domingo, 17 de diciembre de 2023

EL JUBILEO DE SAN VICENTE (1720).


Pocos pueblos pueden presumir, como hacemos nosotros hoy, no de uno, sino de dos Jubileos Perpetuos otorgados por el Papa Clemente XI para dos de sus festividades principales. El 18 de febrero de 1720 el libro de actas de la Cofradía y Hermandad de la Santa Misericordia de Lucena del Puerto recogía el siguiente acuerdo de boca de su administrador eclesiástico, el clérigo de menores Don Rodrigo Ximénez Cruzado, en presencia de su hermano, el párroco Don Alonso, el mayordomo, Don Manuel Ruiz, y el Escribano Público, Don Francisco Hernández Carruchena:

".... Les fue echó saber por el dicho administrador que Don Francisco Cazallón, notario de la audienzia notarial de Sevilla y curial de brebes de Roma, como tenía en su poder una bula y despacho de Roma que contenía un jubileo perpetuo de grasia para dicha hermandad, y otro para el pueblo el día del señor San Visente, Patrón de dicho lugar. Cuios jubileos abía sacado en nombre de dicho administrador para la dicha hermandad, que remitiese su importe que era diez y seis pesos escudos".

Un acta posterior, de mayo, nos informa de la recepción de los documentos que fueron pagados a partes iguales entre la hermandad y los hermanos, señalando que "era nesesario que la hermandad señalase un  día festibo en que la hermandad hisiese la fiesta prinsipal, que abía de ser para siempre Xamas. Y asimismo otros quatro días festibos o feriados para que en ellos se gaste el jubileo, de más de dicho día de fiesta  prinsipal, de cuia Bula leió el dicho cura un traslado que contenía las grasias dichas y otras muchas que constan dél....".

No conocemos aún el contenido de los documentos, pero fueron otorgados en forma de Bula papal o Breve, que para nuestro caso es lo mismo, puesto que ambos documentos refrendados por el sello del Pescador  tratan asuntos de fe referidos a un solo tema, aunque diferenciados por su extensión. De la misma manera, podemos suponer, al tratarse de jubileos de gracia, que otorgaban indulgencia plenaria para el pueblo durante los cinco días festivos refrendados, es decir, los pecados cometidos en este tiempo eran redimidos bajo ciertas condiciones por los representantes de la Iglesia, en este caso, el Papa.

Para los luceneros, con unas tradiciones tan arraigadas y un Santo tan singular, el Jubileo Perpetuo supone un espaldarazo a la tradición. Hace más de 450 años, en el tercer tercio del siglo XVI, la parroquia de Santa María del lugar de Lucena pasó a denominarse de San Vicente Mártir y debió iniciarse la tradición. Por la documentación de archivo sabemos que la fiesta consistía en la Función Principal, o Función de Iglesia, la colocación de un monumento (bajada del Santo) y la Procesión, de la que no sabemos absolutamente nada. A partir de 1720, tras el Jubileo, se adquirieron unas andas, pintadas en colorado, el color del Santo, y se amplió la fiesta a esos cinco días feriados, además de introducir novedades interesantes como los toros en enero (la función de vacas) y los fuegos artificiales en la plaza. Trescientos años después seguimos celebrando y haciendo lo mismo, aunque algunos notamos un cada vez mayor desapego a unas tradiciones que, aun admitiendo la necesidad de adaptación a los tiempos, como se ha hecho siempre, en lo esencial, deben permanecer inamovibles. Y hoy, como hace 450 años, San Vicente es, y debe seguir siendo, nuestro fiel protector, consuelo, y padre de los luceneros.

No podemos dejar pasar esta breve reseña para recordar el segundo de los Jubileos, el de la patrona de la Caridad o la Misericordia, a celebrar el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María y función principal, y los cuatro días restantes para “gastar”, los tres días últimos de Pascua de cada una de las del Señor y el de los Dolores de la Virgen, respecto a su advocación exacta de Nuestra señora de Quinta Angustia, según se recoge expresamente en la regla de la Hermandad. Como quiera que los hermanos costearan a medias ambos jubileos, las esposas reclamaron obtener las mismas gracias para sí, no quedando más remedio de admitirlas de hermanas y cobrarles tres reales de limosna por razón de entrada. Sus nombres fueron asentados al final del libro de actas, por lo que conocemos a los que costearon las Bulas y los responsables del Jubileo:

 

“Primeramente Doña Elvira  García, mujer de Isidro Barba.

Doña Paula María Maldonado, mujer de Cristóbal Hernández.

Doña Josepha de Jesús Barba, mujer de Juan Cardeña.

Doña Beatriz García Márquez, mujer de Don Juan Díaz de la Cruz, escribano.

Doña Beatriz García, mujer de Manuel Ruiz.

Doña Ana Hilasa, mujer de Pedro Ruiz, Alcalde.

Doña Isabel Carrasco, mujer de Esteban Martín.

Doña Juana Domínguez, mujer de Diego Ruiz.

Doña Ana Guerrera, mujer de Nicolás García.

Doña Isidora María, mujer de Manuel de Cabrera.

Doña Beatriz Ximénez, mujer de Pedro Carrasco.

Doña María Barba, mujer de Alonso del Álamo.

Doña Inés García, mujer de Severino de Vega.

Doña María Domínguez, mujer de Marcos Masías.

Doña Francisca de Cabrera, mujer de Joseph Ruiz.

Doña Josefa de la Consepzión, mujer de Pedro Custodio.

Doña Josefa María Garrochena, mujer de Sebastián Carrasco.

Doña Leonor García, mujer de Francisco Fernández el menor.

Doña María Rosa de Cabrera, mujer de Vizente Barba

Doña Inés Gómez, mujer de Juan Moro”

Veinte hermanos y hermanas, mayoritariamente labradores adinerados, entre los que es fácil reconocer las estirpes mayoritarias de los Cabrera, hidalgos, los Barba y Coronel, ricos propietarios muy religiosos, los Ruiz, mayordomos de fábrica de la parroquia, o los Díaz de la Cruz, sacerdotes y clérigos de menores, todos ellos emparentados entre sí, padres, hijos y hermanos, lo más granado de la alta sociedad local.

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