lunes, 26 de marzo de 2018

La huerta de Parchilena.


La huerta de la Luz era uno de los bienes más preciados del monasterio. En el siglo XVIII consta de tres fanegas de regadío y fanega y media en secano, estas últimas sembradas de frutales, cercadas y provistas de dos viviendas. Su producción estimada es de 1.275 reales de vellón  para el regadío y 200 reales anuales para los frutales, con las dos viviendas, 17 veces el valor declarado en las fanegas de tierra calma de mediana calidad del propio monasterio.

La Huerta, grabado de Doré.
La huerta es, pues, un bien muy productivo que habitualmente trabajan los frailes, como consta de numerosas descripciones, una labor recogida en la regla, los jerónimos siguen la San Agustín, que se rige por el equilibrio entre oración y trabajo. Arrendar la huerta no es habitual, y, obviamente, no poseemos en documentación de archivo  contratos de esta índole, fuera del que presentamos, cuyo valor alcanza más allá, puesto que nos informa de lo que allí se sembraba, lo que para nosotros posee un gran valor puesto que describe esas “berzas” que constituían una parte importantísima de la alimentación de los frailes y los luceneros en el siglo XVII.
En efecto, Fray Alonso de Almonte, procurador mayor del Monasterio, otorga escritura de arrendamiento por tres años a Pedro Rodríguez, residente en el dicho convento, en la casa que tiene Simón Polo en Val de Rodrigo, junto a la huerta que arrienda, por cinco ducados anuales (55 reales), y con una serie de condiciones, la primera de ellas “que el dicho Pedro Rodríguez a de dar al dicho convento, mi parte, toda la ortaliza que obiere menester en el dicho tiempo de los tres años de deste arrendamiento para el gasto de sus relijiosos y de los criados y gañanes....”. Y dicho esto, parece que no es necesario añadir nada más, puesto que la casa debía quedar abastecida, pero el contrato es más explícito recogiendo expresamente que el arrendador ha de dar en cada un año, 6000 pimientos, 500 cebollas secas, 100 calabazas romanas “que tengan sasón” y todas las nueces que dieran los nogales de la dicha huerta.
No acaban aquí las cosas, el arrendador se compromete a pagar la mitad del valor de la rueda de la noria, si hubiera que hacerla de nuevo, pero por el contrario, el monasterio le proporcionará cabalgadura para hacerla funcionar en tiempo de verano, a cambio del sustento de la misma. Acabado el arrendamiento, en el tercer año, antes de abandonar la tierra, el arrendador se compromete a dejarla labrada y plantada de toda hortaliza conforme ahora la recibe, a saber:

“... veinte y cuatro canteros de col de a tres seras cada cantero,  la col ya grande que quiere ser(r)ar = y dos canteros de berejena, de a quinse eras cada uno = tres canteros de pimientos de a catorse  eras cada uno = y dos canteros de nabos y rábano = y uno de sanahorias = y dos canteros de calabasa de agua..... y a de dexar en dicha guerta sinco eras de sebollino grande, como agora tiene.....”.

Si el arrendador dejara plantados más canteros de hortaliza y legumbres, el monasterio deberá pagar la mejora, y si faltare, será el arrendador el que pague, estando a lo que dijeren dos personas que entiendan. Se incluyen en el contrato 24 calabazas grandes romanas “de cuenta” y 36 pequeñas, que “ahora se le entregan”, que tal vez, formen parte de la noria.
Por consiguiente, tenemos el valor del arrendamiento, relativamente barato según otros de similares características entre particulares que poseemos, pero ahora sabemos lo que sembraban y comían, las berzas de las fuentes que casi nunca se describen. No creemos que el resto de las huertas locales fuesen muy diferentes, solo notamos aquí la falta de ajos y habas verdes de temporada, puesto que conocemos que para las legumbres se utilizaban los turnos de descanso de la tierras calmas, destinando una parte de ellas a la exportación (yeros, alberjones, habas, garbanzos, y altramuces).  
Por otros contratos del propio monasterio sabemos que se cultivaban sandias y melones, con parcelas de huerta destinadas también al arrendamiento en los siglos XVI y XVII (vega del Garbín, junto al arroyo de Alameda), que incluyen en el precio, de dos ducados la fanega, una docena y media de melones. Entre las frutas del huerto conocemos la existencia de los citados nogales, almendros, moreras, perales y manzanos, además de algunos granados y naranjos de la china que debían ser una gran novedad en su momento.  La venta de las hojas de morera del huerto de la noria en 1634, posiblemente este mismo,  supuso un ingreso de 8,5 ducados.
En el mismo sentido, conocemos por diversas fuentes de la existencia de la huerta de Moriana en Rociana del Condado, sembrada hortaliza y viña, también denominada Granja de Moriana, de la que otorgó poder de venta en 1600 y con toda seguridad vendida, sino en esta fecha, posteriormente.

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