A pesar de las dudas y del desconocimiento
general que poseemos sobre el tema que nos ocupa, es incuestionable la
existencia de la fortaleza de El Bosque y su localización en las tierras de su
excelencia, la heredad y Bosque de Millares. Las referencias son escasas a
pesar de que la primera mención se encuentra en las ordenanzas de 1504 respecto al pago de impuestos para
su mantenimiento:
“4.
Otrosí, porque es menester para las dichas fortalezas y sus reparos cal y teja
y ladrillo, mando que todo el diezmo que oviere en toda mi tierra sea para las
dichas fortalezas. Combiene a saber, cada lugar que tubiere fortaleza sea el
dicho diezmo para ella, e el lugar que no tubiere fortaleza, sea el dicho
diezmo para la más sercana fortaleza que del tal lugar oviere. Conviene a
saber, en la manera siguiente: a la fortaleza de Niebla ha de dar diezmo
Almonte y Bollullos y Rociana e Veas y
Valverde e Lucena y Bonares para el Bosque. Villarrasa para sí. Trigueros a
su misma fortaleza......”
Conocemos también varios nombramientos
de Alcaides, muy posteriores a esta primera época, y las referencias a su
catalogación como Bien del Interés Cultural. Nada se añade de la existencia de
la fortaleza en las descripciones que se hacen de la finca en los contratos de
compra originales, ni en los contratos de arrendamientos de la heredad
posteriores, ni tenemos referencias en los gastos de la casa ducal a su
mantenimiento.
Tampoco conocemos, ni parece
probable, la existencia previa de alguna construcción militar anterior a la
adquisición de la heredad en 1488 por el duque Enrique, IV Conde de Niebla, y
el último de sus moradores, a pesar de la constatación de algunas torres
próximas. La única hipótesis que podemos manejar al respecto, sin ningún tipo
de refrendo documental más allá de la alusión de las ordenanzas, es que la
fortaleza fuese construida, remozada o reutilizada por este duque a fines del
siglo XV cuando fue reconstruido el castillo de Niebla y adquirida la propia
heredad.
La localización de la estructura
sobre una loma desde la que se domina ampliamente el embarcadero relaciona la
atalaya con el río Tinto y tal vez la piratería, como el castillo de San Fernando de Moguer, el de Palos o las
torres almenaras de la costa. Perdida esta función a lo largo del siglo XVI, la
escasa información aportada por los nombramientos de alcaides, nos hizo suponer
incluso un cierto carácter honorífico del
cargo y la ruina del bastión, del que suponíamos habría demolido y reutilizado
en las nuevas funciones de la casa grande del Bosque.
El nombramiento del Alcaide del
Capitán don Juan Pinto Domonte viene a contradecir todos estos datos y aporta luz
en un nuevo contexto de necesidades militares:
“En
el lugar de Lusena del Puerto en onse días del mes de mayo de mil y seis y sinquenta y un años, el
Capitán don Juan Pinto Domonte, natural y vecino de la villa de Almonte, en presencia de don
Gabriel Domonte y Montoya, vecino della, por ante mi Pedro García, escribano público y del
cavildo de dicho lugar, dixo que como consta de una provisión que resivió
firmada del Excmo. Don Gaspar Alonso Pérez de Guzmán El Bueno, noveno duque de
Medina Sidonia, y quinceno Conde de Niebla, de las sinco villas, de Huelva y su
tierra y partido, Gentil Hombre de la Cámara de su Magestad, y sellada con el
sello de sus armas, y refrendada de don Cipriano de la Queva y Aldana, Caballero
de la orden de Calatrava, su secretario, su firma en Valladolid a veinte y uno
de abril deste año. Su excelencia le hizo merced de nombrarle por Alcayde del castillo de este lugar,
con voz y voto en su cavildo, y otras preminensias concedidas en la dicha
provisión y título, y porque en ella se manda, que aviendo hecho juramento y hecho omenaje, según que se
acostumbra, se le entreguen las llaves,
peltrechos y municiones del dicho castillo. Y para que lo referido tenga
efecto, lo quiere hacer poniéndolo en efecto estando delante del dicho don
Gabriel Domonte, hincada una rodilla en el suelo, y teniendo las manos una
junta con otra, las puso entre las manos del dicho don Gabriel Domonte,
caballero hijodalgo, y dijo que hasía
juramento y prestó homenaje, una,
dos y tres veces según fuero de España como Caballero Hijodalgo de tener y que
terna la dicha fortaleza para su excelencia el dicho Duque mi señor, y como
su alcayde la guardará y defenderá, assi
en guerra como en pas, en servisio de su Magestad el rrey, nuestro señor, y la
entregará y la volverá a su excelensia y a quién le fuere mandado y se recoxera
en ella, y no la retendrá socor(r)os de
gastos, ni provisiones, ni vestimentos que en ella y para ella obieran fecho,
ni por otra causa alguna y pondrá y tendrá en ella toda la custodia y cuidado
que debe poner y tener un bueno y leal caballero alcayde, so pena de traysión y
alebosía, y de las otras penas establesidas contra los alcaydes que quebrantan
su fee y pleito, homenaje y la fidelidad debida a sus reyes y superiores
naturales. Y lo firmaron de sus nombres
los dichos don Gabriel y don Juan Pinto, a quién doy fe como yo el escribano y
el dicho don Juan Pinto lo pidió por testimonio, siendo testigos Juan Ruiz Bar(r)ientos, Familiar del Santo
Ofisio, escribano de cabildo y público de la villa de Almonte, y Joseph Ximénez,
escribano de Cabildo y Público de la villa de Trigueros y el capitán Juan del
Alamo, regidor, y el Licenciado Francisco Juan de Cárdenas, cura, vecinos de
este lugar”
Sin entrar en el arcaísmo ritual del
juramento y del homenaje, la entrega de llaves, pertrechos y municiones
demuestra en 1651 no sólo la existencia misma del castillo, también su
conservación y su revalorización en el contexto de la guerra con Portugal
(1640-1668). Los once años de guerra transcurridos desde el inicio de las
hostilidades habían proporcionado varios sustos en una provincia abandonada en
manos de sus escasas defensas y unas milicias locales desentrenadas y peor pertrechadas.
La reactivación de los privilegios dados a los caballeros de cuantía, los
pechos continuados (impuestos) y los repartos mensuales de soldados para la
frontera, anotados en los libro capitulares, poco podían hacer ante la llegada
de enemigos numerosos, entrenados y bien armados. Las defensas, por malas o
pequeñas que fuesen, jugaban un papel fundamental en el sostenimiento del
territorio y en el alojamiento y socorro que podían proporcionar a las
poblaciones y a las propias fuerzas militares en caso de necesidad.
Sobre el terreno nada se aprecia hoy
de la existencia de la fortaleza del Bosque, ni tan siquiera los habituales
tejares que localizan tantos yacimientos arqueológicos. Probablemente se tratase
de alguna estructura de tapial y refuerzo de ladrillo, tal vez con cimentación
de mezcla de piedra y argamasa habituales de la época, cuyos escasos restos útiles
fueron reutilizados en las construcciones de la finca en épocas posteriores.
Nada sabemos aún al respecto. El tiempo, la documentación o la arqueología tal
vez nos deparen aún algunas sorpresas al respecto y nos proporciones nuevas
informaciones.
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