Dos
nuevas dataciones documentales podemos hacer respecto a la imaginería y los
retablos de la parroquia de San Vicente procedentes diversas fuentes
recientemente investigadas, ambas relacionadas con el Altar y la Virgen del Rosario..
En efecto, ambas obras aparecen por primera vez en el Inventario
Parroquial de 1730 de la siguiente manera:
“Ytem una Ymaxen de Nuestra Señora del Rosario con un niño Dios en sus
brazos. Cada uno con su corona de plata,
una joya de plata sobredorada en
el pecho de Nuestra Señora, dos zarzillos del mismo y un rozario de coyuelo
engarsado en bastante plata con su cruz del mismo y dos pulseras de perlas, el
uno de dozientas y setenta, y el otro de
dozientas y sesenta y zinco, y pesaron yncluso el hilo de seda en que están
ensartadas y unos pedazos de lutonsillo
negro con que se amarran una onza y
media quartilla, y ambos pulseros los tiene la virgen en la mano derecha por no
poderse vestir la yzquierda.
(Nota
posterior) Las coronitas las cambiaron los cofrades y hermanos
mayor del Rosario con intervención del cura por estar sumamente deterioradas e
indecentes y por ellas dieron cien reales y se compró una corona para la Sra. y
tres pontencias para el niño, todo de plata labrada y costó todo setecientos
reales que suplieron los devotos y el
dicho hermano mayor y se estrenó
en su fiesta de este año de 1816, siendo cura Miguel Pacheco.
No
se especifica en el inventario el lugar que ocupaba el altar aunque debemos
deducir que se encontraba próximo al ábside principal. Tras la colocación en
1782 del nuevo altar mayor, el retablo viejo “se puso en el altar de Nuestra Señora del Rosario”, deduciéndose,
por consiguiente, que ocupaba el lado del Evangelio. De esta manera y en este
lugar aparece reflejado en el inventario de 1866, nombrado ya como altar del
Rosario:
“Un retablo dorado con varias pinturas
de Santos y la Resurección del Señor.
Una imagen de Nuestra Señora con niño
Jesús en sus brazos, con su corona de plata y el niño tres potencias, un
rosario de plata.
Un rosario de plata sobredorado para
vestir de gala la imagen."
El
traslado al emplazamiento actual, en el lado contrario, denominado en la
documentación sagrario bajo, se produce en la última restauración de la
parroquia, hacia mediados de los setenta del siglo XX, pasando a ocupar el
hasta entonces retablo de la Purísima Concepción. Este último, de hacia
mediados siglo XVIII, fue modificado en 1775 por orden de D. Francisco Ruiz de Cabrera y Doña Antonia Carrasco y Ximénez, quienes
manifestaron ante el escribano público de Lucena:
“Una imagen de la Purísima Concepción como de dos varas de alta, de la que tomó medida
de su fondo, ancho y alto D. Joseph
Gómez, tallista y vecino de la ciudad de Moguer, y en su virtud…… se obligó
a agrandar el nicho del retablo de otra imagen pequeña del mismo misterio, para
colocar la imagen grande, haciéndolo adornar, assí el nicho, como el retablo,
con madera y talla, para mayor decencia, y asimismo a cuidar de los manteles y
demás ornato de su altar…”.
Que
se trata de este retablo lo prueba la descripción del inventario de 1866 que lo
reseña como “un retablo pintado con dos
efigies pequeñas a los lados colaterales con San Francisco y San Antonio de
Padua”, es decir, el retablo actual con algunas modificaciones. En la base
bajo el tabernáculo de la Virgen puede observarse el hueco de un sagrario
antiguo. Por consiguiente, datamos la
restauración del altar de la mano de José Gómez, vecino de Moguer, para la
Purísima Concepción, y adelantamos la entrega
de la imagen a 1775 y no en 1778, fecha de su registro en las cuentas de
fábrica.
La
imagen de Nuestra Señora del Rosario,
datada estilísticamente a principios del siglo XVII, carecía de fecha y
autoría, aunque las pequeñas mandas testamentarias que comenzaron a aparecer a
en el primer cuarto del siglo nos hicieron sospechar de una cercana realización
como de hecho se confirmó. El dos de febrero de 1609, fiesta de la candelaria,
Gonzalo Hernández, Hermano Mayor de la cofradía del Rosario encarga a Alonso Bejarano, dorador, vecino de
Huelva:
“.... hazer una imagen de Nuestra Señora
del Rosario de altura de seis quartas con la peana... con su niño en brazos y
con su corona la dicha imagen de Nuestra señora, la qual dicha imagen de
Nuestra Señora y niño, e de dar, y echa bien, acabada y benefiçiada, y dorada
y del todo acabada, y a contento del dicho Gonzalo Hernández, su hermano mayor, e sin visio de oficio dél, ny de la dicha imagen de Nuestra señora y niño.....”
La
fecha de entrega establece el contrato será el día de Pascua de Resurrección de
ese mismo año y el precio 30 ducados, 330 reales de vellón, 150 de ellos por
adelantado y el resto a la entrega. Bejarano es ya conocido nuestro, fue el
autor de San Sebastián, realizado en 1601, y hoy desaparecido, y el dorador del
retablo de las Angustias de la Iglesia de San Pedro de Huelva en 1610. También
sabemos que actuó como contratista de arte al menos en algún periodo de su
vida, por lo que es posible que sólo
recibiera el encargo y lo trasladara posteriormente a otro u otros, o
algún taller.
De la cofradía del Rosario y sus vicisitudes sabemos
poco. La primera mención se encentra en un acta de nombramiento de Hermano
Mayor del Archivo Municipal de 1638, que
lleva inserta, su vez un reconocimiento
de deuda de éste de 1637. Por su parte, el Archivo Parroquial nos informa a su
vez de las obligaciones de culto de la Hermandad a fines del siglo XVII: misa
Cantada el día de Nuestra Señora del Rosario, doce misas de obligación en el
año, una por mes, misa en las nueve festividades de Nuestra Señora y misas en
las tres Pascuas.
De
la misma manera, tenemos noticia de
celebración del rosario que otorga nombre y finalidad a la cofradía a través
del inventario parroquial:
"Ytem otro quadrito de la Virgen del Rosario que está en el Pendón que sirbe para quando sale en el
rosario. Se costeó otro pendón nuevo de tela celeste de plata con su
lienzo guarnecido y en él la imagen de
Nuestra Señora y la de Santo Domingo. Sirve
para los días de fiesta, costeó la mayor parte de él Melchor Rexidor por
promesa que hizo a la virgen del Rosario estando enfermo”.
La
gran extensión de la práctica del Rosario en el reino de Sevilla arranca según
algunos autores de la gran epidemia de peste de 1649, retomando tradiciones
anteriores que se popularizan. El origen, que parece ser el de esta hermandad,
suele asociarse a las tradiciones altomodernas de rezo del rosario en grupo
ante una imagen, lo que se constata en la parroquia por la tempana presencia de
la Virgen del Rosario. Posteriormente, estas reuniones concluyen en los
rosarios públicos al menos una vez al mes y visita a los altares de azulejos a modo de vía crucis reunidos en torno al pendón. Eran
habituales los sufragios por los hermanos difuntos, acudiendo la hermandad en
pleno a la casa del finado, y aplicando durante nueve días las estaciones del
rosario. De la misma manera, las nueve misas de la festividad de Nuestra Señora
se refieren evidentemente a una novena.
Las
pequeñas mandas testamentarias también nos ofrecen alguna información. En 1625
Catalina Ramírez otorga a la cofradía “unas
artes para su altar”, lo que
convierte a esta cita en la primera mención del mismo. Como el resto de las
imágenes, Nuestra Señora del Rosario se vestía de joyas y telas, recibiendo a
lo largo de los años varias manos de corales y de María Domínguez Prieta “sien reales al hermano mayor de la cofradía
de Nuestra señora del Rosario para
ayuda comprar el manto de tela azul que a nuestra señora quieren comprar
siertos devotos, y no se puedan convertir dichos sien reales en otro efecto
sino fuere para comprar dicho manto, o puntas del, que así es mi voluntad dándolos
el dicho hermano mayor a las personas que quisieren por ellos el comprar dicho
manto”.
Las
descendientes del Capitán Manuel de Cabrera serán grandes devotas de la
cofradía. Doña Francisca de Cabrera (+1750) y su hija María Rosa de Cabrera
(+1750) ordenan en sus testamentos ser enterradas en sendas sepulturas
inmediatas al altar de la Virgen, consignando algunos bienes a la cofradía. La
primera manda de legado “un relicario
engarsado en plata de valida de quinze reales = dos joyas de plata sobredorada
de valida, ambas, de treinta reales = y dos gargantillas de perlas blancas contrahechas
para pulzeros a la Virgen, de valida de siete reales y medio de vellón.
Declárolo porque se le den y pongan; y también suplico se asienten en los
libros….”. La segunda “una
campanillita de plata para que se ponga a sus
andas y quiero que se le entregue y se asiente donde estobieren las demás
mandas de la Virgen para que siempre conste….”. Y así se hicieron constar en los sucesivos
inventarios parroquiales.
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