martes, 26 de diciembre de 2017

Maravillas y portentos en Santa María de la Luz de Parchilena.

No se puso mucho cuidado en los orígenes de la fundación del monasterio de la Luz en recoger relación de las hazañas de sus hijos que florecieron en religión y virtud. Y habiéndolo hecho casi cien años después, “obligados de mandado, y obediencia”, el padre Siguenza en la Historia de la Orden de San Jerónimo nos descubre “un numeroso escuadrón de los que en esta era por aquel desierto han conquistado el cielo con hazañas de grande edificación”.

Hito de los alrededores del Monasterio.
Marca el límite de la protección.
La  propia fundación  del  monasterio  se  nos  muestra como  un  prodigio,  puesto que hemos de recordar que tras  aceptación  del  Duque  de  Medina  Sidonia de la misma,  la  venida  de  la  Virgen de la Luz se presenta como un misterio propiciado por dos tiernos mancebos, que  dijeron  llamarse Gabriel  y  Rafael,  entregaron la imagen y  desaparecieron.  No cabe  duda,  que era esta una forma de consolidar la erección, una seria advertencia de una fundación querida por Dios y por la Virgen, que refrenda con la misteriosa  aparición de los Arcángeles su voluntad. La posterior romería y feria de la Luz en la Candelaria vendía a confirmar la devoción y el culto popular.   A  lo l argo de los siglos hubo otras maravillas.
Fray Cristóbal de Santa María, natural de Navalmorcuende, junto a Talavera (Toledo), es descrito como un individuo caritativo y humilde, cuya principal virtud fue la castidad. Durante 22 años se abstuvo de salir a poblado y de decir misa en la iglesia los días en que había mujeres, huyendo del huerto si aparecía alguna, pero no por la puerta, sino saltando el vallado, por no verlas, ni oírlas, hasta tal punto que sus hermanos afirmaban con rotundidad que “salió de esta vida tan entero, como salíó de el vientre de su madre” (sic).
Era muy devoto de la Virgen, de la que tenía en su celda una imagen, y otra del niño Jesús, a los que componía villancicos amorosos que recogió en un libro, que sin embargo, nunca vieron sus hermanos. Practicaba la oración en su celda y se mortificaba con cilicios, sufriendo numerosos achaques, especialmente unas llagas en una pierna que le afligieron todo un año. Llamado el cirujano de Moguer, por orden del Prior, diagnostico que estaba encancerada y era necesario cortar parte de la carne, tornando a Moguer a por las herramientas y medicamentos para el día siguiente. A pesar de la gravedad y peligroso de los males, el Siervo de Dios bajó aquella noche a la capilla mayor a hacer oraciones a Nuestra Señora y encomendarse por completo a ella:

Cabecera de la Iglesia monacal.
 Untose tres vezes con el aceite de la lámpara, que arde delante del Altar mayor, donde está la Santa Imagen, y después se fue a dezir missa con gran confianza. A la mañana volvió el cirujano, y queriéndole curar, no lo consintió, hasta que el prelado se lo mandó, y descubriendo la pierna, se descubrió en ella un prodigio, pues se halló sana y buena con admiración de los que assistían, y especialmente del cirujano, que el día antes había visto el gran riesgo en que estaba. Dieron mil gracias a Dios, y su Madre Santísima, y el Varón Santo con este nuevo favor, prosiguió con indezible fervor la carrera de sus virtudes, hasta que de sesenta años y más de edad, se fue al cielo a recibir de ellas el premio, y especialmente de su virginal pureza, flor que en aquella hora de su muerte esparció sus fragancias, pues la enfermería donde estaba se llenó de un olor suavísimo, como de rosas, anuncio de las que gozaba su alma en el Jardín de la Gloria.”

La fragancia de la enfermería es el olor de santidad, un olor agradable a rosas que no se sabe de dónde procede, pero que la iglesia católica identificó durante años con la santidad y la presencia de la Virgen en el lecho de muerte. Es, pues, un milagro que anticipa el jardín de la gloria y refleja las virtudes del fiel que se manifiestan claramente en el texto.
Fray Bartolomé de Salvatierra (1607-1652). Profesó el día de San Ambrosio de 1607, y a él se encomendó durante toda su vida. Maestro de novicios, predicador, vicario de Parchilena y del monasterio de Écija, es descrito como un trabajador incansable que dormía poco y se enflaqueció de manera que solo le quedó piel y huesos. También portaba cilicios y se disciplinaba, hasta el punto que se oían sus azotes en el claustro. Le regaló Dios grandes enfermedades.
Un su ultima hora, excitaba a sus hermanos al menosprecio del mundo, les daba  observaciones para caminar en la perfección e insistía en la salvación. Recibido el viático se encomendó a los santos de su devoción, especialmente a San Ambrosio, que se le apareció, visitó e informó de su inminente muerte:

“..... consolándole con semejantes palabras a las que san Basilisco, obispo y Mártir dixo a san Iuan Chrisostomo. Comunicándolas en secreto el Siervo de Dios al Prior que era entonces, y al enfermero, refiriendo le avía consolado el Doctor Santo, diziéndole: mañana estaremos juntos”.

Cuando ya no hablaba y esperaban lo peor de manera inminente, el médico pidió que le quitasen la sayuela y le vistiesen camisa para que estuviese más cómodo. Los hermanos que le cuidaban  accedieron pensando que no pasaría de aquella misma noche, pero mientras lo hacían y cuando menos lo esperaban, habló y les dijo que perdiesen cuidado que su muerte no sería hasta la víspera de Navidad.  Y así fue, y ellos después de su muerte publicaron esta maravilla para consuelo de todos, muriendo en la fecha señalada de 1652.
Fray Alonso de Xerez (+ 1615, a los 30 años de edad). Era el procurador segundo, es decir, el encargado de asuntos económicos, especialmente el trato con los peones cuando sucedió el caso. Y vino a pasar que durante la siega, durante el mes de julio, dando vuelta a los trigos  sorprendió a los bueyes de Lucena comiendo en las gavillas del monasterio, hecho muy habitual cuando se comparten dehesas y pastos. Quiso el fraile prender los bueyes para llevarlos al corral y poderlos penar, y el mozo que los llevaba la emprendió a pedradas, con maltrato hacia el fraile. Pero luego, al punto,

 “..... el mozo fue posseido de el demonio, que se le entró en el cuerpo, y le atormentó con la furia que suele, permitiendo Díos afsí, por el mal tratamiento que hizo a su siervo y ministro de su altar: más como es amoroso Padre de clemencia, y como tal castiga, quiso su Divina misericordia, que habiéndole traído a la Iglesia del Convento, en presencia de la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de la Luz, Patrona de el Monasterio, haziéndole algunos exorcismos, con algunas missas que dixeron los monjes por él, fue libre de enemigo malo, que duramente le aflixia.”

Quedaron los monjes contentos, y el mozo, luego que se vio sano, se fue a su lugar, “corrido y auergonzado de lo que había hecho, y afsí arrepentido, perseveró dos años, al cabo de los quales murió”. De nuevo, nos hallamos ante un milagro de advertencia, castigando Dios al mozo, por el maltrato al siervo de Dios a la vez que se da un toque de atención a esos díscolos guardas y regidores luceneros que insistentemente penaban a los ganados del monasterio en esas tierras que primero se apropió Diego de Oyón y después otorgó a los frailes como si fuera suyo.


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