A mis
amigos de Bonares, Pepe García, Pepe Gómez, Benjamín,
Diego Camacho,
Cristóbal y Manolo, los mantenedores de la
Historia de su pueblo, que tan bien me tratan y tanto me enseñan.
Se llamaba Manuel Guijarro Román y es, sin lugar a dudas, el auténtico descubridor del Dolmen de Soto en aquella lejana fecha de 1924, de la que se cumple este año el centenario. Así relata en una carta Armando de Soto, propietario de la finca, el descubrimiento:
“En
dicho cabecillo (del Zancarrón) acababa yo de construir de nueva planta la
casa del guarda de La Lobita y recordé que el maestro albañil me había dicho
que en algunos sitios se había ahorrado el profundizar los cimientos por haber
dado en piedra casi a flor de tierra. Interrogado el maestro albañil Manuel
Fuentes, de Lucena del Puerto, que allí holgaba por ser el día 1.o de año (1923), me aseguró que a medio metro de profundidad y tangente al cimiento,
había visto una piedra muy grande. Cogió la espiocha y, dicho y hecho, antes de
un cuarto de hora me descubrió, a 95 centímetros de la superficie, la
extremidad de una piedra horizontal. Con la natural emoción nos pusimos todos a
ayudar y en una hora, o poco más, logramos descubrir como un metro largo de la piedra
que me figuraba ser tapamento de la sepultura del sabio moro. Basto por hoy le
dije a Manuel Fuentes, que es un día muy grande para trabajar.”
En numerosas ocasiones tanto mis
tíos como yo mismo hemos intentado documentar la vida de Manuel Guijarro, sin
resultados apenas significativos. La documentación que obró en poder de la
familia, incluido el original que dio pie al facsímil de la Diputación, han
desaparecido, por lo que no nos ha quedado más remedio que acudir a la fuente
oral de aquellos que lo conocieron, o contaron sus andanzas, aunque las
versiones no son para nada coincidentes. La escasa documentación que poseemos,
confirma parcialmente algunos de los extremos de su vida, que no obstante, no
quedan demasiado claros.
Manuel Guijarro Román nació en 1874
en Grazalema (Cádiz), hijo de Juan Guijarro Mateo (+ 1913, Lucena del Puerto) y
Dolores Román Candil. Según el relato de mi abuela, emigró joven con toda la
familia a Rio Tinto, un dato inexacto porque una de las actas de matrimonio de los hijos manifiesta
que era vecino de Nerva, localidad en la que debió conocer a mi bisabuela,
María Consuelo Molina Macías, un año menor que él, entre 1898 y 1900. La
información oral disponible sugiere que Consuelo podría ser natural de Niebla, donde tenía familia, y marcho como
otras tantas mocitas de la época a “servir”
en casa de los ingleses donde conoció a su futuro marido. Como hipótesis de trabajo,
en la familia no se descarta que se conocieran en Niebla, localidad con la que
Nerva mantenía grandes relaciones y desde donde se abastecían las minas con los
productos de la tierra y el vino de Bonares, como muy bien ha demostrado en
tantas ocasiones mi amigo José García Díaz en su blog.
La familia paterna con toda
seguridad emigró de Grazalema después de 1886,
fecha de nacimiento de la menor de las hijas, y se componía, además de los
citados de dos hermanas, Isabel (N1886) y Mercedes (1883-1968), esta última soltera.
La villa
de Grazalema constituye una tierra de tradición migrante por las escasas
posibilidades del medio. Sin embargo, según mi abuela, el motivo de la
emigración fueron serios problemas con los Migueletes, cuerpo oficialmente
disuelto con la creación de la Guardia Civil en 1844, que no obstante, se
mantuvo en algunas demarcaciones del Norte y, tal vez, en serranías de
tradición bandolera como la nuestra para
la protección del campo y los caminos.
Dedicatoria de Armando de Soto |
Transcurrido
unos años, según el relato familiar, Dolores de quejaba de la lejanía de su
familia y aprovechó el primer parto para proponer el traslado a Lucena. Así
nació Antonia, en 1901, a la que siguió María Dolores (1904), Juan (cuyo
registro no ha sido localizado, y murió soltero) y María (1913). Y aquí caso
también la hermana Isabel, que tuvo una hija en 1912, y vivió Mercedes la
hermana soltera. Es más, el padre Juan Guijarro creemos que está enterrado en
una de las sepulturas familiares del cementerio Municipal. Vivieron en la calle
Sánchez Gómez y Emilio Castelar.
Sabemos
además que Manuel Guijarro compró en Lucena del Puerto tierras de campiña, tal
vez procedente del capital familiar, y que participo en la construcción de la
capilla del Sagrario de Lucena como albañil a finales del siglo XIX. Sabía leer
y escribir, algo poco habitual para la época entre los albañiles y agricultores
de la zona.
En la
fecha del descubrimiento del Dolmen de la Lobita, así lo denominaba mi abuela
por el nombre de la finca, contaba 50 años. Recibió en vida el homenaje de
Obermaier y Armando de Soto, que le dedicó el libro, pero además recibió un diploma de reconocimiento de la Casa Real,
en concreto de Alfonso XIII, que hoy
por desgracia se encuentra perdido. Tanto el libro como el diploma fueron
custodiados durante años por la familia Fortes, el ultimo tenedor fue el poeta Manuel Fortes Guijarro, quien al parecer lo
prestó para la reproducción y no llegó a recuperarlo. Según manifiesta el
estudio de Obermaier colaboró posteriormente en la excavación del Dolmen, y al
parecer, y según relataban sus descendientes, es el responsable de la desaparición
del ortoestrato que falta en el dolmen, bastante grande y pesado por cierto. Si
usó o no dinamita eso lo dejamos para los especialistas, aunque la familia dice
que sí, aunque hubo que mantenerlo en secreto por lo delicado del asunto.
Manuel
Guijarro Román murió en Lucena del Puerto en fecha indeterminada de una gangrena
en un testículo motivada por un golpe. Descansa en paz arropado por sus
descendientes en nuestro cementerio.
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