De
la toponimia mayor de nuestro término nos hemos ocupado ya en alguna ocasión en
trabajos anteriores, especialmente la relacionada con el poblamiento y los
antropónimos (nombres de personas), la mayoría de ellos en uso en la actualidad
y poco dados a los cambios. Por contra, la toponimia menor, la de lugares, se
muestra enormemente variable, espacial y temporalmente, tratándose en su mayor
parte de topónimos de origen desconocido, nombres comunes o derivados de características
físicas del lugar, que se han perdido o variado en la actualidad.
Fotografía aérea de los alrededores del pueblo de 1956. |
Entre
los siglos XVI y XIX hemos recogido no menos de 600 términos, la mayoría en
desuso y difíciles de rastrear, y aún más difíciles de localizar, algunos de
ellos populares y muy interesantes, como la Cruz del Muladar del que ni en
sueños podríamos imaginar que derivaría en “Cruz
Moleá”. No caben aquí todos ellos, por lo que nos detendremos en los más
significativos.
Sin
entrar a avalorar la importancia de esta ciencia, por ejemplo para la
arqueología, desde el punto de vista geográfico la toponimia ayuda a conocer la
historia del territorio, su explotación, recursos, o las especies vegetales
predominantes, entre otras cuestiones. La sucesión de espacios pasados da lugar
al espacio actual, conviniendo, pues, que ambos se convierten en fuente de
información histórica (temporal), geográfica (espacial) y cultural.
Y
en este sentido, en los tres aspectos resaltados, lo primero a reseñar es la
diferencia cuantitativa y semántica entre los topónimos de la campiña y de los
montes, que en cierto sentido vienen a confirmarnos la apropiación histórica del
lugar por el grupo. La toponimia del sur es escasa en relación a la campiña,
apenas posee nombres propios y las referencias son vegetales, animales o
accidentales, comenzando por el nombre genérico con el que se conoce a toda la
zona, Madrona y Valpajoso, que en
realidad son dos topónimos, la madronna (la Madroña), cuya abreviación de la
doble n con su rabito dio lugar a Madrona, y Valle Pajoso, valle de espigas.
La
toponimia antigua ha variado poco en esta zona, consecuencia de la baja
ocupación del territorio: las Puercas, Mojón Blanco, Palomera, Avispero, las
Rozas, las Cosechas, Espartillos, Gavilán, Palmarejo, Halconeras, Peñuelas, Donoso (que tiene gracia y donaire,
terreno exuberante) además de los más desconocidos de Verdinal (terreno que se
conserva verde, aún en verano), Lomero de los dos pies o Cabezada del Fraile.
Tal vez, toponímicamente lo más significativo sean las algaidas, un término de
origen árabe (al-gaida, la breña, la selva) según Molina Díaz propio del
Condado de Niebla que alude a un terreno lleno de matorrales espesos o en
cierta forma de médano, un terreno arenoso cubierto de ramas o paja. En nuestro
caso documentamos al menos cuatro, la algaida de las Veredas, algaida de la Fuente Empedrada, algaida que
va al Ojuelo (Antropónimo) y algaida Larga, cuya localización nos son
absolutamente desconocidas y, en el caso local, podemos apuntar que están
ligadas a los corrales de colmenas y juntas de pastores. Creemos, además, que
el topónimo puede aludir ente los siglos XVI y XVII más que al terreno a las
casas cubiertas de paja propias de los pastores, como apunta Corominas para el
compuestos Casa Algaida. La actual denominación, o al menos lo más equivalente,
sería majada, que no sólo no se documenta históricamente, sino que lo más
perecido es el término Majal (Majal del Palmarejo) que no sabemos si es
equivalente.
Los
únicos topónimos documentados históricamente que contienen antropónimos seguros
son el arroyo de Don Gil y el Gago, una palabra de origen francés
castellanizada que podía traducirse por gangoso, tartamudo o senil, y que tiene
en la campiña, al límite de Niebla, en su versión femenina, la Gaga.
En
la campiña, y dentro de ella especialmente en la vega, la toponimia se
densifica, muy ligada a los cursos de agua que descienden de la meseta del
Condado y los pequeños valles fluviales que se forman, de donde surge el
apocope val: Val de Álamos, Val de Yelgos (baya silvestre), Val de Agujas, Val
de Herrerías, Val de la Liebre, Val Perdido y el principal, Valbuena, todos
ellos prácticamente en desuso, excepto el último que alude a la famosa cuesta o
camino de la Talanquera. Igualmente en desuso están los vados, vado del
Acebuche, Vadillo Palo, Vado de Marisuárez, Pasada del Lobato, vado de las
Tablas y pasada de la Torre, un topónimo interesante porque algún resto o
escombrera debió quedar y que se repite en la dehesa de la Torre y sitio de la
Torre, inmediatos a la pasada.
Entre
los arroyos resultan interesantes los del Horcajo,
un topónimo muy utilizado en Castilla que alude precisamente a la confluencia
de dos arroyos o montes, también desfiladero, derivado de la palabra latina
furca, horca u horquilla, y que también aparece reflejado como el pago de los Arroyos, y Gelo, una palabra que según Julio
González (1951) podría derivar de la latina Guillo (vasija, tinaja) y que no
supieron transcribir ni musulmanes, ni cristianos, utilizando su forma
fonética. Son también importantes porque
los topónimos se han perdido el arroyo del Bosque
y la pontezilla (puente pequeño) denominaciones del arroyo del Caño, y el
arroyo de Basiatalegas cuya
localización desconocemos. Relacionados con el agua pero no corriente
documentamos el topónimo Sifuentes,
del bajo latín centus fontes, cien fuentes y que alude a la abundancia de agua
y manantiales.
En
esta misma zona de campiña las referencias a la topografía son también constantes,
pues aunque se trata de una zona de baja altura es relativamente tortuosa en
detalle. Aparecen La Monteruela (femenino por ser dehesa), las Mesillas, Las Cabezadas,
las Asomadas, cabezo de la Albina (albina alude a tierra blanca) o la Longuera
(aludiendo a la forma), y más interesantes los términos La Escalona, aumentativo del latín scala, que podríamos traducir
por escalón, y el Lora, palabra de
origen musulmán, Lawra, relieve que forma grandes mesas. Topónimos relacionados con características
físicas del terreno son el citado de la Albina, Secadillos (terreno seco), Los
Asperillos, los Barros y Berrasal,
una palabra de probable origen local que se refiere a un terreno resbaladizo y
que hemos visto emplear históricamente.
La
relación de topónimos relacionados con la vegetación o cultivos es también muy
amplia, el Pimpollar, el Carrascal (también los Carrascales y Carrascal de
Ambrosio), Almendral, los Chopos, Los Granadillos (también nombre de Arroyo),
los Alamillos, Los Perales, los Retamales, sitio del Pino, el Bosque, el Prado,
Higueral, Viña Vieja, Chaparral, Fresno, El Palmar, El Palmarejo, Hinojales,
Palomar o los Posillos entre otros. Recogemos, además, algunos topónimos
relacionados con animales y los aprovechamientos como Zorreras, Ortezuela (o Hortezuela) y Horteruela (diminutivos de Huerta),
Colmenillas, Corchito y Corchuelo, relacionados con la apicultura, Pie de
Burro, las Perreras. Resultan interesantes en estas denominaciones el Texar
(Tejar), los hornos propiedad del municipio que siempre existieron en la
Pasadera y cuyo topónimo se perdió bajo esta denominación, y Tejarejos,
Lagarejos y Tinajería. Entre estos últimos, debemos destacar el Hornillo, en realidad, La heredad del Hornillo, una finca con frutales, pozo y casa de campo que tenemos documentada ne el siglo XVI y pasó a denominar la zona.
Los
antropónimos están también muy presentes en la Vega. Maricalva en el Puerto y
el vado de Marisuárez, además de las dehesas de Soto y Mármol, son utilizadas
como georeferencias casi obligadas en la zona, pero también aparecen las
suertes de Abendaño y Abendanillo, La Guerrera, La Vega del Garbín, Corral de
Juan Fernández, la tierra de los Bellerinos, el Vínculo de Ventura Coronel, o
el vínculo a secas, el Pinzón, el Sánchez, Huerta Cabrera (también fuente), el
Oraque o la suerte de María de Portugal, propia del Marqués de Saltés, hijo del
duque de Medina Sidonia. Otra topónimo la
Duquesa está bien documentado que
fue adquirida por Isabel de Fonseca en 1494, la madre del ilegítimo tercer
Duque de Medina, al que le fueron legadas las tierras tras el reconocimiento de
Juan de Guzmán. En esta tipología, dos posible antropónimos son el El Migallete o Mingalete (camino del), de Mingo o Mínguez, y El Saura.
Por
el contrario, tenemos constancia de un numeroso grupo de topónimos cuyo significado u origen desconocemos. Este es el
caso de uno de los denominados mayores, Berrugente,
una aldea medieval en término de Moguer, muy próxima a la Luz, y en Lucena un
camino, que aparece citada en la documentación local del siglo XVI como
Berruguete y Herrugente. También son un misterio los topónimos Marzagalejo (de Marzagón o
Marzagán), Hijarrillo, que parece nombre propio, y Chinchina, también posible antropónimo y romano. Interesante es
también, por lo que implica, el sitio de la Rehierta, limítrofe con Moguer, aunque de localización imprecisa,
al igual que el Perulejo, en los
baldíos en Lucena o Rociana, que tanto podría aludir a riqueza (de Perú) como
ser una deformación de Perulero, un tipo de vasija de barro panzuda y estrecha
de boca.
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