El
7 de marzo de 1862 la corporación municipal presidida por d. José María Gómez informa
que ese año no se había presentado
ningún devoto voluntariamente a desempeñar la función de Mayordomo del Patrón
San Vicente, ofreciéndose el Cabildo, asociado al señor cura don Manuel del Catillo, a ocupar el puesto. En
1860 ya hubo problemas con el que parece fue el último de los mayordomos de los
que tenemos constancia, d. Rafael de Mora, que a decir de los capitulares
omitió el refresco de las autoridades, pese a la cuantiosa limosna. No
obstante, en la fecha el hecho debía ser excepcional, mostrando los señores presentes
preocupación en cumplir “con el fausto
correspondiente” la Función de Iglesia y nombrando el habitual depositario
de limosnas, en el Concejal Jerónimo Pulido, e Interventor, en el secretario
Rufino López de Castro. Sin embargo, en el transcurso de la sesión intervendrá
el también Concejal Manuel Borrero, ofreciendo la colaboración de su hermano José Borrero Herrera, devoto del patrón
que ofrece:
“hacer dos heras (sic) para el servicio común de vecinos pobres de esta
villa, situándolas con todas las comodidades necesarias en el sitio nombrado cabezo de San Sebastián con el fin de
que el Ayuntamiento, en el caso de acceder a ello, pueda establecer reglas
productivas en beneficio de la función que cada año se lleba (sic) a efecto en
su solemnidad, y siendo de su cuenta, cargos y riesgos todos los gastos que les
ocasionen este proyecto”
El
Pleno desde luego autoriza el proyecto, e incluso en beneficio de los pobres
pegujaleros para el próximo verano, establece que las eras se formen por vía de
limosnas a razón de medio almud de trigo, cebada o centeno hasta diez fanegas
de trilla que se saquen en limpio y un almud de diez para arriba.
Sin
lugar a dudas la ubicación era la mejor posible por la marea que viene del sur,
ideal para aventar los cereales, pero llama la atención la ubicación sobre
tierras que aunque fueron “exido” de
la localidad y corral del Consejo, no tenemos constancia de que fueran tierras
municipales, sino de la Misericordia y de particulares. Y al menos una de estas
eras, o lo que quedaba de ella, se situaba frente a una cancela de hierro que
poseía la finca hasta no hace mucho y seguro que recordarán las personas
mayores. Más cercana en el tiempo, otros recordarán que en la Plaza de Toros se
ubicó otra de ellas y se realizaban labores de trilla también habituales. Era
lo propio de los pueblos.
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