Esteban
Rodríguez, vecino de Niebla y residente en Lucena otorgó testamento ante Blas
Hernández, escribano público y del cabildo, el
6 de agosto de 1635. El documento
tiene poco de particular; ordena su entierro, según costumbre, en la parroquia
de San Vicente, con las misas de rigor
por su alma, deudos, y esposa difunta, esta última, ofrendada con un medio almud de trigo
y dos cuartillos de vino.
Sabemos
que era zapatero por la larga relación de pequeñas deudas que contiene, “todos los quales me deben de calsado y espesias y cosas de mi tienda”.
Nombra por heredero universal de sus bienes a su nieto y a Simón Luis, su hijo,
y de su legítima mujer María Gaga, casi con toda seguridad ausente, puesto que
sus albaceas, el Capitán Antón Domínguez Limón y el cura Mateo Gómez Pancho,
ordenan levantar inventario de sus bienes el mismo día 7 de agosto en presencia
de testigos.
Y
es aquí donde comienza lo interesante porque a través de ellos, obtenemos el
pulso real del oficio en este mundo rural siempre tan limitado y con escasez de
artesanos. Los útiles descritos, mezclados con los personales, que omitimos, y
repartidos por dos domicilios, son los siguientes
“Primeramente un pedaso de suelas de serrada (baca) entero y
otro pedaso de pellejo, también de suelas, de la ijada.
.....
Yten veinte y
una hormas de sapatero y el boj.
Unas tijeras y
un tranchete, y unas tenasas. Otro tranchete. (Chaira,
cuchilla de zapatero)
Un libro de quentas y unas escribanías.
Dos suelas nuevas y una lima, y tres alesnas, y
una aguja, y cuatro brocas, y una banqueta de quatro pies y
un barril de echar aguardiente.
Yten unos sapatos de baqueta buenos y unas calsas de
paño que traía prietas.
Un asperón (piedra de amolar) y
otra horma pequeña.
.......
Yten otra cajeta serrada y en
ella un papel con alquitina (goma)
Yten una madeja de hilo casero de haser sapatos.
Yten un lio de sintas asules de hilo.
Yten nueve pares de calsas de
niño. Una cajeta de Milán vasia.
......
Un canuto con sinco gajas de sapatero”.
El
género de la tienda y el propio concepto de la misma, puede sorprendernos, por
su precariedad. El género se presenta en
forma de “caseta de tienda cerrada”,
es decir, según entendemos, una especie de muestrario más o menos plano
compuesto de casetones o “cajetas”, donde se diferencia el producto
y se clasifica. Obviamente, también se facilita el transporte a domicilios y a
ferias, que las había, para lo cual el zapatero posee un borrico de color rucio
bueno de carga. Abierta en presencia del albacea contenía lo siguiente:
“Un manojo de sintas moradas, otro de
sintas blancas, el marco de pelar.
......
Un canutillo con agujas, un papel
arrebujado con un poco de hilo portugués, otro manojo de tiretas de hilo azul
para petos de mujer, otro papel con tres retasos de puntas y dos madejas de
(ilegible), un rebujón de hilo asul para coser = en un cofresillo, seis dosenas
de botones de seda de diferentes colores..... un manojo de obenillos de hilo.
Otro papel de seda para coser de color,
un poquito de hilo asul de labrar, otro poco de hilo para coser de color asul.
...... otro papel con puntilla de hilo. Otro
papelón de listones de diferentes colores. Otro papel de cordonsillos, otro de
sintas delgadas de hilo encarnadas.
Otro papel de hilo enasijado, otro papel
de hilo blanco de coser las teleguillas, sin cominos, tres topillos, una
taleguilla con espique y de husema,
otro pal de hilo blanco de coser”.
Y en casa de Martín Alonso
Cardeña se hallaron los bienes siguientes:
“Yten otra cajeta serrada....
Yten un lio de sintas asules de hilo. Otro pal lleno de alumbre.
Yten nueve pares de calsas de niño. Una cajeta de Milán
vasia.
Una esportilla vasía de palma y un cohillo.
Una presena de hombre
.......
Un papel con seda asul y berde de uso.
.......
Y el capitán llevó la llabe, abriose otra cajeta y en
ella se halló lo siguiente;
Unos sapatos de badana blancos y unas suelas de niño”
Queda
la especiería, repartida por todo el inventario e igualmente interesante porque
nos informa de la alimentación. Un poco de jengibre
en un papel, un poco de azafrán en
una caja de Milán, una caseta con clavo
y canela, y en una olla culantro (cilantro) y otra olla de mostaza, que como el azafrán, aunque
más comunes en esta época, y posiblemente más baratos, eran productos de importación en la zona. Aparecen
también una olla de espigue (que
podría ser espliego) y alhasema (¿alhucemas?,
lavanda), ambas plantas aromáticas y con posible uso alimentario que también
aparecen en el inventario de la zapatería (una taleguilla de espique y de
husema), y otra olla de agrejas
(acedera) una planta que se empleaba como condimento por su sabor ácido
parecido al vinagre. Completa el inventario un peso de “pesar asafrán”,
que por las características del producto, debía ser balanza, y de cierta
precisión. No se incluye el alumbre,
que se usa en la industria, la farmacopea y el tinte, y obviamente, tenemos
dudas sobre la venta de unas plantas
aromáticas que en el mundo rural conocían todos, aunque podría tratarse de
plantas recolectadas para su exportación.
En
el inventario no aparece la pimienta,
una especie que nos consta era habitual y usada. La razón es muy simple, era
una mercancía estanca cuyo comercio
otorgaba la corona en el reino de Sevilla a un administrador que a su vez nombra
a factores locales. En 1607 el nombramiento recayó por primera vez, que sepamos, sobre Pedro Salvador para
que “dentro de los doze días primeros de
junio se traiga y tenga pimyenta en su casa para el dicho efeto de venderla en
este lugar, lo qual asete y cumpla....”. En 1620 el ramo de la “prieta”
(negra) lo obtuvo en arrendamiento por cuatro años Martín Alonso Reales, obligado a adquirir libra y media
anualmente (690 gramos) a precio de compra de 8 reales la libra. Desconocemos
el precio de venta de estos productos, pero desde luego no debió ser barato, aunque el bajo peso de las especies las hacía asequibles a la mayoría en
pequeñas cantidades. En cualquier caso, su precio disminuyó a lo largo del
siglo XVII.
Finalmente,
el especiero tenía alguna curiosidad más. El inventario de sus bienes reseña un
libro de Fray Luis de Granada, único que posee tales efectos con alguno de los párrocos de la localidad. La existencia de libros de cuentas y papeles en el propio documento demuestra que sabía leer y escribir, y esto sí que constituía una auténtica rareza en
este mundo tan rural y tan limitado.
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