Históricamente
las iglesias habían sido los lugares de enterramiento tradicionales de nuestra
localidad. En época medieval, hasta el siglo XVI, tenemos constancia de un
cementerio extramuros de la parroquia en el lugar que hoy ocupa la torre de la
entonces denominada iglesia de Santa María, que recordemos se encontraba exenta
de los edificios aledaños por la denominada calle “del patio”. Desde que existe documentación parroquial, los que
tenían capital se enterraban en el interior, lo más próximo posible al altar
mayor o a sus devociones particulares, y los pobres lo hacían de limosnas en la
Misericordia. De ambas instituciones se conservan en la cuentas la excavación
de tumbas y el “salado de sepulturas”,
es decir, la preparación de las mismas con cal viva para acelerar la
descomposición de los cadáveres, por lo que posiblemente, y alguna referencia
hay al respecto, se utilizaran osarios para habilitar espacios de
enterramiento, dado lo corto de los solares.
Pascual
Madoz a mediados del siglo XIX informa en su diccionario de la existencia de un
cementerio extramuros de la localidad. Y resulta extraña esta afirmación puesto
que aunque el Diccionario se publicó entre 1846 y 1850, su información es anterior, y uno de los libros
registros de correspondencia recoge en una comunicación de 1846 que es el único
municipio de la provincia que carece de Cementerio y continúa enterrando
los cadáveres en la parroquia.
Plaza Nueva (actual Plaza de Andalucía), solar del cementerio viejo. |
El
párroco Antonio Miguel Carmona nos informará posteriormente en una carta de
la Orden de su Majestad para la construcción del cementerio y el presupuesto
establecido por el municipio, de 10.175 reales, 26 maravedíes, aprovechando para
recordar a los regidores la perentoria necesidad del mismo para la salud
pública y que las “miasmas feturosas exhaladas
por los cadáveres sepultados en su iglesia parroquial darán lugar a que en la
estación presente se alejen los fieles y no concurran al sacrificio de la misa”.
Una comunicación posterior al Arzobispado, inserta en el mismo registro, informa
que el sitio designado para su construcción es los Villares, solar propiedad de
la Misericordia, lugar a propósito y de menor perjuicio a la población.
Sabemos,
además, y por la misma fuente, que en agosto de ese mismo año está ya prohibido
dar sepultura en la Iglesia, aunque se permite en la ermita de la Misericordia, hasta construir el cementerio. Pese a ello, este mismo mes, el Sacristán es
sorprendido abriendo sepulturas en la parroquia, hecho calificado por el Alcalde de
escandaloso, dándosele traslado al Jefe Político de la provincia para su
sanción.
De nuevo, una
comunicación del Ministro de Gracia y Justicia conservada informa de la consignación de 5.870
reales y 30 maravedíes para la construcción y en 1850 el registro informa del comienzo al expediente del
cementerio, comunicando que, mientras tanto se concluye, aunque se habilitó el local de la Misericordia,
ahora convertido en escuela, “se ha
procedido a formar un cuadro de paredes en el centro del terreno señalado para hacer
el cementerio que sirva provisionalmente para hacer en el enterramientos...”. En 1851, y
este debe ser el cementerio a que se refiere Madoz, no admite más sepulturas,
está lleno. Finalmente el Boletín Oficial de la Provincia de Huelva de fecha 4
de febrero de 1853 comunica el remate en pública subasta de las obras que
debieron ejecutarse de manera inmediata.
Aunque
en ningún documento se aclara, este es ya el cementerio de la Plaza Nueva, el Cementerio Municipal, que a tenor
de la información que poseemos, debió reducirse en origen a cercar parte de un
solar, denominado de las Perreras, cuya titularidad y origen desconocemos. En
la documentación posterior, ya del siglo XX, este solar incluía la Plaza Doñana
y la Guardería, el solar del Parque Infantil el Principito, el del Centro Cultural, la Plaza Nueva y al menos las tres primeras casas colindantes a la
plaza de la acera de la derecha.
No
parece, aunque poseemos poca documentación al respecto, que el cementerio
recibiera más inversiones municipales a lo largo del siglo XIX. Es más, en 1859,
tan sólo seis años después de las obras, las actas capitulares nos informan del
abandono grande del cementerio rural de esta villa,
“.... en el que se depositan los cadáveres
sin orden, al capricho de los vecinos interesados en ello, de que resulta
grandes perjuicios y ningún respeto a
sus restos mortales..”
Por
ello, el municipio acuerda nombrar un guarda que se encargue de rozar la maleza
de marzo a mayo, con la obligación de asistir a los entierros y señalar las
sepulturas, que deberán pagarle, en el suelo, de cuatro o dos reales, según las
abran el guarda o los dolientes, y en los hornitos, a cuatro reales, sean de
adultos o niños, “no permitiendo, bajo su
responsabilidad, que los hornitos se hagan en otra parte más que en la pared
que da al camino de la Fuente Nueva, o sea la parte del sur, siguiendo el orden
y husos que lleva su dirección a otros frentes por el levante....”. En el
mismo sentido, los regidores ordenan abrir una sepultura para recoger los
huesos que vayan saliendo del suelo, lo que indica de nuevo un desorden evidente. Esta sensación, se
hace más perentoria pasados los años, puesto que el municipio reconoce tan sólo
unos años después que no ha sido posible introducir la costumbre de hacerles
pagar los “muy módicos precios”
establecidos.
En
1863, a menos de una década de su inauguración, se reitera el nombramiento de
guarda, ahora pagado por el municipio, con similares obligaciones a las anteriores y
otras que, de nuevo, nos sorprenden: obligatoriedad de cerrar los nichos con
ladrillos y yeso, respetar la profundidad de al menos cuatro pies en las
sepulturas, impedir la realización de figuras o “rayas” en las paredes, además de cobrar y seguir el orden de los enterramientos. La
reiteración de las medidas indica que no eran seguidas por los vecinos.
La
incapacidad del cementerio y el desorden parece que fue la tónica general del
mismo hasta que se retomó el asunto en la Segunda República, con el fallido
intento de d. José Pérez de Guzmán de donar sus terrenos de la Monteruela para este
uso. En 1944 el crecimiento urbano del municipio ha absorbido el camposanto y a
partir de 1948 no se realizan nuevos enterramientos y se trasladan cadáveres a
la zona de nichos del lateral izquierdo. El 31 de enero de 1956 se otorga un
plazo de 30 días para el traslado de los restos que
quedaban y un año después se informa de que se han ocupado todos los
nichos existentes en el nuevo, ordenando en la misma acta que se proceda a la
demolición urgente del viejo cementerio por su estado ruinoso. En octubre de 1957 se presenta la
cuenta de los gastos “de la monda”
de sus muros en los que se habían obtenido 90.000 ladrillos, de los
cuales 55.000 quedaron para el Ayuntamiento, que los empleó en nuevos nichos, y
35.000 para el Obispado, según se deduce copropietario del camposanto. Entre
1960 y 1961 en su lugar se construyó la Plaza Pío XII, actual Plaza de Andalucía en una zona ocupada por amplias dotaciones públicas.
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