lunes, 22 de agosto de 2016

Adquisición de la Virgen del Rosario

Dos nuevas dataciones documentales podemos hacer respecto a la imaginería y los retablos de la parroquia de San Vicente procedentes diversas fuentes recientemente investigadas, ambas relacionadas con el Altar y la Virgen del Rosario..
En efecto, ambas obras aparecen por primera vez en el Inventario Parroquial de 1730 de la siguiente manera:

Nuestra Señora del Rosario.
“Ytem una Ymaxen de Nuestra Señora del Rosario con un niño Dios en sus brazos. Cada uno con su corona de plata,  una joya  de plata sobredorada en el pecho de Nuestra Señora, dos zarzillos del mismo y un rozario de coyuelo engarsado en bastante plata con su cruz del mismo y dos pulseras de perlas, el uno de dozientas y setenta,  y el otro de dozientas y sesenta y zinco, y pesaron yncluso el hilo de seda en que están ensartadas y unos pedazos de  lutonsillo negro con que se amarran una  onza y media quartilla, y ambos pulseros los tiene la virgen en la mano derecha por no poderse vestir la yzquierda.
(Nota posterior) Las coronitas las cambiaron los cofrades y hermanos mayor del Rosario con intervención del cura por estar sumamente deterioradas e indecentes y por ellas dieron cien reales y se compró una corona para la Sra. y tres pontencias para el niño, todo de plata labrada y costó todo setecientos reales que suplieron los devotos y el  dicho hermano  mayor y se estrenó en su fiesta de este año de 1816, siendo cura Miguel Pacheco.

No se especifica en el inventario el lugar que ocupaba el altar aunque debemos deducir que se encontraba próximo al ábside principal. Tras la colocación en 1782 del nuevo altar mayor, el retablo viejo “se puso en el altar de Nuestra Señora del Rosario”, deduciéndose, por consiguiente, que ocupaba el lado del Evangelio. De esta manera y en este lugar aparece reflejado en el inventario de 1866, nombrado ya como altar del Rosario:

“Un retablo dorado con varias pinturas de Santos y la Resurección del Señor.
Una imagen de Nuestra Señora con niño Jesús en sus brazos, con su corona de plata y el niño tres potencias, un rosario de plata.
Un rosario de plata sobredorado para vestir de gala la imagen."

El traslado al emplazamiento actual, en el lado contrario, denominado en la documentación sagrario bajo, se produce en la última restauración de la parroquia, hacia mediados de los setenta del siglo XX, pasando a ocupar el hasta entonces retablo de la Purísima Concepción. Este último, de hacia mediados siglo XVIII, fue modificado en 1775 por orden de D. Francisco Ruiz de Cabrera y Doña Antonia Carrasco y Ximénez, quienes manifestaron ante el escribano público de Lucena:

“Una imagen de la Purísima Concepción como de dos varas de alta, de la que tomó medida de su fondo, ancho y alto D. Joseph Gómez, tallista y vecino de la ciudad de Moguer, y en su virtud…… se obligó a agrandar el nicho del retablo de otra imagen pequeña del mismo misterio, para colocar la imagen grande, haciéndolo adornar, assí el nicho, como el retablo, con madera y talla, para mayor decencia, y asimismo a cuidar de los manteles y demás ornato de su altar…”.

Que se trata de este retablo lo prueba la descripción del inventario de 1866 que lo reseña como “un retablo pintado con dos efigies pequeñas a los lados colaterales con San Francisco y San Antonio de Padua”, es decir, el retablo actual con algunas modificaciones. En la base bajo el tabernáculo de la Virgen puede observarse el hueco de un sagrario antiguo. Por consiguiente, datamos la restauración del altar de la mano de José Gómez, vecino de Moguer, para la Purísima Concepción, y adelantamos la entrega de la imagen a 1775 y no en 1778, fecha de su registro en las cuentas de fábrica.
La imagen de Nuestra Señora del Rosario, datada estilísticamente a principios del siglo XVII, carecía de fecha y autoría, aunque las pequeñas mandas testamentarias que comenzaron a aparecer a en el primer cuarto del siglo nos hicieron sospechar de una cercana realización como de hecho se confirmó. El dos de febrero de 1609, fiesta de la candelaria, Gonzalo Hernández, Hermano Mayor de la cofradía del Rosario encarga a Alonso Bejarano, dorador, vecino de Huelva:

“.... hazer una imagen de Nuestra Señora del Rosario de altura de seis quartas con la peana... con su niño en brazos y con su corona la dicha imagen de Nuestra señora, la qual dicha imagen de Nuestra Señora y niño, e de dar, y echa bien, acabada y benefiçiada, y dorada y del todo acabada, y a contento del dicho Gonzalo Hernández, su hermano mayor, e sin visio de oficio dél, ny de la dicha imagen de Nuestra señora y niño.....”

La fecha de entrega establece el contrato será el día de Pascua de Resurrección de ese mismo año y el precio 30 ducados, 330 reales de vellón, 150 de ellos por adelantado y el resto a la entrega. Bejarano es ya conocido nuestro, fue el autor de San Sebastián, realizado en 1601, y hoy desaparecido, y el dorador del retablo de las Angustias de la Iglesia de San Pedro de Huelva en 1610. También sabemos que actuó como contratista de arte al menos en algún periodo de su vida, por lo que es posible que sólo  recibiera el encargo y lo trasladara posteriormente a otro u otros, o algún taller.
De la cofradía del Rosario y sus vicisitudes sabemos poco. La primera mención se encentra en un acta de nombramiento de Hermano Mayor  del Archivo Municipal de 1638, que lleva inserta,  su vez un reconocimiento de deuda de éste de 1637. Por su parte, el Archivo Parroquial nos informa a su vez de las obligaciones de culto de la Hermandad a fines del siglo XVII: misa Cantada el día de Nuestra Señora del Rosario, doce misas de obligación en el año, una por mes, misa en las nueve festividades de Nuestra Señora y misas en las tres Pascuas.
De la misma manera,  tenemos noticia de celebración del rosario que otorga nombre y finalidad a la cofradía a través del inventario parroquial:

"Ytem otro quadrito  de la Virgen del Rosario que está en el Pendón que sirbe para quando sale en el rosario. Se costeó otro pendón nuevo de tela celeste de plata con su lienzo  guarnecido y en él la imagen de Nuestra Señora y la de Santo Domingo. Sirve  para los días de fiesta, costeó la mayor parte de él Melchor Rexidor por promesa que hizo a la virgen del Rosario estando enfermo”.

La gran extensión de la práctica del Rosario en el reino de Sevilla arranca según algunos autores de la gran epidemia de peste de 1649, retomando tradiciones anteriores que se popularizan. El origen, que parece ser el de esta hermandad, suele asociarse a las tradiciones altomodernas de rezo del rosario en grupo ante una imagen, lo que se constata en la parroquia por la tempana presencia de la Virgen del Rosario. Posteriormente, estas reuniones concluyen en los rosarios públicos al menos una vez al mes y visita a los  altares de azulejos a modo de  vía crucis reunidos en torno al pendón. Eran habituales los sufragios por los hermanos difuntos, acudiendo la hermandad en pleno a la casa del finado, y aplicando durante nueve días las estaciones del rosario. De la misma manera, las nueve misas de la festividad de Nuestra Señora se refieren evidentemente a una novena.
Las pequeñas mandas testamentarias también nos ofrecen alguna información. En 1625 Catalina Ramírez otorga a la cofradía “unas artes para su altar”,  lo que convierte a esta cita en la primera mención del mismo. Como el resto de las imágenes, Nuestra Señora del Rosario se vestía de joyas y telas, recibiendo a lo largo de los años varias manos de corales y de María Domínguez Prieta “sien reales al hermano mayor de la cofradía de Nuestra señora del Rosario para ayuda comprar el manto de tela azul que a nuestra señora quieren comprar siertos devotos, y no se puedan convertir dichos sien reales en otro efecto sino fuere para comprar dicho manto, o puntas del, que así es mi voluntad dándolos el dicho hermano mayor a las personas que quisieren por ellos el comprar dicho manto”.
Las descendientes del Capitán Manuel de Cabrera serán grandes devotas de la cofradía. Doña Francisca de Cabrera (+1750) y su hija María Rosa de Cabrera (+1750) ordenan en sus testamentos ser enterradas en sendas sepulturas inmediatas al altar de la Virgen, consignando algunos bienes a la cofradía. La primera manda de legado “un relicario engarsado en plata de valida de quinze reales = dos joyas de plata sobredorada de valida, ambas, de treinta reales = y dos gargantillas de perlas blancas contrahechas para pulzeros a la Virgen, de valida de siete reales y medio de vellón. Declárolo porque se le den y pongan; y también suplico se asienten en los libros….”. La segunda “una campanillita de plata para que se ponga a sus andas y quiero que se le entregue y se asiente donde estobieren las demás mandas de la Virgen para que siempre conste….”. Y así se hicieron constar en los sucesivos inventarios parroquiales.




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