domingo, 6 de mayo de 2018

Fray Fenando Marín y el terremoto de Lisboa en Parchilena.


Entre los papeles que estamos recabando sobre el monasterio de la Luz, hemos localizado una nueva memoria breve de religiosos que contiene abundante información entre los siglos XVII y XVIII de Parchilena. Entre ellas destacan las referencias a Fray Fernando Marín,  hermano lego, natural de Osuna, cantero y arquitecto, que destacó, entre otras cosas, en la reedificación del lugar tras el espantoso terremoto de Lisboa de 1755. Gracias a ello, conocemos los devastadores efectos del mismo, aunque ya teníamos algunas referencias gracias a la relación de sus efectos en la villa de Niebla, en cuyo informe se hace referencia a su total destrucción.

Patio de las Muñecas, obra de Fray Fernando Marín
El nuevo documento, y advertimos aquí que existe otra relación impresa que aún no hemos podido consultar, no desmiente esta afirmación, pero es más exhaustivo  en la descripción, permitiéndonos acercarnos a sus consecuencias y lo que es más importante, otorgando la autoría de las obras a nuestro “maestro cantero”. La relación de daños es descrita de la siguiente manera:

“.... a las puertas del monasterio se abrieron vocas que escupieron, agua, fuego y sulfúreas escorias. El convento se arruinó en la mayor parte, cayo el segundo cuerpo de su torreón; en la iglesia se abrieron sus paredes; cayó la armadura sobre sus bóvedas y por partes la abatió. Sólo en ella, milagrosamente, quedó la capilla mayor indemne; la sacristía se hundió. El claustro principal se partió por el primer piso e inclinó sus postes y arcos. El refectorio quedó inservible con la bóveda cascada. Sólo el claustro que había hecho este siervo de Dios se mantuvo firme a tan fuertes baibenes.
La comunidad que estaba en el coro cantando la tercia, viendo que la bóveda se desataba a pedazos, salió por entre las ruinas, que por todas partes caían, a buscar asilo en el campo. Solo fray Fernando se quedó en un arco fuerte que estaba a la entrada del coro acompañado de un religioso franciscano huésped, que desalentado no podía huir, hasta que viendo que se abría el arco, pidiendo a Dios misericordia, lo arrastró por no quedar allí sepultados, y corriendo por entre las ruinas sin lesión, llegaron a donde estaban los demás contristados, y discurriendo estaban debajo de las ruinas, dieron gracias a su Magestad los hubiese sacado de tanto peligro con vida, pues sólo algunos recibieron algunas leves contusiones.
Allí se allaban asombrados y sin consejo, sin saber que abían de deliberar, cuando fray Fernando valerosamente (aviendo calmado un poco el temblor, que aunque con menos fuerza repetía a cada instante) se arrojó por cima de las ruinas, registrando todo el convento y oficinas, y volviendo a el prelado, lo informó como todo había quedado inhabitable que mandase bajo de precepto que ninguno pudiese entrar adentro por que se exponía a perecer entre las ruinas que aún caían.....”.

Entonces se determinó retirase a la huerta y ocupar las casas de los hortelanos (La relación de la villa de Niebla manifiesta que durmieron en tienda de campaña) y fray Fernando se entregó a su reconstrucción, apuntalando y resanando lo que tenía compostura, y volviendo a ocupar las celdas en tres meses, y posteriormente las oficinas y la Iglesia. La muerte le sorprendió en plena edificación en la enfermería de Moguer, donde parece se retiraban los frailes a curarse, en olor de santidad y con hechos prodigiosos, que ya relataremos en otra ocasión.
Lo que ahora nos interesa, y la memoria lo deja claro, es que su clautro “aún no estaba acabado”, y que fue lo primero que compuso, aderezando las celdas para que la comunidad pudiese acomodarse en ellas. Obviamente se trata del Patio de las Muñecas, cuya edificación también queda datada entre 1739 y 1758, puesto que también se nos informa que vistió el hábito 19 años en este monasterio. Entre 1755 y 1758 a su mano se debe el saneamiento de la iglesia, “que parecía no haber sido comprehendida en la desgracia”, sin la torre, que nunca fue reconstruida y permanece inacaba, aunque sí la espadaña para las campanas, y el refectorio, anejo a este claustro, según manifiesta expresamente la memoria, resaltando su fortaleza.
No son las únicas obras de este singular arquitecto, de ellas nos ocuparemos en próximas entradas, en otras partes del monasterio y fuera de él, y otros autores.





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