Así califica el párroco de Lucena al terremoto
acaecido el primero de Noviembre de 1755, denominado de Lisboa por las enormes
secuelas que dejó en la capital portuguesa, desolada por el maremoto e
incendiada por las velas de sus habitantes.
Desde hace mucho, más de 30 años, poseíamos las
referencias bibliográficas y la información local disponible, pero la
publicación en red por el Instituto Geográfico Nacional de una recopilación de sus efectos, nos han
proporcionado los informes originales (Martínez
Solares, J.M. (2001): Los efectos del Terremoto de Lisboa. 1 de noviembre de
1755. Madrid).
La relación de los efectos que en la villa de Niebla
y los lugares de su jurisdicción ocasionó el terremoto mantiene que se inició a
las 10 y duró entre quince minutos y media hora, se ofrecen los dos datos. En
realidad, según la relación de Moguer, más exhaustiva, se inició a las 9,50, y
tras una corta pausa se produjo un terrible ruido subterráneo acompañado de un
fuerte temblor, que duró diez minutos, seguido del maremoto:
“.... una
grande avenida tumultuaria de aguas saladas en su ría, extendiéndose
extraordinariamente por las marismas contiguas a su situación. En los pozos
también se observó, no obstante su elevación (de la ciudad), que repentinamente se llenaron de agua, y que traía esta su natural
claridad y dulzura.”
Todo ello, debió vivirse también en Lucena, aunque
la relación de la villa de Niebla es más parca en Información:
“Luzena del P.o [= Lucena del Puerto]. En este
lugar se experimentó dicho terremoto a la propia hora y con los mismos
aparatos, habiendo dejado muy
quebrantada la Iglesia parroquial, y cuarteada su torre, de forma que para
celebrar el Santo Sacrificio de la misa se ha dispuesto por la parte de adentro
de una de las puertas un altar, y toda la gente de el pueblo oye la misa de la
parte afuera. Una sola ermita que tiene dicho pueblo, que se intitula la Misericordia, tiene caído todo el techo
y una de las paredes principales amenazando ruina. Reconocidas las casas de que se compone este pueblo, se
han condenado por Maestro de alarife hasta treinta y una, y todas las demás
maltratadas y con puntales puestos para precaver la ruina que amenazan.”
Las
cuentas de fábrica de la parroquia
recogen la limpieza de la cabecera y el traslado y restauración del altar mayor
(retablo de la Resurrección), pero no informan de tan deplorable estado. Y resulta
cuento menos extraño porque la relación de Niebla se envía el 25 de noviembre y
ya amenazaba ruina, pese a lo cual el posterior reconocimiento de dos maestros
alarifes (albañiles) manifiesta que “no
obstante, las adverturas que había cauzado y ruina que estaba a la vista, se
podían hacer en dicha iglesia oficios divinos”, aunque era necesario hacer
la naranja de la torre desde ventanas arriba, y otros reparos menores cuyo
coste estimaban en 200 ducados. No estaban de acuerdo con ello los vecinos que
se negaban a entrar en ella, reconociendo en el propio libro de cuentas que se
celebraba misa en la Plaza.
El
libro de actas y las cuentas de la ermita de la Misericordia recoge testimonios similares, aunque no coinciden con
la relación de Niebla. Fue duramente afectada en una de las partes laterales (¿y
trasera?), con caída del techo y una de las paredes de carga que precisamente
sustentaba la torre, medio derruida en su parte superior y sin escalera, que
quedó totalmente arrasada. En este caso, las cuentas informan que se construyó
una especie de estribo o muro de carga para sustentar el techo y la torre, y no
se realizaron inicialmente obras de calado. Pese a ello, se encargó un nuevo
examen de la “ruina ocasionada” al
Padre Fernando Marín, monje profeso en el monasterio de la Luz y maestro alarife
examinado, para determinar la obra necesaria que “convenga al beneficio de dicho culto y decencia de dicha hermita”
(cabildo de 1 de enero de 1757). Allí se trasladaron los enseres de la
parroquia en junio de ese año por estar “serrada
e inhabitable” la única de San Vicente.
Por
consiguiente, las obras de la parroquia se iniciaron en 1757 por Juan Ramírez, y
se suspendieron en marzo de este año, “por decir que no era segura, ni poder permanecer sobre los fundamentos
que llevava”, manifestando que los muros exteriores no podrían soportar la
carga ni el peso de la pared de la torre, que cargaba sobre el que daba a
la plaza. Una nueva visita del Maestro Mayor de Fábrica del Arzobispado, Pedro
de San Martín, ordenó secuestrar las cuartas partes el diezmo para las obras
que se seguían, que en ese momento eran sólo la composición de las paredes de la
capilla mayor y la bóveda.
Finalmente,
en 1758, se decidió un nuevo planteamiento respetando sólo la capilla mayor,
desde el arco toral, restaurando la armadura de la bóveda y la cubierta, y la
sacristía, dado que el cuerpo de iglesia no podría resistir. La obra se encargó
por carta de obligación a Mateo Alba en febrero de 1759 recogiendo la reedificación
de la nave central desde cimientos y su acoplamiento a la capilla mayor, la
edificación de una nueva torre, también desde cimientos, y la construcción de
una nueva capilla bautismal. Estas ampliaciones hacia la calle de El Salvador
dejaban excesivamente avanzada la portada primitiva, que se respetó, pero se
abrió una nueva hacia la plaza cuyos restos permanecen aún bajo la
cubierta de la ampliación posterior. La obra se dio por terminada en 1760 con el
remate de la nave central con el artesonado mudéjar, que aún conserva.
El monasterio de la Luz tampoco escapó a la ruina. La descripción de
la citada relación es lo suficientemente expresivo al respecto:
“El
monasterio del Desierto, que tienen en término de esta villa los monjes
Gerónimos, nombrado Nuestra Señora de la
Luz, se vino al suelo en mayor parte,
de modo que los religiosos se han visto precisados a levantar en la huerta una
tienda de campaña, donde celebran los divinos oficios”
No
nos consta en ninguna documentación tal ruina, pero tampoco tenemos razones
para dudar de la veracidad de la misma.
En
nuestro municipio no hubo que lamentar desgracias personales, “no
ha sucedido desgracia alguna”, probablemente porque avisó con un
temblor previo y la gente salió espantada a las calles. El efecto del maremoto
también debió sentirse en la costa, por ejemplo uno de sus efectos fue el derribo de Torre la Higuera, y en la vega, con una fuerte crecida de aguas. De la misma
manera se produjeron los efectos de la licuefacción y grietas sobre el terreno, que son
descritas en las Arenas (la parte del sur) y el camino de Moguer:
”... En el camino de esta villa a la ciudad de Moguer se abrieron también
varias bocas, que arrojaron mucha agua, y una arena negra que olió a azufre, y puesta en la llama de
una bujía chispeaba”.
“En las arenas que distan de este lugar media legua se han visto diferentes
bocas que arrojaron porción de agua dentro de las huertas que están en dicho
sitio, dejándolas con porción de arena de color
tostado fétidas y azufrosas”.
Hay
quien sostiene que el terremoto cambió la vida de los onubenses. Mantienen que
la moral se hizo más estricta y se cambiaron algunas pautas sociales, aunque no
explican cuáles. En nuestro pueblo al terremoto siguió el mayor periodo de
hambre de su historia entre 1758 y 1762, con sequías y lluvias torrenciales, que
dejaron el pueblo “aniquilado”. Nada
de esto tuvo que ver con el terremoto.
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