sábado, 26 de agosto de 2017

Toponimia documentada (siglos XVI-XIX)

De la toponimia mayor de nuestro término nos hemos ocupado ya en alguna ocasión en trabajos anteriores, especialmente la relacionada con el poblamiento y los antropónimos (nombres de personas), la mayoría de ellos en uso en la actualidad y poco dados a los cambios. Por contra, la toponimia menor, la de lugares, se muestra enormemente variable, espacial y temporalmente, tratándose en su mayor parte de topónimos de origen desconocido, nombres comunes o derivados de características físicas del lugar, que se han perdido o variado en la actualidad.

Fotografía aérea de los alrededores del pueblo de 1956.
Entre los siglos XVI y XIX hemos recogido no menos de 600 términos, la mayoría en desuso y difíciles de rastrear, y aún más difíciles de localizar, algunos de ellos populares y muy interesantes, como la Cruz del Muladar del que ni en sueños podríamos imaginar que derivaría en “Cruz Moleá”. No caben aquí todos ellos, por lo que nos detendremos en los más significativos.
Sin entrar a avalorar la importancia de esta ciencia, por ejemplo para la arqueología, desde el punto de vista geográfico la toponimia ayuda a conocer la historia del territorio, su explotación, recursos, o las especies vegetales predominantes, entre otras cuestiones. La sucesión de espacios pasados da lugar al espacio actual, conviniendo, pues, que ambos se convierten en fuente de información histórica (temporal), geográfica (espacial) y cultural.
Y en este sentido, en los tres aspectos resaltados, lo primero a reseñar es la diferencia cuantitativa y semántica entre los topónimos de la campiña y de los montes, que en cierto sentido vienen a confirmarnos la apropiación histórica del lugar por el grupo. La toponimia del sur es escasa en relación a la campiña, apenas posee nombres propios y las referencias son vegetales, animales o accidentales, comenzando por el nombre genérico con el que se conoce a toda la zona, Madrona y Valpajoso, que en realidad son dos topónimos, la madronna (la Madroña), cuya abreviación de la doble n con su rabito dio lugar a Madrona, y Valle Pajoso, valle de espigas.
La toponimia antigua ha variado poco en esta zona, consecuencia de la baja ocupación del territorio: las Puercas, Mojón Blanco, Palomera, Avispero, las Rozas, las Cosechas, Espartillos, Gavilán, Palmarejo, Halconeras, Peñuelas, Donoso (que tiene gracia y donaire, terreno exuberante) además de los más desconocidos de Verdinal (terreno que se conserva verde, aún en verano), Lomero de los dos pies o Cabezada del Fraile. Tal vez, toponímicamente lo más significativo sean las algaidas, un término de origen árabe (al-gaida, la breña, la selva) según Molina Díaz propio del Condado de Niebla que alude a un terreno lleno de matorrales espesos o en cierta forma de médano, un terreno arenoso cubierto de ramas o paja. En nuestro caso documentamos al menos cuatro, la algaida de las Veredas,  algaida de la Fuente Empedrada, algaida que va al Ojuelo (Antropónimo) y algaida Larga, cuya localización nos son absolutamente desconocidas y, en el caso local, podemos apuntar que están ligadas a los corrales de colmenas y juntas de pastores. Creemos, además, que el topónimo puede aludir ente los siglos XVI y XVII más que al terreno a las casas cubiertas de paja propias de los pastores, como apunta Corominas para el compuestos Casa Algaida. La actual denominación, o al menos lo más equivalente, sería majada, que no sólo no se documenta históricamente, sino que lo más perecido es el término Majal (Majal del Palmarejo) que no sabemos si es equivalente.
Los únicos topónimos documentados históricamente que contienen antropónimos seguros son el arroyo de Don Gil y el Gago, una palabra de origen francés castellanizada que podía traducirse por gangoso, tartamudo o senil, y que tiene en la campiña, al límite de Niebla, en su versión femenina, la Gaga.
En la campiña, y dentro de ella especialmente en la vega, la toponimia se densifica, muy ligada a los cursos de agua que descienden de la meseta del Condado y los pequeños valles fluviales que se forman, de donde surge el apocope val: Val de Álamos, Val de Yelgos (baya silvestre), Val de Agujas, Val de Herrerías, Val de la Liebre, Val Perdido y el principal, Valbuena, todos ellos prácticamente en desuso, excepto el último que alude a la famosa cuesta o camino de la Talanquera. Igualmente en desuso están los vados, vado del Acebuche, Vadillo Palo, Vado de Marisuárez, Pasada del Lobato, vado de las Tablas y pasada de la Torre, un topónimo interesante porque algún resto o escombrera debió quedar y que se repite en la dehesa de la Torre y sitio de la Torre, inmediatos a la pasada.
Entre los arroyos resultan interesantes los del  Horcajo, un topónimo muy utilizado en Castilla que alude precisamente a la confluencia de dos arroyos o montes, también desfiladero, derivado de la palabra latina furca, horca u horquilla, y que también aparece reflejado como el pago de los Arroyos, y Gelo, una palabra que según Julio González (1951) podría derivar de la latina Guillo (vasija, tinaja) y que no supieron transcribir ni musulmanes, ni cristianos, utilizando su forma fonética. Son también importantes  porque los topónimos se han perdido el arroyo del Bosque y la pontezilla (puente pequeño) denominaciones del arroyo del Caño, y el arroyo de Basiatalegas cuya localización desconocemos. Relacionados con el agua pero no corriente documentamos el topónimo Sifuentes, del bajo latín centus fontes, cien fuentes y que alude a la abundancia de agua y manantiales.
En esta misma zona de campiña las referencias a la topografía son también constantes, pues aunque se trata de una zona de baja altura es relativamente tortuosa en detalle. Aparecen La Monteruela (femenino por ser dehesa), las Mesillas, Las Cabezadas, las Asomadas, cabezo de la Albina (albina alude a tierra blanca) o la Longuera (aludiendo a la forma), y más interesantes los términos La Escalona, aumentativo del latín scala, que podríamos traducir por escalón, y el Lora, palabra de origen musulmán, Lawra, relieve que forma grandes mesas.  Topónimos relacionados con características físicas del terreno son el citado de la Albina, Secadillos (terreno seco), Los Asperillos, los Barros y Berrasal, una palabra de probable origen local que se refiere a un terreno resbaladizo y que hemos visto emplear históricamente.
La relación de topónimos relacionados con la vegetación o cultivos es también muy amplia, el Pimpollar, el Carrascal (también los Carrascales y Carrascal de Ambrosio), Almendral, los Chopos, Los Granadillos (también nombre de Arroyo), los Alamillos, Los Perales, los Retamales, sitio del Pino, el Bosque, el Prado, Higueral, Viña Vieja, Chaparral, Fresno, El Palmar, El Palmarejo, Hinojales, Palomar o los Posillos entre otros. Recogemos, además, algunos topónimos relacionados con animales y los aprovechamientos como Zorreras, Ortezuela (o Hortezuela) y Horteruela (diminutivos de Huerta), Colmenillas, Corchito y Corchuelo, relacionados con la apicultura, Pie de Burro, las Perreras. Resultan interesantes en estas denominaciones el Texar (Tejar), los hornos propiedad del municipio que siempre existieron en la Pasadera y cuyo topónimo se perdió bajo esta denominación, y Tejarejos, Lagarejos y Tinajería. Entre estos últimos, debemos destacar el Hornillo, en realidad, La heredad del Hornillo, una finca con frutales, pozo y casa de campo que tenemos documentada ne el siglo XVI y pasó a denominar la zona.
Los antropónimos están también muy presentes en la Vega. Maricalva en el Puerto y el vado de Marisuárez, además de las dehesas de Soto y Mármol, son utilizadas como georeferencias casi obligadas en la zona, pero también aparecen las suertes de Abendaño y Abendanillo, La Guerrera, La Vega del Garbín, Corral de Juan Fernández, la tierra de los Bellerinos, el Vínculo de Ventura Coronel, o el vínculo a secas, el Pinzón, el Sánchez, Huerta Cabrera (también fuente), el Oraque o la suerte de María de Portugal, propia del Marqués de Saltés, hijo del duque de Medina Sidonia. Otra topónimo la Duquesa está bien documentado que fue adquirida por Isabel de Fonseca en 1494, la madre del ilegítimo tercer Duque de Medina, al que le fueron legadas las tierras tras el reconocimiento de Juan de Guzmán. En esta tipología, dos posible antropónimos son el El Migallete o Mingalete (camino del), de Mingo o Mínguez, y El Saura.
Por el contrario, tenemos constancia de un numeroso grupo de topónimos cuyo  significado u origen desconocemos. Este es el caso de uno de los denominados mayores, Berrugente, una aldea medieval en término de Moguer, muy próxima a la Luz, y en Lucena un camino, que aparece citada en la documentación local del siglo XVI como Berruguete y Herrugente. También son un misterio los topónimos Marzagalejo (de Marzagón o Marzagán),  Hijarrillo, que parece nombre propio, y Chinchina, también posible antropónimo y romano. Interesante es también, por lo que implica, el sitio de la Rehierta, limítrofe con Moguer, aunque de localización imprecisa, al igual que el Perulejo, en los baldíos en Lucena o Rociana, que tanto podría aludir a riqueza (de Perú) como ser una deformación de Perulero, un tipo de vasija de barro panzuda y estrecha de boca.


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