No se puso mucho cuidado en los orígenes de la
fundación del monasterio de la Luz en recoger relación de las hazañas de sus
hijos que florecieron en religión y virtud. Y habiéndolo hecho casi cien años
después, “obligados de mandado, y
obediencia”, el padre Siguenza en la Historia de la Orden de San Jerónimo
nos descubre “un numeroso escuadrón de los que en esta era por aquel desierto
han conquistado el cielo con hazañas de grande edificación”.
Hito de los alrededores del Monasterio. Marca el límite de la protección. |
La propia fundación del monasterio se nos muestra
como un prodigio, puesto que hemos de recordar que tras aceptación del Duque de Medina Sidonia de la misma, la venida de la Virgen de la Luz se presenta como
un misterio propiciado por dos tiernos mancebos, que dijeron llamarse Gabriel y Rafael, entregaron la imagen y desaparecieron. No cabe duda, que era esta una
forma de consolidar la erección, una seria advertencia de una fundación querida
por Dios y por la Virgen, que refrenda con la misteriosa aparición de los
Arcángeles su voluntad. La posterior romería y feria de la Luz en la Candelaria
vendía a confirmar la devoción y el culto popular. A lo l argo de los siglos hubo otras maravillas.
Fray Cristóbal de Santa María,
natural de Navalmorcuende, junto a Talavera (Toledo), es descrito como un
individuo caritativo y humilde, cuya principal virtud fue la castidad. Durante
22 años se abstuvo de salir a poblado y de decir misa en la iglesia los días en
que había mujeres, huyendo del huerto si aparecía alguna, pero no por la
puerta, sino saltando el vallado, por no verlas, ni oírlas, hasta tal punto que
sus hermanos afirmaban con rotundidad que “salió
de esta vida tan entero, como salíó de el vientre de su madre” (sic).
Era
muy devoto de la Virgen, de la que tenía en su celda una imagen, y otra del
niño Jesús, a los que componía villancicos amorosos que recogió en un libro,
que sin embargo, nunca vieron sus hermanos. Practicaba la oración en su celda y
se mortificaba con cilicios, sufriendo numerosos achaques, especialmente unas
llagas en una pierna que le afligieron todo un año. Llamado el cirujano de
Moguer, por orden del Prior, diagnostico que estaba “encancerada” y era
necesario cortar parte de la carne, tornando a Moguer a por las herramientas y
medicamentos para el día siguiente. A pesar de la gravedad y peligroso de los
males, el Siervo de Dios bajó aquella noche a la capilla mayor a hacer
oraciones a Nuestra Señora y encomendarse por completo a ella:
Cabecera de la Iglesia monacal. |
“Untose
tres vezes con el aceite de la lámpara, que arde delante del Altar mayor, donde
está la Santa Imagen, y después se fue a dezir missa con gran confianza. A
la mañana volvió el cirujano, y queriéndole curar, no lo consintió, hasta que
el prelado se lo mandó, y descubriendo la pierna, se descubrió en ella un prodigio, pues se halló sana y buena con
admiración de los que assistían, y especialmente del cirujano, que el día antes
había visto el gran riesgo en que estaba. Dieron mil gracias a Dios, y su Madre
Santísima, y el Varón Santo con este nuevo favor, prosiguió con indezible
fervor la carrera de sus virtudes, hasta que de sesenta años y más de edad, se
fue al cielo a recibir de ellas el premio, y especialmente de su virginal
pureza, flor que en aquella hora de su
muerte esparció sus fragancias, pues la enfermería donde estaba se llenó de un
olor suavísimo, como de rosas, anuncio de las que gozaba su alma en el Jardín
de la Gloria.”
La
fragancia de la enfermería es el olor de santidad, un olor agradable a rosas
que no se sabe de dónde procede, pero que la iglesia católica identificó
durante años con la santidad y la presencia de la Virgen en el lecho de muerte.
Es, pues, un milagro que anticipa el jardín de la gloria y refleja las virtudes
del fiel que se manifiestan claramente en el texto.
Fray Bartolomé de Salvatierra
(1607-1652). Profesó el día de San Ambrosio de 1607, y a él se encomendó
durante toda su vida. Maestro de novicios, predicador, vicario de Parchilena y
del monasterio de Écija, es descrito como un trabajador incansable que dormía
poco y se enflaqueció de manera que solo le quedó piel y huesos. También
portaba cilicios y se disciplinaba, hasta el punto que se oían sus azotes en el
claustro. Le regaló Dios grandes enfermedades.
Un
su ultima hora, excitaba a sus hermanos al menosprecio del mundo, les daba observaciones para caminar en la perfección e
insistía en la salvación. Recibido el viático se encomendó a los santos de su
devoción, especialmente a San Ambrosio, que se le apareció, visitó e informó de
su inminente muerte:
“.....
consolándole con semejantes palabras a las que san Basilisco, obispo y Mártir
dixo a san Iuan Chrisostomo. Comunicándolas en secreto el Siervo de Dios al
Prior que era entonces, y al enfermero, refiriendo le avía consolado el Doctor
Santo, diziéndole: mañana estaremos
juntos”.
Cuando
ya no hablaba y esperaban lo peor de manera inminente, el médico pidió que le
quitasen la sayuela y le vistiesen camisa para que estuviese más cómodo. Los
hermanos que le cuidaban accedieron pensando
que no pasaría de aquella misma noche, pero mientras lo hacían y cuando menos lo
esperaban, habló y les dijo que perdiesen cuidado que su muerte no sería hasta
la víspera de Navidad. Y así fue, y
ellos después de su muerte publicaron esta maravilla para consuelo de todos,
muriendo en la fecha señalada de 1652.
Fray Alonso de Xerez (+ 1615, a los 30 años de edad). Era el procurador
segundo, es decir, el encargado de asuntos económicos, especialmente el trato
con los peones cuando sucedió el caso. Y vino a pasar que durante la siega, durante
el mes de julio, dando vuelta a los trigos
sorprendió a los bueyes de Lucena comiendo en las gavillas del
monasterio, hecho muy habitual cuando se comparten dehesas y pastos. Quiso el
fraile prender los bueyes para llevarlos al corral y poderlos penar, y el mozo
que los llevaba la emprendió a pedradas, con maltrato hacia el fraile. Pero
luego, al punto,
“..... el
mozo fue posseido de el demonio, que
se le entró en el cuerpo, y le atormentó con la furia que suele, permitiendo Díos afsí, por el mal
tratamiento que hizo a su siervo y ministro de su altar: más como es
amoroso Padre de clemencia, y como tal castiga, quiso su Divina misericordia, que habiéndole traído a la Iglesia del
Convento, en presencia de la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de la Luz,
Patrona de el Monasterio, haziéndole algunos exorcismos, con algunas missas que
dixeron los monjes por él, fue libre de
enemigo malo, que duramente le aflixia.”
Quedaron
los monjes contentos, y el mozo, luego que se vio sano, se fue a su lugar, “corrido y auergonzado de lo que había
hecho, y afsí arrepentido, perseveró dos años, al cabo de los quales murió”.
De nuevo, nos hallamos ante un milagro de advertencia, castigando Dios al mozo,
por el maltrato al siervo de Dios a la vez que se da un toque de atención a
esos díscolos guardas y regidores luceneros que insistentemente penaban a los
ganados del monasterio en esas tierras que primero se apropió Diego de Oyón y
después otorgó a los frailes como si fuera suyo.
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