En aquellos años en que nos
iniciábamos en la investigación en el Archivo Parroquial de Lucena del Puerto
nos sorprendió la gran cantidad de pobres de solemnidad enterrados de limosnas en
el hospital de la Quinta Angustia. Se distinguían rápidamente porque a la
izquierda del nombre de les rotulaba la palabra Misericordia, no pagaban
funeral, y la hermandad se encargaba de su sepultura en la ermita y decirles
una misa de réquiem. Andados los años descubrimos que el ritual era más complejo,
puesto que entre las obligaciones de los hermanos se encontraban el transporte
en parihuelas de los cadáveres y el acompañamiento con las hachas (teas
encendidas) hasta la sepultura.
Declaración de Pobreza de Diego de Gálvez |
No tardamos en descubrir la absoluta desigualdad ante la vida y la muerte
de los habitantes de nuestra localidad. La pobreza en el mundo rural y en la
sociedad del Antiguo Régimen es estructural, consustancial a una tierra
desigualmente repartida y a un mundo en que vales lo que eres o tienes. Es entonces, cuando cobraron sentido
algunos de los mecanismos bien conocidos de caridad, pública o privada
presenten en nuestra localidad.
Las actas de la hermandad de la
Misericordia están plagadas de dotes a doncellas pobres, crianza de expósitos
(niños abandonados) y repartos de carne y trigo, en épocas de necesidad y en
festivos, especialmente las tres Pascuas. También incluían ropas a pobres
vergonzantes, mujeres, huérfanos y viudas, y, en menor medida, ancianos e
impedidos. El Cabildo no le andaba a la zaga, pero sus medidas estaban más
destinadas al socorro de calamidades públicas, hambres y enfermedades, mediante
el pósito (banco de trigo), aunque la intervención en la década de los ochenta
del siglo XVI de la hermandad, alegando ser un patronato de legos, permitió al
municipio actuar con más contundencia. Desde 1584 el Consejo de Lucena nombra a
los “priostes”, mayordomos o
administradores, uno lego y otro eclesiástico, que deben rendir cuentas a los
regidores, y a partir de este momento las actas capitulares recogen actos de
caridad como el ejemplo que traemos de 1632:
“por
quanto algunos probes bergonsantes de este lugar tienen mucha nesesidad, para acudirles,
mandaron y acordaron que del ospital de la Misericordia de este lugar se les de
a cada uno dos reales de limosna.
Y
los probes que son y quanto se les a de dar es como sigue: a Francisco Díaz,
dos reales, a Leonor González, un real, a su madre, de Juan Ruiz, un real, a
Leonor Díaz, un real, a Mensia de Bega, un real, a Isabel de Hordaz, un real, a
Isabel Masías, un real, Constanza Márquez, la de Alonso Ruiz, un real,
Francisca Martín, un real, a Juana Martín, un real, Ysabel Martín y su hija,
dos reales, la del Herrador, un real, Elvira, la coxa, un real, Antona Martín,
viuda, dos reales, a la casada, un real, a las sobrinas de Antón Suárez, dos
reales, la soltera, un real, Catalina Díaz, un real, la Marciana, un real,
Francisca de Bonares, un real, y la chicharilla, un real, la mujer de Pedro Martín
de Beas, un real........”
En el siglo XVIII, recuperado el
carácter religioso de la hermandad y expulsados los regidores de su gobierno, cambian
los intervinientes, pero no el sentido de los acuerdos como puede observarse en
uno de las actas de diciembre de 1741:
“dixeron
que en atenzión a que el año próximo pasado se dio de limosna en esta próxima
pasqua de Navidad ocho fanegas de trigo amasado y siento y veinte libras de
carne de puerco a toda la pobrea y
vezindario, en la misma conformidad se de este año de la fecha por el día
primero de Pasqua....”
El acuerdo de 18 de Diciembre de 1766,
un año especialmente malo por las “copiosas
lluvias”, recoge donativos de ropa a medio
centenar de viudas y huérfanas, y unos pocos ancianos impedidos y de mucha
edad:
“Y
asimismo, acordaron que el dicho administrador compre a María Gertrudis Fernández,
de estado honesta huérfana y pobre, una saia de anascote negro con sus correspondientes
aforros de olandilla; a Francisca de la Cruz, viuda, anciana y pobre, otra
salla de dicha especie con los mismos aforros = A Ana Vicenta Pérez, de estado
honesta y pobre, un manto de dicha especie = A Teresa Molina, viuda y pobre un
manto de dicho género = A Isabel Herrera, viuda y pobre, unas enaguas de
balleta buena común con sus correspondientes aforros de lienzo ancho y a Juana
Ximénez, su hija, otras enaguas de dicha especie con sus aforros= A Francisca
Pérez .....”
Además el mismo acta recoge el
nombramiento de maestro de primeras letras, con cargo a la obra pía, y entregas
de entre 80 y 40 reales a cinco mujeres casadas “por su general desnudez” y a una de ellas, María Vicano, mujer
de Diego Pulido “por aver reconocido se
ha puesto en estado con mucha pobreza y miseria, que con recibos
legítimos de su marido se le abonarán y harán buenos”, es decir, se casó
pobre y sin dote.
Las condiciones de vida no parece
que mejoraron a lo largo de este siglo, más al contrario. El padrón de 1719,
denominado “calle Hita”, realizado
casa por casa, entre 73 unidades familiares recoge siete viudas a las que se
declaran pobres, seguramente a efectos fiscales, pero sólo una de ellas, con dos
hijos, vive de limosnas. Estas unidades familiares, con otra compuesta por el
impedido Pedro Martín de Burgos y María Tomasina, que también viven de limosnas,
representan un 10,95 por ciento del
total de los empadronados. Claro está que esto solo incluye a los muy pobres,
los de solemnidad, y deja fuera a los pobres y a los braceros que no distaban
mucho de los anteriores.
Pese a la abundancia de testimonios
y el conocimiento directo de los entornos familiares, seguimos sabiendo poco de
las condiciones de vida de este grupo tan numeroso. La razón es obvia, no
intervienen en documentos, y cuando lo hacen, la enfermedad o la inmediatez de
la muerte es su causa o lo hace la justica en su nombre.
Este es el caso de Mencia de Vega, que ya aparece en la relación de donativos de 1632, mujer de Marcial Quintero, que superó la edad de 75 años y murió sola. Por
ello, la justicia levantó inventario de sus bienes cuyo escritura es
el más breve de todas las encontradas:
“En
30 de mayo de 1634 murió Mensia de Bega. Quedaron por su fin y muerte los
bienes siguientes:
Las
casas de su morada en la calle del Castillo, linde Ysabel Hernández. Una caja
de madera basía y una banca de quatro pies e un asnado de castaño = Una manto
de anascote y una saya de cordonsillo = El serrojo de la puerta y unas
baratijas en la caja. De estos bienes hiso ymbentario el lisenciado Calle,
Alcalde de Niebla. Fue depositario de ellos, Alonso Martín Garrochena, vezino
de este lugar....”
El matrimonio de esta mujer se
alargó la friolera de 49 años con su pareja, que murió solo unos años antes, y
tuvo nueve hijos de los cuales solo le sobrevivió uno, Francisco de Vega, que
pese a que permaneció en la localidad, no se encontraba presente en el momento
de su muerte. No tiene ni cama en sentido estricto, suplida por una banca de cuatro pies, sin ropa, ni mantas con las que abrigarse.
El caso de Diego Gálvez, alfarero,
de ascendencia portuguesa, es similar. Viendo próxima su muerte realiza una
declaración que suple al testamento y hace las veces de última voluntad:
“.....Y
themiendome de la muerte que es cosa sierta a toda criatura umana y su ora
verdadera, deseando estar prevenido para quando Dios nuestro señor fuese
servido sacarme de esta presente vida y poner mi alma en carrera de salvación.
Por tanto, por la presente declaro soi
pobre de solemnidad y que no tengo bienes algunos de que poder tastar más
que tan solamente los que se allaren en
mi quarto para mi adorno y los
peltrechos de mi ofisio de alfaarero que tengo por cierto no equibalen con
mucho a pagar y satisfacer las deudas que tengo, por cuia razón suplico al
presente escribano que en atención al cariño que siempre le e tenido y lo que e
procurado de servirle me haga enterrar de limosna en el sitio, parte y lugar
que quisiere y haga desir por mi alma las misas que fueren de su voluntad
conforme confio y espero de su gran caridad, y para en el caso de tocarme
alguna porzión de herenzia de mis padres, o de otra persona alguna, ynstituio,
dexo y nombro por mis únicos y unibersales herederos en todos mis derechos y
acciones y futuras subseziones a María Josepha, mi hija lexitima y de Agueda
Cumbrera, mi lexitima mujer, y al
póstumo de que se alla ensinta la dicha mi mujer, para que después de
pagados mis deudas y satisfechos los gastos de mi entierro y demás que sea
necesario, lo demás que quedare, lo aia la dicha mi hija y el póstumo saliere a
luz con la bendición de Dios y la mía, y que me encomienden a Dios Nuestro
Señor, todo lo qual declaro para el descargo de mi conciencia…..”
La pareja se casó en Lucena el 30 de
abril de 1738. Diego Gálvez es hijo de Diego Gálvez y Josefa Villalobos, portugueses
cuyo conocimiento delata una presencia larga en la localidad. Águeda Cumbrera
era natural de Rociana del Condado y viuda de Juan de Monjas. Diego Muere el 25
de Octubre de 1740, dos días después del instrumento. Los hijos le siguieron
Josefa de Jesús, nacida el 23-02-1739, y citada como María Josefa, el 2 de septiembre de 1742, y el hijo
póstumo, llamado Diego Manuel José, nacido el 1 de febrero de 1741, el 30
de marzo de 1741, con menos de dos meses de vida. A partir de este momento nada
sabemos de su mujer, que debió volver a Rociana con su familia, ni de sus
bienes.
Ninguno de ellos aparece antes de
este instrumento en las relaciones de pobres, ni entre los exentos de los
padrones. La delgada línea de la pobreza se traspasa rápidamente en la sociedad
del Antiguo Régimen.
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