viernes, 8 de diciembre de 2023

EL AUTENTICO DESCUBRIDOR DEL DOLMEN DE SOTO

 

A mis amigos de Bonares, Pepe García, Pepe Gómez, Benjamín,

Diego Camacho, Cristóbal y Manolo, los mantenedores de la

 Historia de su pueblo, que tan bien me tratan y tanto me enseñan.

Se llamaba Manuel Guijarro Román y es, sin lugar a dudas, el auténtico descubridor del Dolmen de Soto en aquella lejana fecha de 1924, de la que se cumple este año el centenario. Así relata en una carta Armando de Soto, propietario de la finca, el descubrimiento:

“En dicho cabecillo (del Zancarrón) acababa yo de construir de nueva planta la casa del guarda de La Lobita y recordé que el maestro albañil me había dicho que en algunos sitios se había ahorrado el profundizar los cimientos por haber dado en piedra casi a flor de tierra. Interrogado el maestro albañil Manuel Fuentes, de Lucena del Puerto, que allí holgaba por ser el día 1.o de año (1923), me aseguró que a medio metro de profundidad y tangente al cimiento, había visto una piedra muy grande. Cogió la espiocha y, dicho y hecho, antes de un cuarto de hora me descubrió, a 95 centímetros de la superficie, la extremidad de una piedra horizontal. Con la natural emoción nos pusimos todos a ayudar y en una hora, o poco más, logramos descubrir como un metro largo de la piedra que me figuraba ser tapamento de la sepultura del sabio moro. Basto por hoy le dije a Manuel Fuentes, que es un día muy grande para trabajar.”

 Manolito “Fuentes”, este era el apodo por el que gustaba ser llamado, era también mi bisabuelo por parte paterna, padre de mi abuela Antonia Guijarro Molina, la primera persona que me relató de viva voz algunas vicisitudes de su vida en una de la visitas que le hacía con mi hijo Carlos, único biznieto al que conoció, cuando ya superaba los noventa y tantos. He de confesar que, al principio, no presté demasiada atención a la historia. Mi abuela, una persona muy jovial y novelera hasta los últimos días de su vida, tenía imaginación para aderezar el relato de más y, a decir verdad, con toda sinceridad yo mismo creí que todo, o casi todo, era producto de su imaginación. Posteriormente, mis tíos, los hermanos Fortes, Antonio y Manuel, nietos del susodicho, me confirmaron la historia y me regalaron una copia del ejemplar de la publicación de Hugo Obermaier (El Dolmen de Soto. Trigueros; Huelva. Boletín de la Sociedad Española de Excusiones, año XXXII, Madrid, 1924) que sirvió de base a la edición de la Diputación de Huelva (Clásicos de la arqueología de Huelva, 1991) y que contiene la dedicatoria manuscrita de Armando de Soto que reproducimos en la fotografía.

En numerosas ocasiones tanto mis tíos como yo mismo hemos intentado documentar la vida de Manuel Guijarro, sin resultados apenas significativos. La documentación que obró en poder de la familia, incluido el original que dio pie al facsímil de la Diputación, han desaparecido, por lo que no nos ha quedado más remedio que acudir a la fuente oral de aquellos que lo conocieron, o contaron sus andanzas, aunque las versiones no son para nada coincidentes. La escasa documentación que poseemos, confirma parcialmente algunos de los extremos de su vida, que no obstante, no quedan demasiado claros.

Manuel Guijarro Román nació en 1874 en Grazalema (Cádiz), hijo de Juan Guijarro Mateo (+ 1913, Lucena del Puerto) y Dolores Román Candil. Según el relato de mi abuela, emigró joven con toda la familia a Rio Tinto, un dato inexacto porque una de las  actas de matrimonio de los hijos manifiesta que era vecino de Nerva, localidad en la que debió conocer a mi bisabuela, María Consuelo Molina Macías, un año menor que él, entre 1898 y 1900. La información oral disponible sugiere que Consuelo podría ser natural de  Niebla, donde tenía familia, y marcho como otras tantas mocitas de la época a “servir” en casa de los ingleses donde conoció a su futuro marido. Como hipótesis de trabajo, en la familia no se descarta que se conocieran en Niebla, localidad con la que Nerva mantenía grandes relaciones y desde donde se abastecían las minas con los productos de la tierra y el vino de Bonares, como muy bien ha demostrado en tantas ocasiones mi amigo José García Díaz en su blog.

La familia paterna con toda seguridad emigró de Grazalema después de 1886, fecha de nacimiento de la menor de las hijas, y se componía, además de los citados de dos hermanas, Isabel (N1886) y Mercedes (1883-1968), esta última soltera.

La villa de Grazalema constituye una tierra de tradición migrante por las escasas posibilidades del medio. Sin embargo, según mi abuela, el motivo de la emigración fueron serios problemas con los Migueletes, cuerpo oficialmente disuelto con la creación de la Guardia Civil en 1844, que no obstante, se mantuvo en algunas demarcaciones del Norte y, tal vez, en serranías de tradición bandolera como la nuestra  para la protección del campo y los caminos.

Dedicatoria de Armando de Soto
La familia regentaba una posada en la calle de las Fuentes, de la que derivó su apodo, pero también era contrabandista, o alojó contrabandistas en su posada, según otra parte de la familia, lo que le acarreó serios problemas con los guardias que les amenazaron de muerte. En secreto, vendieron todos sus bienes y el importe obtenido lo emplearon en 7 mulas y  artículos de contrabando de Gibraltar. Y, obviamente, acudieron al lugar donde en esa época vivía una numerosa colonia de ingleses que añoraba sus productos y sus caros artículos de lujo como el chocolate, el azúcar o el Té, la villa de Riotinto, que ahora sabemos que era un genérico para referirse a la zona minera, puesto que ellos procedían de Nerva. Allí conoció a la bisabuela y allí debieron casarse, puesto que el Archivo del Juzgado de Lucena no registra acta.

Transcurrido unos años, según el relato familiar, Dolores de quejaba de la lejanía de su familia y aprovechó el primer parto para proponer el traslado a Lucena. Así nació Antonia, en 1901, a la que siguió María Dolores (1904), Juan (cuyo registro no ha sido localizado, y murió soltero) y María (1913). Y aquí caso también la hermana Isabel, que tuvo una hija en 1912, y vivió Mercedes la hermana soltera. Es más, el padre Juan Guijarro creemos que está enterrado en una de las sepulturas familiares del cementerio Municipal. Vivieron en la calle Sánchez Gómez y Emilio Castelar.

Sabemos además que Manuel Guijarro compró en Lucena del Puerto tierras de campiña, tal vez procedente del capital familiar, y que participo en la construcción de la capilla del Sagrario de Lucena como albañil a finales del siglo XIX. Sabía leer y escribir, algo poco habitual para la época entre los albañiles y agricultores de la zona.

En la fecha del descubrimiento del Dolmen de la Lobita, así lo denominaba mi abuela por el nombre de la finca, contaba 50 años. Recibió en vida el homenaje de Obermaier y Armando de Soto, que le dedicó el libro, pero además recibió un diploma de reconocimiento de la Casa Real, en concreto de Alfonso XIII, que hoy por desgracia se encuentra perdido. Tanto el libro como el diploma fueron custodiados durante años por la familia Fortes, el ultimo tenedor fue el poeta  Manuel Fortes Guijarro, quien al parecer lo prestó para la reproducción y no llegó a recuperarlo. Según manifiesta el estudio de Obermaier colaboró posteriormente en la excavación del Dolmen, y al parecer, y según relataban sus descendientes, es el responsable de la desaparición del ortoestrato que falta en el dolmen, bastante grande y pesado por cierto. Si usó o no dinamita eso lo dejamos para los especialistas, aunque la familia dice que sí, aunque hubo que mantenerlo en secreto por lo delicado del asunto.

Manuel Guijarro Román murió en Lucena del Puerto en fecha indeterminada de una gangrena en un testículo motivada por un golpe. Descansa en paz arropado por sus descendientes en nuestro cementerio.

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