como mercader de 48 años, soltero y vecino de la Isla de Gran Canaria, lo que no deja de sorprender en el periplo de la familia. Obviamente, no era uno de los grandes cargadores de Indias, se parece más a lo que hemos llamado en otras ocasiones los cargadores de río, el particular género de tratantes de la ribera del Tinto, que lo mismo compra pescado, comercia con telas o vende carbón. La mercancía consignada ronda los 1000 ducados (996 ducados o 10958 reales), una pequeña fortuna a nivel local que incluye prácticamente las mismas mercancías que se mercaban en esta zona, productos agrarios, los propios de Lucena en esta época, telas y vestidos, especias y productos de metal, además de jabón, papel y alguna talabartería.
Como todos los cargadores que pretenden embarcar hacia Indias tuvo que presentar un expediente de averiguación con testigos de que tuvo que demostrar que, tanto él, como sus padres, eran cristianos viejos, estaban legítimamente casados y no eran descendientes de moros o judíos, o habían sido penitenciados por el Santo Oficio. Por este expediente, que se inició en 1575, conocemos a todos los ascendientes de la familia y tenemos hasta una descripción del individuo:

“ques hombre de quarenta y ocho años, poco más o menos, y es hombre de buena estatura, empollado en carnes, que toca en canas y tiene un diente menos de la boca de los labios delanteros de arriba y tiene una señal de ferida en la cabeza del lado yzquierdo junto a la frente”


Concluido el expediente, aún tuvo que presentar dos testigos de no haber sido penitenciado después de hecha la probanza, y de cómo es soltero y no sujeto a religión. Parece que finalmente embarcó, y como el resto de sus hermanos, no tenemos noticias de que regresara.